Mucho tiempo, demasiado, sin una película de ficción sobre José
Martí y ahora llega la primera, que quizá no sea precisamente la que
algunos pudieran estar esperando a partir de viejas formulaciones
establecidas por cinematografías del mundo, en lo concerniente a la
plasmación de los héroes patrios.
Un José Martí de doce años de edad que le teme a los ladridos de
un perro, y se deja vapulear por unos matoncitos de escuela, y se
estremece ante la visión casual de un seno, y apenas se atreve a
alzar la mirada frente a la imagen implacable del padre¼
tendré que explicárselo a mi hija de nueve años y con ello
remarcarle que detrás de tantas fotos y monumentos de bronce y
pedestales de piedra hubo un ser sensible, ¡de carne y hueso! como
ella misma, un niño que se fue transformando y enriqueciendo a tono
con los reclamos éticos de su tiempo.
A no pocos extrañó que Fernando Pérez, apostando en sus últimas
entregas a un cine experimental y tan poético como polémico,
aceptara el encargo de llevar a José Martí a las pantallas como
parte de una coproducción entre las cinematografías de Cuba y
España. Ya se sabe del riesgo que suelen traer esos empeños
históricos, una buena parte de los cuales terminan siendo, a causa
de sus imponderables biográficos, una suerte de estampas ilustradas
de momentos culminantes del prócer seleccionado.
José Martí, el ojo del canario, retratada por el ya
imprescindible Raúl Pérez Ureta, se destaca por su factura, en la
cual se aprecia una ambientación de la Cuba colonial pocas veces tan
bien plasmada en el cine cubano. Fernando Pérez, autor él mismo del
guión, demuestra que no basta con tener sensibilidad e imaginación
para ser un buen director. Llegado el momento de realizar una
película profesional como "marcan las reglas" de la composición
dramática más al uso, entrega un producto competitivo y reafirma su
oriflama de maestro, pero al mismo tiempo se guarda la opción de
seguir siendo polémico, aunque por otra vertiente, porque lo que se
trae entre manos es confrontar el Martí que cada cubano lleva
adentro con el Martí niño y adolescente que él concibe.
Aunque se realizó un profundo trabajo investigativo para el
filme, se sabe que la etapa de formación de lo que luego sería el
Martí más próximo a nosotros ––el del exilio, la conspiración y la
guerra–– se ubica en una zona de muchas interrogantes sin
respuestas, debido a que no quedaron testimonios.
¿Cómo era aquel niño, qué lo motivaba, cuál era su comportamiento
en medio de una sociedad de amos y esclavos y en el ámbito de una
familia regida por la mano enérgica de Don Mariano, su padre español
atrapado en la encrucijada de quien desea mantenerse fiel a la
Corona y al mismo tiempo ve formarse en su hijo al mayor enemigo de
ella?
En cualquier obra de ficción, llegado el momento de concebir
personajes y conflictos, el artista pasa a ser un demiurgo. Pero en
el caso que nos ocupa, ese dios repartidor de vidas y matices se las
tiene que ver con el Martí grandioso, el que nos conmueve al leerlo,
o viéndolo cargar a su hijo; el Apóstol, como se le decía más antes
que ahora, de quien todo el mundo se imagina algo bueno, de ahí que
...el ojo del canario puede ser un filme polémico, pero
altamente significativo por cuanto la sustancia histórica y
artística en que se basa no responde al invento caprichoso de una
vida matizada de pespuntes terrenales, sino a una interpretación muy
particular del director después de interiorizar una época con sus
personajes reales.
Conmueve ese Martí niño-adolescente (Damián Antonio Rodríguez
Vidal y Daniel Romero Bildaín, reveladores) descubriéndole luces a
la vida, y emociona la película al describir el pulso patriótico y
las contradicciones de aquellos días, y en sentido general las
actuaciones son magníficas, con Rolando Brito en el papel de Don
Mariano, el padre, y Broselianda Hernández tejiendo una muy
convincente Doña Leonor Pérez, la madre.
También hay aspectos discutibles, como el de la pronunciación
general que se adopta, tratando de alejarse de los tonos castizos, y
el personaje demasiado "cinematográfico" en su concepción de
simpatía que encarna Manuel Porto, bueno su desempeño, pero con una
marcada tendencia los hechos a darnos la visión del "gallego bueno",
e igualmente para tener en cuenta el tono idiomático prevaleciente
en la discusión que se sostiene en el aula entre los jóvenes
estudiantes (muy al estilo de nuestros días ese desenfado verbal,
quizá a propósito ) y que da pie a que Martí diga que democracia
verdadera es la de Céspedes en la manigua.
Tarde nos llega este Martí y ojalá los otros nos sean un
propósito demasiado lejano en el tiempo.
Pero para superar a este ojo del canario, habrá que
pulirla.