ENTRONQUE DE PONCE, Cárdenas.— Tal vez por ser mujer y
aventurarse en el cultivo de tierras ociosas mediante la entrega de
tierras en usufructo, muchas personas la tildaron de loca; sin
embargo, los hechos atestiguan que Mery González Rodríguez es una
mujer bien lúcida.
"Todos
se escandalizaron cuando supieron que pretendía poner a producir un
pedazo de tierra plagado de marabú casi a mitad del camino entre
Cárdenas y el poblado de Coliseo. Tú no tienes la menor idea de lo
que vas a hacer, me decían. Pero no renuncié. Hice un compromiso
conmigo misma y mire usted, está hecho y ahora la gente se asombra
de lo que ve."
Con la ayuda de brazos amigos y de su familia, especialmente de
su esposo, en tres meses Mery echó abajo el marabú de unos seis
metros de altura que plagaba la caballería y media que ya es hoy
tierra productiva.
"Fueron días de mucha agitación. Tuve el apoyo del municipio y de
directivos de la Agricultura que confiaban en que yo sí podía. Le
pedí dinero prestado a las mil vírgenes pero a los 90 días de haber
empezado la limpieza comencé a sembrar, al tiempo que iba apartando
la postura de marabú que retoñaba."
Así fue como a los nueves meses, apenas sin recursos, esta
cardenense sencilla, de ojos pequeños y vivaces, ya había entregado
a Acopio más de 800 quintales de viandas y vegetales de ciclo corto.
"Este año pienso acopiar no menos de 2 500 quintales. Quiero
demostrarles a los demás que sí se puede producir, y que es además
algo vital para el país en estos momentos. Conozco gente que cogió
tierras y todavía las tiene llena de marabú. Claro, meter en cintura
campos como este no es nada fácil."
Aunque le molesta la confesión, Mery reconoce que no se consagró
a los estudios. "Tengo un octavo grado y malo. Lo mío es el campo, y
no solo para administrar; con el machete o con la guataca hay
trabajadores que no me siguen. Ellos me preguntan en broma qué
combustible uso, pues no descanso una vez que comienzo a trabajar
dentro del surco".
Su esposo Horacio Baeza no se aparta un instante de ella, quizás
para reconfortarla en las más duras labores del campo. Y cada día es
mayor su admiración por el espíritu de trabajo de su mujer, aun bajo
el sol abrasante de estos días. Tampoco le disgusta la rudeza de sus
manos callosas que también transmiten ternura. Las mismas manos que
labran un pedazo de tierra que estuvo ociosa durante muchos años, y
que le ayudaron a desmentir la creencia de que era una mujer
insensata. "No creo que a estas alturas nadie se atreva a decir que
estoy loca. Los cultivos, que se ven desde la carretera, son la
mejor prueba de mi lucidez".