Pero cuando por voluntad propia no está la inspiración de cuidar 
			lo colectivo como propio, entonces debe apelarse a normas y 
			disposiciones que existen para ser aplicadas y acatadas.
			Este tema ha tenido, y tiene, muchas personas decididas a 
			encauzarlo, unas veces con más recursos, otras no tanto; y sobran 
			ejemplos de cuadras, esquinas, placeres, que la gente, con cierto 
			apoyo del Gobierno en el territorio, con ingenio popular y buen 
			gusto, ha logrado rescatar del abandono total. 
			Pero, planificado o espontáneo, siempre el cuidado del entorno ha 
			adolecido de la perseverancia necesaria, que se logra, a no dudarlo, 
			con disciplina y rigor, y con personas a quienes se les pague por 
			cumplir esa tarea sin extremismo, exigiendo que se cumpla lo 
			dispuesto con un principio renovador, conservador (en el sentido de 
			proteger) y con la voluntad de involucrar a muchos en ese empeño.
			
			¿Qué pasa entonces? Se hacen arreglos y modificaciones a 
			conveniencia, diría, sin mirar a los lados, sin tener en cuenta la 
			arquitectura, a quién molestan, usurpando áreas correspondientes al 
			espacio público, sin que anteceda un permiso para hacerlo y a 
			sabiendas de que pagando una multa se resuelve el problema. 
			Independientemente de ser propietario o no de un inmueble, nadie 
			tiene derecho a afear el entorno, a romper con los esquemas 
			urbanísticos y, si vive en planta baja y tiene jardín, está obligado 
			a ocuparse del orden, la limpieza y el buen gusto de ese lugar. 
			Si malos ejemplos hay, también sobran los buenos. Son muchos los 
			que hoy levantan cercas para proteger su fachada, y usan para ello 
			arbustos trepadores como la Buganvilia, también conocida como 
			enredadera de papel, capaz de resistir todos los climas, 
			especialmente los cálidos y secos, y que además de proteger de 
			curiosos, embellece con sus flores de una amplia gama de colores.
			En cambio, algunos usan zinc, pedazos de cartón, de tablas y los 
			más disímiles objetos. Es cierto que muchas personas no se percatan 
			de errores semejantes, máxime si el desliz está casi arraigado, 
			entonces tienen que desempeñar su papel los arquitectos y 
			especialistas de la comunidad.
			A la vista de todos están las inversiones que se han destinado a 
			la reparación de avenidas, incluso el rescate de la jardinería en 
			arterias principales¼ Ese colosal 
			esfuerzo amerita un acompañamiento por parte de cada individuo con 
			el concurso del Consejo Popular.
			Muchos han perdido el hábito de limpiar la puerta de la casa, 
			barrer la acera donde juegan hijos y nietos, velar por que la basura 
			caiga dentro del tanque, que nadie tire pelotitas de fango a la 
			pared. Quizás las personas no quieran buscarse ese problema porque 
			son vecinos desde hace muchos años, pero ¿dónde está la autoridad?
			Hablando sobre estos temas con un joven de 16 años, me decía: 
			"con la primera multa la gente protesta, con la segunda lo piensa y 
			a la tercera no lo hace más".
			Me recordaba otra anciana las tantas multas que le pusieron 
			porque tendía ropas hacia la calle, considerada avenida principal, y 
			me narraba del gran lío en que se vio envuelto su hermano por 
			negarse a pagar la multa por arrojar escombros en medio de la acera.
			Hay un principio elemental de que nada cuanto uno haga debe dañar 
			a quien viene detrás, al que vive al lado; en todos ha de prevalecer 
			ese instinto de la obra perdurable, para que hijos y nietos la 
			puedan disfrutar. Es como sembrar un árbol que demora en dar frutos 
			y uno sabe que no llegará a comer de ellos, pero siente el placer de 
			haber hecho algo hermoso para las venideras generaciones. Vivamos 
			con intensidad el presente, preservando el lugar y cuidando el 
			futuro.