21 de marzo – Día Internacional de Lucha contra la Discriminación Racial

Memoria de una ignominia

PEDRO DE LA HOZ
 

En el debate de ideas en torno a la historia y el destino de la nación cubana, suele extremarse por determinadas personas, en estos tiempos, una tendencia a la hora de revisar la vida republicana en el transcurso de 1902 a 1959. Es la de quienes de manera directa a veces y otras con disimulo, se adscriben a los sueños de restauración del viejo orden, disfrazados bajo el palio de su rechazo al proyecto socialista que hemos alentado, en medio de numerosos obstáculos y agresiones durante el último medio siglo.

Solo el 19% de los empleados públicos era negro o mestizo.

La frustración en aquellos años de la República pensada por José Martí, a consecuencia del intervencionismo imperial y los intereses de las cúpulas favorecidas por este, fue un hecho innegable. La endémica penuria económica de las mayorías, la corrupción de la política, los frecuentes desmanes contra la población y la injerencia de Estados Unidos en los asuntos internos, gravitaron sobre la crisis republicana a tal punto que se hizo necesario revertir el curso de la historia mediante la lucha revolucionaria.

¿Quiere esto decir que hay que hacer tabla rasa de la República en su conjunto? ¿Negar realizaciones de muy diverso grado? Un análisis objetivo de aquellos años no debe conducirnos a desconocer la complejidad de los procesos históricos, pero tampoco a celebraciones nostálgicas o irreales. Como la que pretende tejer una ficción acerca de las oportunidades de ascenso social de los negros y mestizos. Se trata de una invención calculada. Si bien los portavoces de esa ficción reconocen —no pueden dejar de hacerlo— la existencia de la discriminación racial a lo largo de la etapa, abonan el campo de la especulación acerca de que tal status estaba por ser superado. Algunos han llegado a sostener que, en efecto, la Revolución favoreció el acceso social de los negros a las instituciones educativas y laborales, pero que en la República, antes de 1959, se abrió un camino de avance para los negros, y que ese sendero se encaminaba hacia la integración, más temprano que tarde. Prácticamente nos dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Una aguda observación del poeta Víctor Fowler apunta a comprender cierta lógica preexistente que pretende servir de justificación para esa visión edulcorada. El también ensayista parte de la situación social de negros y mestizos tras la represión brutal del movimiento Independientes de Color, que puso en crisis "el mito de la fraternidad racial cubana". Fowler expone lo siguiente:

Es el presente el que nos dice que apenas hubo cubanos de raza negra entre las figuras principales o como miembros del cuerpo diplomático de cualquiera de los gobiernos republicanos; que escasamente entraron de modo masivo a trabajar en las grandes cadenas de tiendas o en las compañías eléctrica o en las refinerías; que tampoco ocuparon puestos directivos en los centrales azucareros y mil evidencias más del racismo visceral de las élites cubanas. Contrario a ello, en el pasado, centenares de miles de cubanos negros creyeron e intentaron, con toda su buena fe, ascender en la pirámide de una sociedad clasista mediante el trabajo propio e invirtiendo cuanto podían para la educación de los hijos, convencidos de que la superación del nivel cultural iba a garantizarles el mejoramiento.

Pero cuando se analiza con detenimiento y a profundidad la época, advertimos una enorme brecha entre el deseo y la realidad. La posibilidad de ascenso solo fue mera ilusión. Uno de los más consistentes estudiosos de la problemática racial en Cuba, Esteban Morales enmarca con justeza las coordenadas legales y sociales de la etapa:

La República consideraba a los negros como ciudadanos desde 1901, según constaba en el artículo Undécimo, Sección IV de la carta magna, pero en la práctica ello chocaba con los intereses clasistas y los prejuicios raciales, que no diferenciaban mucho la situación de la existente durante el período colonial. De modo que las personas no blancas continuaban siendo uno de los grupos más marginados por la sociedad burguesa, al formar este parte en su inmensa mayoría de los sectores sociales más humildes y pobres del país. Al mismo tiempo, los amos extranjeros y los cubanos blancos gobernantes empleaban la ideología racista junto con el mito de igualdad racial, heredado del nacionalismo para subordinar y reprimir a los negros y mestizos, junto a la insistencia por ocultar, manipular y hacer olvidar el pasado glorioso que había tendido a unirlos durante la contienda por la independencia.

La posibilidad de ascenso social para los integrantes de la clase negra en la época, fue solo mera ilusión.

La marginación del negro en la República nunca dejó de ser un hecho manifiesto. Fue así que apenas a un mes de la proclamación formal del nacimiento del nuevo Estado, un grupo de veteranos negros licenciados del Ejército Libertador constituyó un comité para denunciar la discriminación que sentían en carne propia.

En 1929 Nicolás Guillén escribió:

¿Cuáles son los problemas de la raza de color, hoy en la República de Cuba? ¿Es que después de dos grandes revoluciones contra España y después de la instauración de una Patria libre (¼ ) puede haber una cantidad de cubanos (¼ ) que se sienta diferenciada de la otra?

En 1943, según el Censo, el 71,9% de propietarios, gerentes y altos empleados era blanco, el 18,5% extranjero y solo el 9,6% negro y mestizo. En ese propio documento se consigna que entre los empleados públicos el 80% era blanco, el 1% extranjero y el 19% negro y mestizo. Entretanto el 63,6% de empleados domésticos (léase sirvientes, criadas y lavanderas) lo integraban las eufemísticamente llamadas personas de color.

Si nos atenemos a la exhaustiva información contenida en el excelente libro de Guillermo Jiménez Los propietarios en Cuba, 1958, solo aparecen fichados un exiguo número de mestizos —algunos con papeles de blancos— en la lista.

La memoria de esas seis décadas no puede obviar la división del parque de Santa Clara en dos paseos, uno para blancos, otro para negros; la bola negra que se interponía en los clubes de la aristocracia cuando pretendía ingresar alguien sobre el que recayera la más mínima sospecha de no tener "sangre limpia"; la prohibición del acceso a determinados espacios públicos.

Las desventajas materiales acumuladas, la suma de las pesadas herencias de la Colonia y la República y la persistencia de la subjetividad social discriminatoria racial, fueron advertidas por Fidel Castro como un enorme reto que debía enfrentar el poder revolucionario. Así lo manifestó tempranamente el 25 de marzo de 1959 en una comparecencia televisiva:

El problema de la discriminación racial es, desgraciadamente, uno de los problemas más complejos y más difíciles de los que la Revolución tiene que abordar. El problema de la discriminación racial no es el problema del alquiler, no es el problema de las medicinas caras, no es el problema de la Compañía de Teléfonos, no es ni siquiera el problema del latifundio, que es uno de los problemas serios que nosotros tenemos que encarar.

Quizás el más difícil de todos los problemas que tenemos delante, quizás la más difícil de todas las injusticias de las que han existido en nuestro medio, sea el problema que implica para nosotros el poner fin a esa injusticia que es la discriminación racial, aunque parezca increíble.

Hay problemas de orden mental que para una revolución constituyen valladares tan difíciles como los que pueden constituir los más poderosos intereses creados. Nosotros no tenemos que luchar solamente contra una serie de intereses y de privilegios que han estado gravitando sobre la nación y sobre el pueblo; tenemos que luchar contra nosotros mismos, tenemos que luchar muy fuertemente contra nosotros mismos.

Este 21 de marzo, cuando se conmemora el Día Internacional de Lucha contra la Discriminación Racial en un mundo donde la xenofobia y el racismo corroen el tejido de no pocas sociedades —basta echar un vistazo a esa Europa donde se desata el odio al inmigrante—, Cuba exhibe un expediente a favor de la dignidad humana que ya muchos quisieran, sin que por ello dejemos de accionar contra prejuicios enraizados y ostensibles insuficiencias. Se trata de una batalla que habremos de completar.

 

| Portada  | Nacionales | Internacionales | Cultura | Deportes | Cuba en el mundo |
| Opinión Gráfica | Ciencia y Tecnología | Consulta Médica | Cartas | Especiales |

SubirSubir