Las muertes de J.D. Salinger

PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu

Algunos pensaron que ya había muerto. Tan alérgico era al bullicio mediático que concedió su última entrevista en 1980, y solo volvió a comparecer en público cuando en 1987 ante un tribunal hizo valer el derecho a cancelar una biografía que utilizaba cartas que había destruido tiempo atrás. Otros afirmaron que en realidad había tenido una primera muerte cuando en 1963 se despidió de la actividad literaria con la novela Levanten, carpinteros, la viga del tejado, a todas luces una obra menor.

En 1974 durante una de sus escasas comparecencias ante la prensa, manifestó: "Vivo para escribir, pero escribo para mí mismo y mi propia satisfacción. No publicar me reporta una maravillosa sensación de paz. Publicar es una terrible invasión de mi privacidad".

Lo que nadie discutió fue el hecho de que Jerome David Salinger había ganado el pasaporte a la inmortalidad —a menos que los lectores de alguna estación futura decidan lo contrario— al dar a conocer en 1951 The catcher in the rye, novela conocida entre nosotros como El guardián en el trigal y en otros países castellanohablantes como El guardián en el centeno.

Todo esto aconteció a partir de que se difundiera el último jueves la noticia del deceso a los 91 años de edad, en Cornish, estado de New Hampshire, del escritor norteamericano.

Ya son varias las generaciones que en Estados Unidos y otras partes del mundo han sentido en carne propia los avatares de Holden Caulfield, el protagonista de la narración, un adolescente de seis pies, de familia adinerada, que luego de ser expulsado del colegio, incursiona en los ambientes sórdidos de Nueva York. Un joven sarcástico, amargo, desilusionado ante las convenciones del establishment, que anticipa la nostalgia de la inocencia de una infancia que nunca volverá.

Lejos estaba de imaginar, sin embargo, que su personaje más memorable alimentaría una obsesión criminal. El 8 de diciembre de 1980 Mark David Chapman apretó varias veces un gatillo para matar a John Lennon. En el juicio que lo condenó a cadena perpetua dijo que pretendía poner "el último clavo al ataúd de los sesenta" y que su acto había sido inspirado por el protagonista de la novela de Salinger. "Como Holden Caulfield estoy envuelto en una cruzada contra la hipocresía", declaró.

Nada dijo Salinger ante el suceso. O si lo dijo, nadie se enteró.

 

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