Entre lápiz, cuartilla y manual, una historia de amor

Armando Sáez Chávez

CIENFUEGOS.— Se conocieron hará ahorita medio siglo. Ella, una muchacha con muchos deseos de enseñar; él, un montuno con tremendas ansias de superación. De ahí que ambos se afanan en afirmar que el magisterio los unió para toda la vida.

Foto: Magalys ChavianoBienvenida dice que ella ejerce la profesión más noble de todas.

Pero en realidad el empeño de Bienvenida Álvarez García por sacar de la ignorancia a los demás surgió con la efervescencia de la Campaña de Alfabetización. "Para ser más exacta —recuerda— fue en mi natal Mergarejo, un paraje rural de la actual provincia de Sancti Spíritus que acudí al llamado hecho por Fidel".

Entonces la joven tenía 17 años de edad y una escolaridad de sexto grado, condiciones suficientes para convencer a sus padres de que debía incorporarse a las brigadas Conrado Benítez. Las zonas de campo de los pueblecitos General Carrillo y Juan Francisco, fueron los escenarios donde tuvo que enseñar a leer y escribir a una veintena de campesinos analfabetos.

Para mí la Campaña solo fue el comienzo, pues en realidad me despertó la vocación de profesora que llevaba dentro. Por eso continué con el seguimiento por el 6to. grado, hasta que llegó la oportunidad de incorporarme al Curso de Superación para Maestros Populares, en la ciudad de Camagüey, rememora.

Una vez con los conocimientos esenciales, Bienvenida integró la Brigada Frank País, fuerza organizada para cubrir el déficit de docentes en las aulas del lomerío del macizo de Guamuhaya, periodos lectivos con características especiales atendiendo al calendario de la cosecha cafetalera.

"Esa vez —detalla— tuve que ocupar el lugar de un compañero que no quiso ir a un sitio muy intrincado allá por Güinía de Miranda, para suerte mía... allí conocí a mi actual esposo, el hombre que admiro y con el que he compartido mi vida personal y parte de la profesional; Isidro Chaviano."

Mas, solo estuvo dos cursos allí. La propia disposición de estar al lado del deber, la llevaron entonces a consagrarse en la integralidad que requiere el magisterio. "Recuerdo —precisa— que la escuelita se llamaba Federico Capdevila, ubicada en una zona campesina espirituana muy compleja desde el punto de vista político, incluso por allí todavía andaban los últimos reductos del bandidismo del Escambray, y más de un susto pasé".

Luego, junto a su compañero vendrían otros momentos difíciles y felices, todos ligados al magisterio, al hogar y a la maternidad. Por primera vez ambos tuvieron a su cargo la matrícula completa de un pequeño plantel en Río Chiquito, cerca de La Sierrita.

Con el traslado de la familia a la ciudad de Cienfuegos, llegarían otros horizontes en la superación. La enseñanza media básica le deparó entonces nuevas y enriquecidas experiencias, tanto en secundarias básicas urbanas como en el campo. Por esa época pudo alcanzar el título de Licenciada en Educación, en la especialidad de Español y Literatura.

"Sí, la jubilación por ley natural de la vida llegó, pero por poco tiempo. Resulta que una antigua alumna, ahora directora de la escuela primaria José Mateo Fonseca, en el reparto de Pastorita, me fue a ver hace diez años para cubrir un grupo de quinto grado... y ahí sigo hasta los días de hoy", señala con una sonrisa de satisfacción.

"¿Ser maestra? Una de las grandes motivaciones de mi vida... disfruto el aula, el pizarrón y los muchachos... Cuando estoy frente a ellos me creo la persona más importante del mundo porque me siento útil y realizada, desempeñando la más noble de las profesiones que existe."

 

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