Fue una de esas tardes mágicas, que no es posible recordar sin
esbozar una sonrisa. Sin tener la impresión grata e ineludible de
haber participado de una fiesta innombrable.
César como es habitual abusó todo lo que quiso de su vasta y
elogiada memoria, en una de esas presentaciones antológicas a que
nos tiene habituados. Así de manera calmada, precisa, coherente y
haciendo gala de una gran variedad de recursos, fue de lo solemne a
lo humorístico con esa gran clase de los que no precisan para
hacerse entender de espectaculares malabarismos del lenguaje o de
inútiles dilaciones, y valiéndose de pasajes y anécdotas
relacionadas con Lezama y Retamar, algunas de ellas no conocidas,
nos introdujo en la casa de la calle Trocadero donde vivió Lezama
hasta su muerte y nos rodeó de sus cercanos e incondicionales
amigos, pero sobre todo nos mostró al ser humano cubanísimo y
pícaro, que fue este viajero inmóvil, el de los imaginarios parajes
exóticos y las comidas abundosas, que nunca dejaron de estar
presentes en sus fabulaciones y gustos.
Después tocaría el turno a ese gran poeta y conversador que es
Roberto Fernández Retamar, que nos narró y actuó, sin proponérselo,
toda una suerte de peripecias de él y su esposa Adelaida,
relacionadas con Lezama, su fina ironía y su proverbial glotonería.
No le costó mucho al público presente imaginar a Don José atacar
previamente a la cena, aquel cartucho repleto de empanadas, que le
permitirían llegar sin ansiedad algo más tarde a la comida y
completar la hartura con los platillos y manjares deliciosos del
restaurante Cantón, cercano a su casa, y del que eran asiduos estos
amigos, tan aficionados a la buena mesa.
Más tarde vendrían los poemas de Roberto, con esa especial manera
que tiene de decir, en la que se conjugan de manera impresionante la
energía y la ternura, para sin esfuerzo, como lo hace posible solo
la poesía verdadera, cautivar a un auditorio, donde los amigos se
mezclaban con los seguidores del poeta, en un todo indivisible, por
lo compacto de la unión que nace de la atención y el respeto a una
obra que ya roza la frontera de la leyenda.
Allí estaban, Adelaida de Juan compañera eterna de Roberto, Pablo
Armando Fernández, Nancy Morejón, Alex Pausides, Waldo Leyva y la
inefable Margarita, su esposa y musa. Lina de Feria, Basilia
Papastamatiu, Maykel Paneque, la argentina Graziela Araoz presidenta
de la Unión de Escritores de su país y luego de haber concluido su
desempeño como jurado de poesía del Premio Casa de las Américas,
entre otros amigos y escritores, rindiendo merecido tributo al
creador de Paradiso en sus primeros 100 años, y a Roberto y a
César por darnos ese día con su presencia, sus palabras y
evocaciones, esa necesaria alegría de saber que estamos vivos. Todo
con la presencia diligente de Raisa Teresa del Campo Rodríguez y
Elena García de la Rosa, responsables de la buena organización del
acto auspiciado por la filial provincial de libro en Ciudad de La
Habana.
Solo nos queda ahora esperar y conservar la esperanza de que
siempre habrá alguna ventana rosada a la que acudir, para descansar
y asomarnos a los senderos que se vislumbran en lontananza y que
este año nos conducirán sin rodeos o extravíos, a los predios de
Dora Alonso, Juan José Arrom, José Angel Buesa, Angel Augier y
Miguel Hernández cuyas vidas y caminos se cruzan y se mezclan este
año, en una suerte de sinfonía que nos llama a creer hoy más que
nunca en la poesía y la cultura cubanas, como madre nutricia de
nuestros actos mejores.