La agresión del 25 de junio de 1950 se convirtió tres años
después en la primera derrota militar de Estados Unidos, pero ello
no impidió ni por un instante que la sociedad norcoreana haya estado
exenta del peligro de una nueva agresión ni dejado de educarse para
vivir y combatir en defensa del socialismo.
Así lo siente cualquiera que visite el Museo de la Victoria, en
Pyongyang, cuando los jóvenes escuchan atentamente a esos héroes que
han dirigido unidades de combate contra el agresor.
Datos del Instituto de Historia de Cuba, basándose en fuentes
coreanas, dicen que Estados Unidos movilizó más de dos millones de
efectivos militares propios y de 15 países satélites, y utilizó 73
millones de toneladas de materiales bélicos, que causaron la
destrucción de ciudades, contaminación del medio ambiente y muerte a
por lo menos cuatro millones de personas, más de la mitad civiles.
Sin embargo, no pudo doblegar al pueblo norcoreano dirigido por su
máximo líder, Kim Il Sung, y el apoyo de voluntarios chinos.
La península, sobre todo el Norte, fue un campo de ensayo para
nuevas armas estadounidenses, donde se llegó a pensar en el uso de
la bomba atómica. El Pentágono admitió la pérdida de 53 796 hombres,
y EE.UU. fue obligado a firmar un acuerdo de armisticio. Con sus
intrigas y amenazas de guerra, Washington constituye hoy, como hace
seis décadas, el principal obstáculo para alcanzar la paz y la
reunificación de la patria coreana.