Los
que analicen la hoja fílmica de Marilyn Monroe, o recuerden al vuelo
algunos de sus títulos más significativos, se extrañarán de saber
que la actriz mantuvo correspondencia con autores de la talla de
Pier Paolo Pasolini, Somerset Maugham, Karen Blixen, Carson
McCullers y Norman Mailer, para mencionar solo algunos.
Vínculos con figuras de la literatura se le conocían dos: su
marido Arthur Miller y su gran amigo Truman Capote. ¿Qué hacía
entonces ese nada oscuro objeto del deseo fabricado por Hollywood
carteándose con el marxista italiano Pier Paolo Pasolini, un artista
con un mundo intelectual a años luz de la fulgurante estrella?
Sensual y alocada, pulida imagen cinematográfica de la mujer que
muchos hombres quisieran llevarse a la cama, cuando en 1955 se
filtró en la prensa una foto de la actriz leyendo en trusa el
Ulyses de James Joyce, una ola de burlas machistas la envolvió
desde los más diversos lugares del mundo: los mamíferos de lujo como
ella ni leían, ni escribían y, si pensaban, era muy poco.
En 1962, tras la muerte misteriosa de la Monroe, clasificada como
suicidio y con tantas páginas oscuras que se corre el riesgo de que
nunca les lleguen las luces necesarias, empezaron a conocerse
detalles acerca de sus inquietudes intelectuales y del afán de
superarse en el campo de la actuación, porque sabía que sus días
como bomba sexy estaban contados. Además, quería trascender por su
talento y no más por los escándalos.
Se había ido al mítico Actor's Studio de Lee Strasberg (forjador
de Brando, Newman y James Dean) y fue tanto el calor que encontró en
aquella escuela que nombró como beneficiario de su testamento al
admirado maestro. Entre las pertenencias luego heredadas se
encontraban textos y poemas escritos por Marilyn entre 1943 (con
solo 17 años de edad) y 1962. Hace un tiempo la viuda de Lee, Ana
Strasberg, entregó a un amigo de la familia esos textos y ahora se
anuncia que aparecerán publicados en inglés, francés y español en un
libro facsímile de 250 páginas.
Los diferentes editores se han apresurado en aclarar que el
propósito no es descubrir a una ¡Marilyn escritora! en todo el
sentido de la palabra (aunque talento tenía, coinciden), sino
demostrar que su mundo interior era mucho más sensible y complejo de
lo que muchos creyeron. Llama la atención que entre esos textos no
aparezca ninguno que haga referencia a la infancia torturada de la
actriz. En cuanto a la obsesión por el suicidio que algunos han
tratado de achacarle, se asegura que no hay recurrencia temática,
aunque sí un poema que empieza hablando de un posible intento desde
el puente de Brooklyn, para concluir con la certeza de que es un
lugar demasiado bonito para quitarse la vida.
Abundan las referencias a los autores famosos antes citados con
los que se carteaba (en especial la novelista Carson McCullers,
célebre por sus personajes solitarios e inadaptados) y también las
opiniones de los libros que leía, que según los editores eran
muchos. Como estado anímico predominante se señala una insospechada
veta melancólica, en especial cuando escribe sobre "el irremediable
paso del tiempo".
¡Marilyn escritora! Quizá no sea para tanto. Pero a partir de
esas intimidades sacadas a la luz se podrá tener una idea —viendo de
nuevo sus películas de rubia sensualista y con poco seso— cuán buena
era dejando de ser ella misma para asumir a la perfección el disfraz
que le impusieron.