Agradezco
mucho a España y al Canciller Moratinos, las condiciones que han
creado para esta Cumbre.
Recuerdo la primera cumbre Unión Europea-América Latina y Caribe,
en 1999, en Río de Janeiro. Reconocidos líderes europeos proponían
la idea de establecer una asociación estratégica birregional y entre
nuestros países había algunos optimistas. Curiosamente, Europa venía
de la Cumbre de la OTAN en que, frente a las llamadas amenazas
globales, se adoptaba una nueva doctrina que trataba a América
Latina y el Caribe como "la periferia euroatlántica".
En el 2004, en la cumbre Unión Europea-América Latina y Caribe de
Guadalajara, ya no quedaba ninguna esperanza sobre aquel sueño de
asociación estratégica.
Nadie podría culpar al gobierno ni a la cancillería española de
que esta Cumbre no deje muchos frutos.
En realidad, lo que separa fundamentalmente, a Europa y América
Latina y el Caribe no es el Océano Atlántico, sino nuestra
naturaleza diferente.
Del otro lado de la mesa, se encuentran las antiguas potencias
coloniales y de este, los que sufrimos la colonización y sus
consecuencias. Como resultado, ustedes son acreedores y nosotros
deudores. La crisis económica global se generó en los países
desarrollados, muchos de ellos europeos, y sus efectos ahora se
descargan sobre América Latina y el Caribe.
De nuestros países, viajan emigrantes a Europa, donde son
explotados y discriminados. Los flujos de comercio e inversión
demuestran que nuestros recursos siguen siendo extraídos para
financiar el desarrollo de Europa.
No se puede pedir a ningún país de América Latina y el Caribe que
sacrifique su desarrollo para avanzar hacia una economía de baja
emisión de carbono, mientras existe una brecha tecnológica y digital
entre nuestras regiones. No se puede olvidar que en países pobres se
deforesta para poder comer.
Ninguno de estos problemas los va a resolver el mercado. Solo
podremos encontrar un terreno común entre nuestras regiones con
mayor voluntad política de los gobiernos de Europa y con el
reconocimiento, en hechos y actos, de la deuda histórica que tienen
los europeos con nosotros.
Una Europa culta debería entender que sus patrones de producción
y consumo son irracionales y llevarán a la destrucción del planeta.
Debiera entender también que sin equidad y estabilidad en nuestros
países tampoco habrá, a la larga, prosperidad en Europa. Vamos todos
hacia el abismo, aunque algunos viajen en primera clase y otros en
clase económica.
Hace falta una nueva mirada de Europa hacia nuestra región. Deben
acostumbrarse a tratarnos como socios iguales, como a un conjunto de
más de 500 millones de habitantes que vive en una región con enormes
recursos y potencial. Las jóvenes generaciones de europeos han de
comprender, para desarrollar una nueva relación con Nuestra América,
que no somos ya el traspatio de los Estados Unidos, sino países
independientes e igualmente soberanos.