De
acuerdo con el más estricto ordenamiento cronológico, se supone que
el ciudadano Roberto Fernández Retamar, natural del barrio La
Víbora, La Habana, Cuba, deba cumplir mañana, 9 de junio, 80 años de
edad.
Pero
el tiempo poético dice otra cosa. Habla de una criatura tan antigua
y tan joven como las voces que ha sumado a su voz. Esas que vienen
de Martí y Heredia, de Quevedo y Yeats, de Baudelaire y Rimbaud, de
Vallejo y Reyes, de Sindo y María Teresa, del Mío Cid y el Cantar de
los Cantares. O esas otras que van desplegando el velamen para
adelantar el futuro.
Desde la poesía comenzó a desafiar el tiempo, aun en aquellos
tremendos años de los primeros versos. Porque no todos comienzan con
un primer volumen, Elegía como un himno —por cierto, editado
por Tomás Gutiérrez Alea, quien todavía no era el cineasta enorme
que fue— en el que revela las claves nutricias de Rubén Martínez
Villena. Y no todos pueden blasonar de haber sido acogido en los
umbrales por lo mejor de la generación precedente, la de Orígenes,
con el magíster Lezama Lima a la cabeza.
Sus contribuciones originales al pensamiento cubano, a la
ensayística, a la cátedra se hermanan con su constancia en la
fundación y hechura de revistas, la gestión al frente de
instituciones culturales, el ejercicio de la diplomacia y una
sostenida e inclaudicable posición de principios.
El hilo conductor de esa obra y ese ejemplo está en la poesía.
Solo un poeta es capaz de sintetizar el parteaguas que representó en
la hoja de ruta de los cubanos el primero de enero de 1959, como lo
hizo Roberto con los versos de El otro: "Nosotros los
sobrevivientes / ¿a quiénes debemos la sobrevida? / ¿quién se murió
por mí en la ergástula, / quién recibió la bala mía / la para mí en
su corazón?..."
Solo una sensibilidad muy atinada podía haber vinculado la épica
cotidiana con el amor de todos los días como cuando dijo que "con
las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela..."
Duro, afilado, vigente, sigue siendo el epitafio a un invasor:
"Tu bisabuelo cabalgó por Texas, / Violó mexicanas trigueñas y robó
caballos / Hasta que se casó con Mary Stonehill y fundó un hogar /
De muebles de roble y God Bless Our Home. / Tu abuelo desembarcó en
Santiago de Cuba, / Vio hundirse la Escuadra española, y llevó al
hogar / El vaho del ron y una oscura nostalgia de mulatas. / Tu
padre, hombre de paz, / Sólo pagó el sueldo de doce muchachos en
Guatemala. / Fiel a los tuyos, / Te dispusiste a invadir a Cuba, en
el otoño de 1962. / / Hoy sirves de abono a las ceibas".
Tierna y delirante sigue siendo la lira que nos descubrió en
Felices los normales que "Los que no han sido calcinados por un
amor devorante, / Los que vivieron los diecisiete rostros de la
sonrisa y un poco más, / Los llenos de zapatos, los arcángeles con
sombreros, / Los satisfechos, los gordos, los lindos, / Los
rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí", poco o nada
tienen que ver con los sueños.
Sí señor, cómo no, Roberto, apasionado del béisbol y de los
boleros, está viviendo afortunadamente la juventud de su poesía en
los versos suyos que otros dicen de memoria, o que el mismo ha dicho
a dúo recientemente junto a Silvio en La Habana y México, y, por qué
no, en la poesía de esta tierra de poetas, de gente que se resiste a
caer, o que cae y se levanta, y se empina y crece como la misma
primavera de nuestro Roberto Fernández Retamar.