Algunos
pensaron que ya había muerto. Tan alérgico era al bullicio mediático
que concedió su última entrevista en 1980, y solo volvió a
comparecer en público cuando en 1987 ante un tribunal hizo valer el
derecho a cancelar una biografía que utilizaba cartas que había
destruido tiempo atrás. Otros afirmaron que en realidad había tenido
una primera muerte cuando en 1963 se despidió de la actividad
literaria con la novela Levanten, carpinteros, la viga del tejado,
a todas luces una obra menor.
En 1974 durante una de sus escasas comparecencias ante la prensa,
manifestó: "Vivo para escribir, pero escribo para mí mismo y mi
propia satisfacción. No publicar me reporta una maravillosa
sensación de paz. Publicar es una terrible invasión de mi
privacidad".
Lo que nadie discutió fue el hecho de que Jerome David Salinger
había ganado el pasaporte a la inmortalidad —a menos que los
lectores de alguna estación futura decidan lo contrario— al dar a
conocer en 1951 The catcher in the rye, novela conocida entre
nosotros como El guardián en el trigal y en otros países
castellanohablantes como El guardián en el centeno.
Todo esto aconteció a partir de que se difundiera el último
jueves la noticia del deceso a los 91 años de edad, en Cornish,
estado de New Hampshire, del escritor norteamericano.
Ya son varias las generaciones que en Estados Unidos y otras
partes del mundo han sentido en carne propia los avatares de Holden
Caulfield, el protagonista de la narración, un adolescente de seis
pies, de familia adinerada, que luego de ser expulsado del colegio,
incursiona en los ambientes sórdidos de Nueva York. Un joven
sarcástico, amargo, desilusionado ante las convenciones del
establishment, que anticipa la nostalgia de la inocencia de una
infancia que nunca volverá.
Lejos estaba de imaginar, sin embargo, que su personaje más
memorable alimentaría una obsesión criminal. El 8 de diciembre de
1980 Mark David Chapman apretó varias veces un gatillo para matar a
John Lennon. En el juicio que lo condenó a cadena perpetua dijo que
pretendía poner "el último clavo al ataúd de los sesenta" y que su
acto había sido inspirado por el protagonista de la novela de
Salinger. "Como Holden Caulfield estoy envuelto en una cruzada
contra la hipocresía", declaró.
Nada dijo Salinger ante el suceso. O si lo dijo, nadie se enteró.