Alguien como Reniel de la Torre puede pasar inadvertido
fácilmente: un joven más, en pantalón corto, pulóver y gorra. Es
solo parte del pueblo. Sin embargo, en su caso, sencillez y orgullo
no se contradicen. A este muchachón de 21 años le llena de
satisfacción poder cumplir dos grandes misiones.
Consigue hacer rendir su finca de 13 hectáreas en la Cooperativa
de Créditos y Servicios Fortalecida Rigoberto Corcho, en Artemisa,
provincia de La Habana. Junto con otro campesino, siembra boniato,
cultiva malanga, prevé destinar algunas tierras al plátano…
"Presto mis servicios en una tarea trascendental para el país
como la producción de alimentos. Y ahora tuve también la oportunidad
de votar: a pesar de lo que algunos se empeñan en repetir, nuestras
elecciones son de las más limpias que existen en el mundo, un
proceso sin trampas ni marañas. No votamos por un candidato impuesto
ni por quien más dinero tenga, sino por quien decida el pueblo".