Sumar siempre, sumar a todos y, sobre todo, a los jóvenes, ha
estado en el abecé de la Revolución cubana incluso antes de nacer,
en su concepción misma como obra colectiva imposible de construir
sin la participación real y consciente del pueblo y de esa
protagonista sine qua non de todo cambio que es la juventud.
Haga la prueba. Indague sobre una iniciativa para el rescate de
miles de jóvenes sin vínculo estudiantil ni empleo. Hasta quienes ya
peinan canas le hablarán de los Cursos de Superación Integral y
otros programas de estos años, sin reparar en que hace medio siglo y
con idéntico fin, surgieron las Brigadas Juveniles de Trabajo
Revolucionario (BJTR).
Curioso, ¿no? Y también revelador. Claro que las circunstancias
no son iguales ni tampoco las causas, pero sí el efecto motivador,
el propósito de salvar y ganar, y esa raigal e ilimitada confianza
en los jóvenes.
Volvamos atrás en el tiempo, hurguemos en la historia de aquel
movimiento juvenil. De Fidel fue la idea, hija, como muchas otras,
de su fe en el hombre, en sus infinitas posibilidades de crecer y en
el mejoramiento humano. Hizo pública la convocatoria el 27 de mayo
de 1960.
¿Qué hacer con los jóvenes que la Revolución halló sin estudios
ni un trabajo fijo? Había quienes los tildaban de marginales, "carne
de presidio", un peligro potencial, y quizá lo más fácil hubiese
sido dejar que la vida siguiera su curso y, cada cual, su camino.
¿Abandonarlos a su suerte? Ni pensarlo. ¿Atraerlos, sumarlos,
ganarlos? Eso sí, mas no con dádivas o promesas. Nunca fue "te vamos
a dar". La Revolución estaba en condiciones de ofrecerles becas y
oportunidades de estudio, de realización personal, pero los que
optaran debían hacer méritos y esforzarse para merecerlo.
A la distancia de 50 años, creo que el "gancho" fue, no tanto el
premio como la propia misión confiada a esos muchachos. Irse a vivir
durante meses en campaña, igual que los "barbudos" y nada menos que
en la Sierra Maestra, casi recién terminada la guerra, era toda una
aventura, a la cual se sumó el supremo desafío de subir cinco veces
el Pico Real del Turquino.
Para miles y miles de adolescentes y jóvenes —porque estamos
hablando de muchachos de 12, 13, hasta 18 y luego 25 años—, las
Brigadas fueron una puerta abierta, la oportunidad de descubrirse y
probarse a sí mismos, y darle un sentido, un propósito, una razón y
un destino mejor a sus vidas.
Llegaban a los campamentos casi niños y a casa volvían hombres
hechos y derechos, con disciplina, carácter y, también, instrucción,
porque no era solo el ejercicio físico, andar en el monte, subir y
bajar lomas. En esos meses recibían clases de Matemática, Español e
Historia y preparación militar, política y cultural, e igual
trabajaban duro, lo mismo en la reforestación, que la construcción
de caminos y escuelas o la electrificación de muchos poblados de las
serranías.
Organizadas por la Asociación de Jóvenes Rebeldes, las BJTR
fueron fragua de revolucionarios, escuela de cuadros y militantes de
la futura, Unión de Jóvenes Comunistas, y una experiencia
inolvidable, de esas que marcan, definen y dejan huellas para toda
la vida.
Aquellos muchachos hicieron historia. De pronto, todo el mundo
quería ser un "Cinco Picos".
Ellos supieron crecer y empinarse sobre sus años, echarse a
cuestas el escepticismo, la incomprensión, los prejuicios y hasta el
temor y la resistencia de sus padres y, contra viento y marea,
vencer.
Su destino prueba cuán feliz fue la idea de Fidel. Ingenieros,
maestros, médicos, diplomáticos, militares. Interminable sería la
lista de profesiones y, también, de misiones y responsabilidades de
dirección desempeñadas luego por muchos de ellos. Llegaron lejos y
muy alto, tanto como nuestro primer cosmonauta, el general de
brigada Arnaldo Tamayo Méndez, quien dice siempre con orgullo: "¡Yo
fui un Cinco Picos!"