Siempre habrá una ventana

PABLO VARGAS GUAST

Ha sido sin lugar a dudas un acierto de ese grande de las letras cubanas y animador cultural que es César López, el de reiniciar su tertulia Cantidades rosadas de ventanas, en la librería Vietnam del municipio de Centro Habana, dedicándola a José Lezama Lima, en el año de su centenario, y hacerlo por todo lo grande, al invitar al también poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar.

Foto histórica tomada en 1952. Lezama y Retamar, junto a la familia de Cintio Vitier, Eliseo Diego y el amigo Agustín Pi.

Fue una de esas tardes mágicas, que no es posible recordar sin esbozar una sonrisa. Sin tener la impresión grata e ineludible de haber participado de una fiesta innombrable.

César como es habitual abusó todo lo que quiso de su vasta y elogiada memoria, en una de esas presentaciones antológicas a que nos tiene habituados. Así de manera calmada, precisa, coherente y haciendo gala de una gran variedad de recursos, fue de lo solemne a lo humorístico con esa gran clase de los que no precisan para hacerse entender de espectaculares malabarismos del lenguaje o de inútiles dilaciones, y valiéndose de pasajes y anécdotas relacionadas con Lezama y Retamar, algunas de ellas no conocidas, nos introdujo en la casa de la calle Trocadero donde vivió Lezama hasta su muerte y nos rodeó de sus cercanos e incondicionales amigos, pero sobre todo nos mostró al ser humano cubanísimo y pícaro, que fue este viajero inmóvil, el de los imaginarios parajes exóticos y las comidas abundosas, que nunca dejaron de estar presentes en sus fabulaciones y gustos.

Después tocaría el turno a ese gran poeta y conversador que es Roberto Fernández Retamar, que nos narró y actuó, sin proponérselo, toda una suerte de peripecias de él y su esposa Adelaida, relacionadas con Lezama, su fina ironía y su proverbial glotonería. No le costó mucho al público presente imaginar a Don José atacar previamente a la cena, aquel cartucho repleto de empanadas, que le permitirían llegar sin ansiedad algo más tarde a la comida y completar la hartura con los platillos y manjares deliciosos del restaurante Cantón, cercano a su casa, y del que eran asiduos estos amigos, tan aficionados a la buena mesa.

Más tarde vendrían los poemas de Roberto, con esa especial manera que tiene de decir, en la que se conjugan de manera impresionante la energía y la ternura, para sin esfuerzo, como lo hace posible solo la poesía verdadera, cautivar a un auditorio, donde los amigos se mezclaban con los seguidores del poeta, en un todo indivisible, por lo compacto de la unión que nace de la atención y el respeto a una obra que ya roza la frontera de la leyenda.

Allí estaban, Adelaida de Juan compañera eterna de Roberto, Pablo Armando Fernández, Nancy Morejón, Alex Pausides, Waldo Leyva y la inefable Margarita, su esposa y musa. Lina de Feria, Basilia Papastamatiu, Maykel Paneque, la argentina Graziela Araoz presidenta de la Unión de Escritores de su país y luego de haber concluido su desempeño como jurado de poesía del Premio Casa de las Américas, entre otros amigos y escritores, rindiendo merecido tributo al creador de Paradiso en sus primeros 100 años, y a Roberto y a César por darnos ese día con su presencia, sus palabras y evocaciones, esa necesaria alegría de saber que estamos vivos. Todo con la presencia diligente de Raisa Teresa del Campo Rodríguez y Elena García de la Rosa, responsables de la buena organización del acto auspiciado por la filial provincial de libro en Ciudad de La Habana.

Solo nos queda ahora esperar y conservar la esperanza de que siempre habrá alguna ventana rosada a la que acudir, para descansar y asomarnos a los senderos que se vislumbran en lontananza y que este año nos conducirán sin rodeos o extravíos, a los predios de Dora Alonso, Juan José Arrom, José Angel Buesa, Angel Augier y Miguel Hernández cuyas vidas y caminos se cruzan y se mezclan este año, en una suerte de sinfonía que nos llama a creer hoy más que nunca en la poesía y la cultura cubanas, como madre nutricia de nuestros actos mejores.

 

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