El médico guatemalteco Rolando Pérez López cumple su última
jornada de trabajo en Haití, un país al que llegó cargado de
ilusiones y abandona convencido de haberle entregado lo mejor de sí,
reporta Prensa Latina.
Pérez, quien se graduó en 2006 en la Escuela Latinoamericana de
Medicina (ELAM), reconoció en exclusiva con Prensa Latina que la
experiencia haitiana ha marcado su vida, por encontrarse por primera
vez con una situación de emergencia.
Natural del departamento de Baja Verapaz, el galeno guatemalteco
volvió a su país nada más terminó su carrera, pero después regresó a
Cuba para hacer la especialidad de Medicina General Integral.
En el Hospital Pediátrico Pepe Portilla, de la occidental ciudad
de Pinar del Río, hacía Pérez su segundo año de pediatría, cuando lo
sorprendió la noticia del terremoto que asoló a Haití el 12 de enero
pasado.
El sismo dejó más de 220 mil muertos, 300 mil heridos, casi un
millón y medio de damnificados y un reclamo internacional de ayuda,
al cual se sumaron los médicos cubanos, unos desde acá y otros
llegados de Cuba.
"Llegué a principios de febrero, casi un mes después del
movimiento telúrico, pero quedé impactado. Nunca había visto algo
así y encontrarme con aquella situación me dejó perplejo y desde
entonces solo pensé en trabajar para aliviarle el dolor a este
pueblo", admitió.
El galeno guatemalteco nació un mes después del terremoto que
sacudió a su país en 1976, pero reconoce que solo supo del mismo por
las historias que escuchaba en su casa a personas que vivieron
aquellas escenas.
"Nada más me enteré de lo de Haití, me uní a un grupo de
compañeros y solicitamos a través de un documento, venir. Solo
intentamos cumplir con el principio de que somos médicos para
nuestros países, tal como aprendimos en la ELAM", recuerda.
Pérez, quien es bastante parco al hablar, recuerda que "cuando
llegó a Croix des Bouquets, el hospital de campaña se llenaba cada
mañana de niños, que llegaban en situaciones extremas: unos
deshidratados, otros con infecciones severas".
"Casi no tuve tiempo para dedicarme a nada más que a los
pacientes, a veces en días interminables, con enfermedades en la
piel, infecciones, que nunca vas a ver en Cuba y que cuando las
estudias, piensas que nunca te las vas a encontrar".
Para el doctor Pérez, "esos males que padecen los niños haitianos
no son consecuencia del terremoto. No, eso es algo crónico, que
viene de años y se ve que, entre otras cosas, la mala alimentación
los castiga mucho".
Para el médico centroamericano, la falta de orientación sanitaria
y las costumbres influyen sobremanera en la proliferación de muchos
de estos males.
"Por ejemplo, acá creen que cuando el niño nace tiene que pasar
varios días sin bañarse y eso ayuda a que aparezcan las infecciones.
Es difícil convencerlos de que están equivocados", comenta.
"El idioma fue una de las barreras más grandes al principio a la
hora de mostrarles cuál era el camino y también los hábitos que
arrastran desde decenas de años", admite.
El doctor Pérez, quien consulta al aire libre, reconoce haber
vivido una experiencia impresionante en tierras haitianas, un lugar
que aprendió a querer porque sus habitantes son agradecidos y
bondadosos.
En dos días regresa a Cuba, sin olvidar los partos improvisados,
las convulsiones, las situaciones extremas que vivió en esta nación
del Caribe, cuyos habitantes no entienden muchas veces que alguien
venga a ayudarlos sin cobrarles nada a cambio.