Hubo un periodo de la historia, sobre todo en el Medioevo, en el
que ser tildado de loco equivalía tácitamente a convertirse en
hereje y por consiguiente a morir rostizado en la hoguera (como
fueron los casos de Juana de Arco y Giordano Bruno). Curiosamente,
con el paso del tiempo, el término cobró nuevas acepciones y, por
cosas de la vida, pasó a ser también sinónimo de genio. Sin ir muy
lejos, Van Gogh y Einstein ofrecen de seguro dos magníficos
ejemplos.
A
punto de cumplir los 37 años, Martín Palermo se transformó en el
debutante más veterano en marcar en una Copa del Mundo.
Hablando de lo mismo, en el fútbol, que nunca ha sido un mundo
muy cuerdo, hace tan solo unos días el argentino Martín Palermo pasó
de loco hereje a héroe reivindicado: A punto de cumplir los 37 años,
se transformó en el debutante más veterano en marcar en una Copa del
Mundo, casi una década después de haber sido defenestrado de su
selección.
¿Cuál había sido exactamente su pecado? Algo totalmente de locos:
Palermo, que incluso había convertido poco antes un penal con los
dos pies, erró tres penas máximas en el choque que la albiceleste
perdió por 0-3 ante Colombia, en la Copa América de 1999. Un récord
bien difícil de igualar y por el cual ardió sin muchos miramientos
en la pira de los críticos más furibundos.
Cualquier otro jugador en su sano juicio, hubiese optado por
dedicarse a otra cosa, emigrar del país o cambiar de identidad.
Palermo, sin embargo, no lo hizo así y antes más bien, continuó
dedicado a lo suyo, que como todo delantero consiste básicamente en
firmar goles: de zurda, de cabeza o de taco; con las nalgas, de
derecha, colgado del travesaño o hasta lesionado.
De ese modo devino un auténtico ídolo dentro del conjunto
bonaerense Boca Juniors, al que había arribado en 1997 por petición
expresa de Diego Armando Maradona, tras descollar en Estudiantes La
Plata. Luego se marchó a la Liga Española e hizo goles hasta que se
lesionó, antes de regresar nuevamente a Boca, para seguir perforando
las redes rivales y volverse a lesionar.
Así y todo, Maradona, en un rapto de loca lucidez, lo convocó
para el partido eliminatorio contra Perú, un duelo de vida o muerte
en el que solo una victoria le servía a Argentina para ir al
Mundial. Diluviaba en el terreno, con el choque empatado (1-1),
cuando a Palermo le llegó su oportunidad. En el último suspiro, en
la última jugada, pescó un balón perdido en el área y marcó. El
estadio en pleno y la Argentina toda se fundieron de pronto en el
delirio y el viejo Palermo, lloroso y sonriente, pasó a
transformarse de villano defenestrado en un loco genial. Algo muy
parecido a lo sucedido ahora.
"Andá y definímelo", le ordenó el Pelusa cuando el encuentro ante
Grecia marchaba solo 1-0 y Palermo, obediente, saltó al césped. Es
verdad que no hizo gran cosa, salvo tocar un par de balones, pero
uno de ellos lo empujó al fondo del arco para el 2-0. Esa fue su
genialidad.
Claro que si de orates se trata, en el manicomio balompédico que
es por estos días Sudáfrica quizá no exista nadie más chiflado que
Marcelo Bielsa. Argentino como Palermo, es quien conduce los
destinos de la sorprendente escuadra de Chile, país donde, según
cuentan, lo quieren canonizar.
San Marcelino le llaman allí, aunque Bielsa como todo "loco" que
se respete alguna vez también ha sido tratado mal. Más exactamente
cuando, después de clasificar a Argentina como favorita no logró
rebasar la fase de grupos en aquel Mundial asiático del 2002. Aún
así, consiguió darle a la albiceleste el único título que le faltaba
con el cetro olímpico del 2004. Luego, sin más palabras, renunció.
Nacido en una familia de juristas, hay quien opina que con él, el
mundo perdió un gran abogado, aunque tal vez lo hizo para ganar un
técnico excepcional, como demuestra que durante su época en Newell’s
agarrase una libreta y un mapa con el país dividido en 70 regiones
para salir a la búsqueda de jóvenes promesas en un auto
destartalado.
Siempre con chándal (la única vez que usó traje perdió un
partido), siempre aprensivo, el día entero se lo pasa bolígrafo en
mano garrapateando estrategias y trenzando alineaciones. Por no
decir ya que en una ocasión estudió a fondo 32 videos del Milan para
refutarle un criterio a su amigo Valdano o que igual es capaz de ver
dos partidos a la vez. Entonces quién le advierte a España que hoy,
en Pretoria, se medirá a un rival espinoso, conducido por un loco
que, entre el genio y la herejía, duerme, come y anda para vivir el
fútbol de una forma visceral.