La
imagen de Martí —el revolucionario que habló para ayer y para hoy—
es como esos árboles gigantes que mientras más tiempo pasa sobre
ellos, más afianzan sus raíces y crecen.
Martí echa raíces y sin descanso crece —no bajo yerba, sino sobre
la tierra—, y crecerá todos los años y todos los días en el trabajo
creador de los cubanos, en los esfuerzos revolucionarios de su
pueblo.
Lo hemos visto crecer en los desfiles escolares de los niños que
él tanto amó; en los recitales, cantos y conciertos populares; en
los solemnes homenajes ante sus monumentos.
Los vínculos entre el pensamiento y la acción del hombre que
fermentó la guerra del 95 y el pensamiento y la acción de los
hombres que desencadenaron el actual proceso revolucionario, son
tangibles. Uno y otro son tesis y síntesis de que cuando las
condiciones lo exigen, el pueblo organiza y crea la vanguardia
revolucionaria para resolver sus tareas históricas.
La concepción martiana acerca de la necesidad de un partido para
la organización y dirección de la lucha revolucionaria sirve de
inspiración a nuestro Partido para dirigir la Revolución y la
construcción del socialismo en nuestro país: en la Patria del hombre
que pensó y actuó visionariamente, del hombre cuyas ideas fecundaron
las de las generaciones que le siguieron, del hombre que no fue voz
que recorrió soledades, sino pensamiento y acción que halló
multitudes.
Hay tres núcleos conceptuales que entrelazan el Partido
Revolucionario Cubano fundado por el "autor intelectual del asalto
al cuartel Moncada" y nuestro Partido: la revolución como un proceso
orientado y organizado; la participación imprescindible de las masas
en ese proceso; el peligro del imperialismo norteamericano para el
porvenir de los pueblos de nuestra América.
El amor de Martí a la Patria, su lucha por la libertad, sus ideas
y sus acciones, y su ejemplo inagotable, quedan como estímulo
perdurable sin término previsible; él es y será un revolucionario de
todos los tiempos.