Esta otra primavera del poeta

Alguna vez he escrito sobre el estilo joven de la Revolución Cubana. Creo que un claro síntoma de esa incanjeable juventud es su alerta sensibilidad humanística, aun en medio del constante riesgo de agresión, aun con la vida nacional (y la de cada individuo) pendientes de un hilo. El enemigo no deja de recordarnos que Cuba es el volcán revolucionario de América Latina. A la vista está, sin embargo, que ese volcán, al menos, no es sólo fuego y lava; la Poesía reunida de Fernández Retamar es una muestra genuina de la poesía que asciende de su cráter. Mario Benedetti (1967)

PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu

De acuerdo con el más estricto ordenamiento cronológico, se supone que el ciudadano Roberto Fernández Retamar, natural del barrio La Víbora, La Habana, Cuba, deba cumplir mañana, 9 de junio, 80 años de edad.

Foto: Yander ZamoraPero el tiempo poético dice otra cosa. Habla de una criatura tan antigua y tan joven como las voces que ha sumado a su voz. Esas que vienen de Martí y Heredia, de Quevedo y Yeats, de Baudelaire y Rimbaud, de Vallejo y Reyes, de Sindo y María Teresa, del Mío Cid y el Cantar de los Cantares. O esas otras que van desplegando el velamen para adelantar el futuro.

Desde la poesía comenzó a desafiar el tiempo, aun en aquellos tremendos años de los primeros versos. Porque no todos comienzan con un primer volumen, Elegía como un himno —por cierto, editado por Tomás Gutiérrez Alea, quien todavía no era el cineasta enorme que fue— en el que revela las claves nutricias de Rubén Martínez Villena. Y no todos pueden blasonar de haber sido acogido en los umbrales por lo mejor de la generación precedente, la de Orígenes, con el magíster Lezama Lima a la cabeza.

Sus contribuciones originales al pensamiento cubano, a la ensayística, a la cátedra se hermanan con su constancia en la fundación y hechura de revistas, la gestión al frente de instituciones culturales, el ejercicio de la diplomacia y una sostenida e inclaudicable posición de principios.

El hilo conductor de esa obra y ese ejemplo está en la poesía. Solo un poeta es capaz de sintetizar el parteaguas que representó en la hoja de ruta de los cubanos el primero de enero de 1959, como lo hizo Roberto con los versos de El otro: "Nosotros los sobrevivientes / ¿a quiénes debemos la sobrevida? / ¿quién se murió por mí en la ergástula, / quién recibió la bala mía / la para mí en su corazón?..."

Solo una sensibilidad muy atinada podía haber vinculado la épica cotidiana con el amor de todos los días como cuando dijo que "con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela..."

Duro, afilado, vigente, sigue siendo el epitafio a un invasor: "Tu bisabuelo cabalgó por Texas, / Violó mexicanas trigueñas y robó caballos / Hasta que se casó con Mary Stonehill y fundó un hogar / De muebles de roble y God Bless Our Home. / Tu abuelo desembarcó en Santiago de Cuba, / Vio hundirse la Escuadra española, y llevó al hogar / El vaho del ron y una oscura nostalgia de mulatas. / Tu padre, hombre de paz, / Sólo pagó el sueldo de doce muchachos en Guatemala. / Fiel a los tuyos, / Te dispusiste a invadir a Cuba, en el otoño de 1962. / / Hoy sirves de abono a las ceibas".

Tierna y delirante sigue siendo la lira que nos descubrió en Felices los normales que "Los que no han sido calcinados por un amor devorante, / Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más, / Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros, / Los satisfechos, los gordos, los lindos, / Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí", poco o nada tienen que ver con los sueños.

Sí señor, cómo no, Roberto, apasionado del béisbol y de los boleros, está viviendo afortunadamente la juventud de su poesía en los versos suyos que otros dicen de memoria, o que el mismo ha dicho a dúo recientemente junto a Silvio en La Habana y México, y, por qué no, en la poesía de esta tierra de poetas, de gente que se resiste a caer, o que cae y se levanta, y se empina y crece como la misma primavera de nuestro Roberto Fernández Retamar.

 

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