Sudáfrica y las zancadillas en el camino al Mundial

AIDA CALVIAC MORA

Sudáfrica ya se declaró lista para asumir con dignidad su condición de primera sede africana de un Mundial de Fútbol; sin embargo, las mentalidades más elitistas, que se rehúsan a la idea del éxito fuera del Primer Mundo, se han propuesto enlodar ese gran momento.

Foto: ReutersEl presidente Jacob Zuma llamó a los sudafricanos a no dejarse llevar por quienes alimentan el odio racial.

Primero fueron los llamados al boicot, luego, los constantes rumores sobre un posible traslado del torneo debido a retrasos en la construcción de los estadios y problemas de seguridad.

Hoy, cuando son visibles los resultados de las inversiones en la infraestructura, tanto deportiva como de transporte, y la reducción de las cifras de criminalidad, hurgar en viejas heridas, aún por cicatrizar, parece un último intento desesperado de desacreditar a los organizadores.

Para esa campaña viene como anillo al dedo el asesinato de Eugene Terreblanche, dirigente del partido ultraconservador AWB (Movimiento de Resistencia Afrikánder, por sus siglas en Inglés) y conocido desde finales de los ochenta por liderar a la minoría que se oponía al fin del apartheid. Lo que, según fuentes policiales, fue el trágico desenlace de una disputa del granjero con dos de sus trabajadores —a los que se negó a pagar el salario—, ha sido magnificado por los medios y la ultraderecha, dándole al incidente calculados tintes políticos y raciales dentro de una sociedad todavía en pleno proceso de reconciliación.

Los seguidores de Terreblanche juraron venganza e incitaron a los países que participarán en la cita futbolística de junio próximo a no enviar a sus equipos, alentando la prefabricada tormenta política (y mediática).

Decenas de militantes del AWB, la mayoría armados, se congregaron frente a la granja de Terreblanche, en Ventersdorp (noroeste), portando banderas de la ex república bóer —descendientes de colonos holandeses, que dominaron el país hasta la caída del régimen segregacionista. "Nosotros no somos racistas, pensamos simplemente que cada uno debe estar con los de su raza", dijo el secretario general de la organización, Andrei Visagie, quien adelantó que sus afiliados no reaccionarán de manera inmediata, pero que el 1ro. de mayo decidirán en una reunión cómo "vengar" la muerte.

También se registraron disturbios en las afueras de la Corte en Ventersdorp, cuando se presentaban los cargos contra los dos campesinos acusados del crimen.

Ante tales reacciones, el presidente, Jacob Zuma, en una declaración oficial calificó el homicidio como un acto terrible y pidió a los sudafricanos "no permitir que agentes provocadores se aprovechen de esta situación incitando el odio racial".

Otras fuerzas políticas del país se sumaron a su llamado a la cordura.

Helen Zille, dirigente de Alianza Democrática, principal partido de la oposición, puntualizó que "ahora más que nunca debemos resistirnos a la polarización racial y seguir construyendo un espacio no racial de la gente que quiere un futuro pacífico y próspero para todos".

El vicepresidente del Instituto Sudafricano de Relaciones Raciales, Lawrence Sclemmer, advirtió que "no hay ninguna razón para que estas cosas, por muy trágicas que sean, afecten a la seguridad de los aficionados o a los jugadores durante el Mundial".

El país anfitrión ya ha dado muestras previamente de su capacidad organizativa, la última de ellas durante la Copa FIFA Confederaciones 2009 en las ciudades de Port Elizabeth, Bloemfontein, Johannesburgo, Pretoria y Rustenburg. Aún así, continúa siendo centro de atención, cuestionamientos y zancadillas, y al parecer solo después de terminado el Mundial concluirá una evaluación tan selectivamente rigurosa.

Mientras se ventilan asuntos que nada tienen que ver con el deporte, las esperanzas de todo un continente van concretándose en Sudáfrica, dispuesta a defender su Mundial, y con él hacer realidad otro de los sueños de Mandela.

 

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