Amarilyda
Domínguez Puente, educadora guantanamera de 75 años de edad, de
ellos 57 dedicados ininterrumpidamente a la formación de las nuevas
generaciones, asegura que para ella no existe el vocablo jubilación
en los diccionarios.
Mientras la salud me acompañe continuaré dando mi aporte a la
Revolución, expresa con firmeza esta mujer, todo un símbolo entre
los educadores del territorio.
Sus evocaciones la trasladan instintivamente al primero de
febrero de 1953, cuando vivió su experiencia inicial como maestra en
la extinta Academia Ignacio Agramonte, en esta ciudad.
De su extensa hoja de servicios rememora especialmente sus
momentos como profesora voluntaria de combatientes del Ejército
Rebelde, en el antiguo escuadrón 16 de Guantánamo; su labor como
alfabetizadora en el poblado de Jamaica y como asesora técnica de
esa campaña, que trajo la luz de la instrucción a cientos de miles
de cubanos.
Escuelas insignes del territorio, como la Rafael Orejón, la
antigua Luis Ramírez López, la Inti Peredo, pero sobre todo la
Secundaria Básica Urbana Pedro Agustín Pérez, han sido prestigiadas
con el magisterio de Domínguez Puente.
En esa última instalación, donde labora desde 1983, ahora como
profesora de noveno grado, Granma dialogó con Amarilyda.
¿Tanto ama la profesión que a los 75 años no piensa en jubilarse?
"No hay una tarea más bella y de mayor trascendencia que la de
enseñar. La educación es el pilar de la sociedad y a ella se deben
las demás profesiones. Lo digo con el mayor respeto hacia las
restantes carreras. Es por eso que aún no pienso en jubilarme".
A cada paso que da recibe el afecto y el agradecimiento de las
personas a quienes enseñó. Para ella es un reconocimiento de valor
inestimable el tener ahora como compañeros de trabajo a profesores
que educó, o como alumnos, a nietos de personas a las que les
impartió clases.
¿Qué otras motivaciones le ha dado el magisterio?
"La instrucción. La posibilidad de contribuir con la formación de
niños, jóvenes y adultos. El placer de sentirme útil, de saber que
mi trabajo es importante para los demás. Lo otro es el respeto y la
admiración de mucha gente.
"Esta profesión me ha permitido recibir las medallas Por la
Educación Cubana, de Alfabetizadora, Rafael María de Mendive,
Maestros Voluntarios, 40 Aniversario de las FAR y la Pepito Tey, así
como sellos, certificados y diplomas. Por todo lo anterior, en
diciembre del pasado año, en ocasión del aniversario 139 de la
proclamación de Guantánamo como villa, se me otorgó La Fama, símbolo
de la ciudad".
Actualmente cursa el quinto año de la Licenciatura como Profesora
General Integral (PGI) en la Universidad de Ciencias Pedagógicas, en
la sede de la Rafael Orejón Forment. "Si las facultades físicas y
mentales me siguen acompañando cuando la concluya, este curso,
aspiro a...
¡Una maestría en Ciencias de la Educación!
"Aprender es una necesidad de todos los días. El conocimiento
nunca sobra. En mis estudios para PGI aprendí muchas cosas que
desconocía no obstante mi experiencia de más de 50 años como
profesora, sobre todo a partir de la disponibilidad de los medios
audiovisuales y de las propias transformaciones que se operan en la
Educación cubana.
"Respeto el actuar de quien volvió a las aulas una vez jubilado.
Pero parto del deber que significa educar, de la deuda que los
educadores y todos los cubanos verdaderos tenemos con esta obra
hermosa que es la Revolución, a la que siempre le seré
incondicional".
Considera que así le rinde tributo a la profesión y a la herencia
familiar. Su bisabuela y abuela paterna, dos tías, el padre y el
esposo (Orlando Figuera Fulleda, ya fallecido), fueron pedagogos.
Para todos, los alumnos han sido motivación y razón principal de sus
vidas.