Muchos
son los calificativos que pudieran añadirse al quehacer de Carlos
Guzmán, uno de los pintores más imaginativos de la plástica cubana
actual. ¿La razón? Es obvia. Su trabajo se abre por una vertiente
donde entremezcla realidad-irrealidad, pasado-futuro, y en la que el
tiempo, de la mano de una magia especial para inventar toda suerte
de maquinarias, objetos y situaciones, transforma las superficies
ocupadas por su talento pictórico en un campo extraño que atrae como
un imán.
Algo que sucede con su más reciente exposición personal Un
instante en la vida, que, en ocasión del 31 Festival
Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, se abrió en la galería
Servando (23 y 10, Vedado), perteneciente a la Empresa Génesis,
Galerías de Arte, y que aún se encuentra en cartelera. En sus
pinturas —acrílicos sobre tela— encontramos la composición
definitiva que siempre inaugura posibilidades insólitas y plenas de
atractivo visual, amén del dibujo exquisito.
Figuras de hombres y mujeres ataviados con diseños de cualquier
época, animales, carros inventados y otros emergen de las
profundidades de la pintura y los fragmentos de material en la
superficie de los cuadros que semejan "petroglifos" y devienen
graffiti del presente. El paso del tiempo se descubre en las
sucesivas capas de pigmento, y otras acumulaciones, que funcionan
como relieves. El creador nunca se contenta con representar la vida
desde una perspectiva única o a través de una dimensión técnica.
Detalles precisos e indefinidas visiones invitan a especular
sobre el significado de la vida en un mundo desbordado por la
tecnología —muchas veces él se inventa la suya—, la información y la
velocidad. Una tela pintada por Guzmán cobra vida en virtud del
colorido —elemento que enriquece los trabajos, pues existe en él una
sabiduría al colocarlo en el lugar preciso—, los empastes que cruzan
muchas veces por el cuadro así como por la acumulación de sustancias
extrañas (objetos encontrados y otros materiales forzados a
coexistir con la pintura y el dibujo talentoso), pero que en los
últimos tiempos no aparecen mucho sobre las superficies como en
anteriores series. Por diversos motivos, algunos de ellos extra
artísticos.
Seres solitarios, rodeados de objetos, y fragmentos de tiempo y
espacio, el espíritu humano llega a ser ambivalente e indomable.
Para enfatizar esto, el artista crea extrañas perspectivas o
panoramas que varían aun dentro del mismo trabajo.
Una característica de su quehacer pictórico lo constituyen esas
figuras que ocupan las superficies de una forma que las hace
particularmente vulnerables. Más que valores abstractos o
figurativos, las exploraciones formales extrañamente vitales y
asombrosamente diversas que informan la obra de Carlos Guzmán (La
Habana, 1970) toman a la situación humana como su punto de partida.
En su imaginación, esa que cruza por distintos niveles y ambientes
que pueden llevar apellidos como místicos, barrocos, espirituales,
oníricos, raros, diferentes que, al final, ensamblan una obra
cuajada de arte, Carlos Guzmán desafía las leyes de la naturaleza,
ignora las barreras del tiempo-espacio y concibe todo como un paseo
mágico a través del teatro del absurdo, invitando al receptor a
participar de ese, su viaje.