|
|
|
El pueblo cubano sabrá resistir y sabrá vencer
cualquier agresión ¡Patria o
Muerte!
Fragmentos de las palabras pronunciadas por el
Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Ministro del Gobierno
Revolucionario, en las honras fúnebres de las víctimas de la
explosión del barco La Coubre, en el Cementerio de Colón, el 5 de
marzo de 1960.
Y es bueno que se diga, que lo digamos de una vez hoy aquí, en
estos instantes en que venimos a depositar en las tumbas a un número
considerable de soldados y de obreros y de ciudadanos que ayer
estaban como estamos nosotros hoy —que quién sabe las veces que nos
encontramos con ellos en los centros de trabajo, o en las
concentraciones públicas, o nos encontramos con ellos en las
instalaciones militares, o nos encontramos con ellos en las zonas de
operaciones; que quién sabe cuántas veces, como ustedes, aplaudían y
vivían llenos de las nobles ilusiones que la Revolución ha
despertado en cada cubano humilde—; cuando venimos en luctuosa
peregrinación a llevar sus restos a las tumbas, tranquilamente,
serenamente, como quienes cumplimos un deber doloroso y lo sabemos
cumplir, y lo sabemos cumplir abnegadamente, y lo sabemos cumplir
sabiendo que mañana podemos ser otros, como ellos lo fueron ayer, y
como otros lo fueron antes que ellos —porque los cubanos hemos
aprendido a mirar la muerte serenamente y sin inmutarnos, porque los
cubanos hemos adquirido un sentido real de la vida, que empieza por
considerarla indigna cuando no se vive con libertad, cuando no se
vive con decoro, cuando no se vive con justicia, cuando no se vive
por algo, y por algo grande como están viviendo los cubanos en este
momento—; aquí, en este acto, ante estos muertos producto de quién
sabe qué manos asesinas, digamos de una vez que nosotros no le
tenemos miedo a ninguna tropa de desembarco en este país, que
nosotros no esperaremos un segundo en tomar nuestros fusiles y en
ocupar nuestros puestos, sin pestañear y sin vacilar, ante cualquier
tropa extranjera que desembarque en este país; que nosotros, es
decir, el pueblo cubano, sus obreros, sus campesinos, sus
estudiantes, sus mujeres, sus jóvenes, sus ancianos, hasta sus
niños, no vacilarán en ocupar sus puestos tranquilamente, sin
inmutarse y sin pestañear siquiera, el día que cualquier fuerza
extranjera ose desembarcar en nuestras playas, venga por barco o
venga en paracaídas, o venga en avión, o venga como venga y vengan
cuantos vengan.
La
contundente denuncia de Fidel aquel 5 de marzo de 1960.
Y es bueno que lo digamos sin alarde, como quienes están
decididos de verdad a hacer lo que se promete. Y si alguien lo
hubiera podido dudar, el día de ayer era como para demostrárselo
para siempre al más pesimista. Quien haya observado al pueblo en el
día de ayer, quien haya visto aquel episodio a la vez maravilloso y
dantesco, quien haya visto cómo las multitudes avanzaban hacia el
fuego, cómo avanzaban los soldados, los obreros, los policías, los
marinos, los bomberos, las milicias, cómo avanzaban hacia aquel
lugar de peligro, cómo avanzaban hacia aquel lugar de muerte, sin
inmutarse; quien haya visto lo que ayer hicieron los cubanos; quien
haya visto a los soldados y al pueblo avanzar hacia el peligro para
rescatar a los heridos, para rescatar a las víctimas en un barco
ardiendo, en una zona que estaba ardiendo, cuando no se sabía
cuántas explosiones más iban a ocurrir; quien haya sabido de
aquellas oleadas, barridas por las explosiones, que murieron no en
la primera, sino en la segunda explosión; quien haya visto al pueblo
comportarse como se comportó ayer; quien haya visto al pueblo
dirigir el tráfico; quien haya visto al pueblo establecer el orden;
quien haya visto al pueblo avanzar sobre aquella explosión que
dejaba tras de sí como un hongo, que recuerda el hongo de las
explosiones nucleares; quien haya visto al pueblo avanzar hacia
aquel hongo sin saber de qué se trataba, puede estar seguro de que
nuestro pueblo es un pueblo en condiciones de defenderse; es un
pueblo capaz de avanzar hasta contra los hongos de las bombas
nucleares.
Y eso ocurrió ayer. No es un invento de la fantasía; es una
realidad que todo el pueblo presenció, es una realidad que hemos
tenido que pagar con docenas de vidas valiosas; de hombres que
cayeron cuando iban a salvar a sus compañeros, que dieron sus vidas
tranquila y serenamente para salvar las vidas que estaban
aprisionadas entre los hierros retorcidos de aquel barco, o entre
los escombros de los edificios; de bomberos que avanzaban sin
inmutarse a apagar edificaciones repletas de explosivos. Quien haya
visto escenas como las de ayer, quien sepa de un pueblo tan digno y
tan viril y tan generoso y tan honesto como el pueblo nuestro, tiene
derecho a saber que es un pueblo que se defenderá de cualquier
agresión.
¡Ojalá los que perturbados en el más elemental sentido común se
atreven a considerar como posible cualquier género de invasión a
nuestro suelo, comprendan la monstruosidad de su equivocación,
porque nos ahorraríamos muchos sacrificios! Mas si ello ocurriera,
por desgracia, pero sobre todo para desgracia de los que nos
agredieran, que no les quede duda de que aquí, en esta tierra que se
llama Cuba; aquí, en medio de este pueblo que se llama cubano, habrá
que luchar contra nosotros mientras nos quede una gota de sangre,
habrá que pelear contra nosotros mientras nos quede una gota de
sangre, habrá que pelear contra nosotros mientras nos quede un átomo
de vida. Nosotros nunca agrediremos a nadie, de nosotros nadie nunca
tendrá nada que temer, pero quien nos quiera agredir debe saber sin
temor a equivocarse que con los cubanos de hoy —que no estamos en el
año 1898, ni en 1899, que no estamos a principios de siglo, que no
estamos en la década de 1910 ó de 1920 ó de 1930—, con los cubanos
de esta década, con los cubanos de esta generación, con los cubanos
de esta era —no porque seamos mejores, sino porque hemos tenido la
fortuna de ver más claro, porque hemos tenido la fortuna de recibir
el ejemplo y la lección de la historia; la lección que costó tantos
sacrificios a nuestros antepasados, la lección que costó tanta
humillación y tanto dolor a las generaciones pasadas; porque hemos
tenido la fortuna de recibir esa lección—, con esta generación hay
que pelear, si nos llegan a agredir, hasta su última gota de sangre,
con los fusiles que tengamos, con los fusiles que compremos, que le
compremos al que nos los venda, sencilla y llanamente, con las balas
y las armas que compremos donde mejor nos parezca y con las armas
que nosotros sabemos quitarles a los enemigos cuando estamos
peleando.
Y sin inmutarnos por las amenazas, sin inmutarnos por las
maniobras, recordando que un día nosotros fuimos 12 hombres
solamente y que, comparada aquella fuerza nuestra con la fuerza de
la tiranía, nuestra fuerza era tan pequeña y tan insignificante, que
nadie habría creído posible resistir; sin embargo, nosotros creíamos
que resistíamos entonces, como creemos hoy que resistimos a
cualquier agresión. Y no solo que sabremos resistir cualquier
agresión, sino que sabremos vencer cualquier agresión, y que
nuevamente no tendríamos otra disyuntiva que aquella con que
iniciamos la lucha revolucionaria: la de la libertad o la muerte.
Solo que ahora libertad quiere decir algo más todavía: libertad
quiere decir Patria. Y la disyuntiva nuestra sería: ¡Patria o
Muerte! [...] |
|
|