Con
su Camerata, Zenaida Romeu no solo ha conseguido un organismo
preciso y dúctil a la vez, sino también un reflejo de su
sensibilidad. La más reciente entrega del ensemble en el teatro
Amadeo Roldán confirmó ese rasgo. La empatía de las muchachas con el
acordeonista italiano Antonio Peruch y la pianista uruguaya Polly
Ferman legó al auditorio la huella de una jornada memorable, bajo el
signo del tango renovado por Astor Piazzolla y su seguidor Daniel
Binelli.
La
única excepción en el repertorio consistió en el estreno mundial del
Concierto para acordeón y orquesta de cuerdas, del canadiense
Allan Gigilland, presente en la audición. El compositor, estimulado
por el extraordinario despliegue técnico-expresivo de Peruch —un
verdadero demiurgo en la interpretación de un instrumento que ha
elevado a categoría clásica—, concibió una obra donde el lucimiento
del solista sobrepasa el eclecticismo del lenguaje y los devaneos
estructurales.
El resto del programa tomó la brújula del sur, con los inspirados
temas de ese Piazzolla que creía "en la armonía, los ritmos, el
contrapunto de dos o tres instrumentos que es hermoso" y pensaba que
"mientras más se pinta a la aldea, más se pinta el mundo", y en ese
Binelli que explicó alguna vez que en el puente entre la tradición
de Pugliese y la innovación de Piazzolla estaba la expresión sonora
del alma argentina.
Peruch, la Ferman y Zenaida dejaron en el aire la sensación de
que la música es un arte de sugerencias, más que de afirmaciones; de
imágenes más que de contundencia.