Profesores con casco y herramientas

JOEL MAYOR LORÁN
Joel@granma.cip.cu

Muy poco o nada les valen las tizas a ellos; su mejor argumento es el manejo diestro de un juego de llaves, de un nivel y una cuchara de albañil, un azadón, herramientas de todo tipo, o la maña de los años haciendo rendir la tierra. La Enseñanza Técnica Profesional (ETP) requiere profesores como esos.

Su encomienda consiste en completar la preparación de los futuros técnicos y obreros calificados en algo tan trascendental como la práctica, la habilidad para dilucidar en instantes qué hierros de una industria reclaman atención, o cómo tornar más eficiente un proceso. Esos muchachos necesitan ingenieros, técnicos u operarios que logren explicarles a dónde conducen las fórmulas aprendidas de los libros.

La fuerza calificada en formación precisa que hombres y mujeres inmersos en la producción y los servicios consigan hacerles amar una urdimbre de tubos y máquinas, un campo delineado de plantas bajo el Sol, una obra que no puede nacer mientras el sudor de los constructores no la lleve a levantarse.

Hoy la cifra de especialistas de que dispone esta enseñanza no resulta suficiente. Al momento de redactar estas líneas, contaba con 902 y aguardaba por la incorporación de más de 2 200 de diversos organismos, pues la cantidad de centros que los acogerán y las matrículas para septiembre crecieron considerablemente.

En la Industria Básica, por ejemplo, 94 técnicos de la producción ofrecieron compartir sus conocimientos y habilidades. Pero el próximo curso demanda el compromiso de otros 191 de estos profesores. De modo que la captación de especialistas continúa.

No han puesto reparos a impartir clases en las aulas anexas creadas en plantas y fábricas; sin embargo, persuadirlos de ir al politécnico ha sido más difícil. De cualquier modo, los dirigentes principales del Ministerio de la Industria Básica confían en cubrir las necesidades, pues existen suficientes profesionales en el sector.

Comprenden que no se trata de robar tiempo al director de una empresa, ni de pedir horas adicionales frente a un aula al responsable de capacitación, sino de aprovechar la experiencia y la destreza del obrero al que le corre por las venas su labor.

Si es el mejor tornero o el mejor operario de una fábrica quien prepara a los futuros técnicos, estos recibirán una enseñanza de primera, la de un profesor que los prueba durante un ejercicio real. Por eso, los especialistas son insustituibles, y recurrir a ellos se revela como una solución acertada para el presente e incluso el mañana.

De la misma manera sucede con otros organismos, y con la organización de las aulas anexas: un análisis exhaustivo expresa que se requieren unas 1 500. La agricultura debe triplicar el número actual; llevar a los jóvenes a las fincas, vegas de tabaco, escogidas, a donde están emplazados los nuevos tractores.

Mientras, cada politécnico habrá de convertirse en referente por el desarrollo práctico de sus especialidades. Si su propósito consiste en enseñar a cultivar la tierra, habrá de ser como el Tranquilino Sandalio de Noda, Centro de Referencia Nacional, una unidad productora adscrita a la Empresa Tabacalera de Pinar del Río y, por si no bastara, con una finca de frutales que posee 146 especies.

Tendrá que probar lo aprendido, como el Instituto Politécnico Agropecuario (IPA) Orlando Pantoja, del municipio Jesús Menéndez, en Las Tunas, que renunció a la asignación de granos del próximo curso, pues logró cosecharlos en sus propias áreas.

En lugar de excepciones, tales resultados han de multiplicarse. Los planteles intercambiarán experiencias. Procurarán seguir la senda del capitalino Villena Revolución, que produjo 395 000 litros de leche en el 2009, con los cuales aporta al país y satisface sus propias necesidades. El referido centro docente también evitó importaciones por casi 95 000 dólares, con la leche y con no pocas toneladas de carne vacuna obtenidas por estudiantes y profesores.

El empeño conjunto —la asesoría científica de instituciones y especialistas y la disposición de la escuela—, ha de propiciar que los politécnicos se tornen imprescindibles a las empresas, que estas los tomen en cuenta como una instalación suya.

Corren tiempos decisivos para nuestra Educación en el inicio de la segunda década del siglo XXI. No cabe conformarnos, sino con elevar el rigor y dedicar el máximo de tiempo posible al desarrollo de habilidades relacionadas con la especialidad. No es posible graduar técnicos y obreros calificados sin la calidad requerida, ni en discordancia con las cifras que demanda la economía.

Serán los lazos entre politécnicos y empresas, principalmente, quienes permitan cumplir estos propósitos, a fin de prestigiar la formación de técnicos y obreros calificados, en aulas compuestas por máquinas y tuberías, por cultivos a merced de los rayos del Sol, y con profesores que no suelen usar tizas sino llaves o azadones.

 

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