Los premios de las obras en competencia, entregados durante la
jornada final con la presencia de Abel Prieto, miembro del Buró
Político del Partido y ministro de Cultura, y Julián González,
presidente del Consejo Nacional de las Artes Escénicas, llegaron a
las puestas de teatro para niños Arroz con maíz, de Los
Cuenteros y Federico de noche, de Teatro de las Estaciones,
montaje que además se alzó con el galardón al mejor texto, de Norge
Espinosa, y diseño, de Zenén Calero. En este mismo apartado fueron
reconocidas las actuaciones de Freddy Maragotto, Fara Madrigal,
ambos de Las Estaciones, Ernesto Parra, de Teatro Tuyo, y Yudith
Martín, de Teatro Pálpito.
Mientras, en el teatro para adultos el jurado central otorgó a
La primera vez, de Teatro de la Luna, el título de mejor puesta
en escena; así como los premios a las interpretaciones de los
actores Pancho García y Waldo Franco (Argos Teatro), Osvaldo
Doimeadiós (Teatro El Público), Yordanka Ariosa (Teatro de la Luna)
y a Ana Rodberz, de Teatro del Viento. En diseño, música y texto los
agasajados fueron Alain Ortiz y Wladimir Cuenca por Final de
partida; Waldo Díaz y Diana Rosa Suárez por La primera vez;
y Ulises Rodríguez Febles por Huevos, respectivamente. El
Gran Premio del certamen fue la pieza de Samuel Beckett Final de
partida, merecido reconocimiento a la exquisita versión del
teatro del absurdo que, con un elenco de lujo y no por gusto
reconocido en la cita, llega a las tablas por medio de Argos Teatro,
dirigido por Carlos Celdrán.
Sin embargo, la entrega de los premios, bastante acertada y poco
discutible en su gran mayoría, dejó fuera a Un mar para Tatillo,
de Teatro Pálpito, y a Las amargas lágrimas de Petra von Kant,
montaje de Teatro El Público que, concebida por Carlos Díaz como una
obra de grandes audiencias, potencia la espectacularidad de la
escena y se vale de excelentes actuaciones. Pero, en fin, los
especialistas conocen su trabajo, como espectadores solo nos queda
disfrutar y reconocer los distintos caminos de la escena.
En otro sentido, vale destacar que si bien la posibilidad del
intercambio aunó a críticos y creadores, el evento teórico debió
incluir a muchos más teatristas que, sean locales o no, estaban
participando en la muestra. A pesar de algunos criterios
divergentes, que no menoscabaron el verdadero sentido del festival,
el mejor anfitrión fue el público de la ciudad sede, que respiró
nuevamente en las calles, cafés y, por supuesto, a la entrada de los
teatros, los aires de un festival nacional visiblemente necesario y
realmente sostenible.