Han sido 12 meses para reflexionar sobre el deporte en la base,
en las escuelas, en la comunidad, en la montaña, arterias esenciales
de cara al futuro inmediato, a pesar de las dificultades económicas
y los obstáculos que otros, desde afuera, pretenden imponernos.
Siempre que finaliza un año de labor salen a relucir los análisis
de lo realizado y surgen ideas para enfrentar la próxima temporada,
a partir de la cual se sumarán al diario quehacer eventos como los
Juegos Centroamericanos y del Caribe, los Panamericanos y los
Olímpicos, entre otros. Traerán su carga de satisfacciones
convertidas en medallas y también, por qué no, los reveses de donde
extraer experiencias.
Durante esta media centuria los cubanos han bregado con ahínco y,
quizá como en ningún otro país en el mundo, nuestro movimiento
deportivo le pone el pecho a las injurias. Acá sabemos hacia dónde
nos quieren llevar quienes menosprecian las victorias de esta
pequeña isla, y también tenemos claro cómo dan continuidad a ese
infame empeño por desgajarnos, con una campaña orquestada y apoyada
por sus medios de prensa.
En cualquier parte del planeta —atenazado por el profesionalismo
y la comercialización— un atleta emigra de una nación pobre hacia
otra desarrollada en busca de una mejoría económica y en busca
también de un patrocinador que lo mantenga a flote para competir. Lo
que no acontece en cualquier parte del planeta es que una pequeña
nación sea asediada para robarle a sus atletas e intentar echar por
tierra un modelo de deporte que ha sentado pautas y ha demostrado su
capacidad de propiciar, en primer término, una vida saludable a su
población, amén de las medallas.
Eso molesta a los detractores, despierta su cólera propia de la
impotencia. Por tal de conseguir sus propósitos, insisten y acuden a
las más despreciables prácticas para socavar la moral de quienes acá
están conscientes de qué representan para su pueblo.
La constante persecución de nuestros deportistas por el mundo
para que abandonen su Patria la calzan con una campaña nada casual,
mucho menos improvisada: la reiterada publicación de fotos y
noticias en la portada de El Nuevo Herald sobre cubanos que
desertan, notas centradas en el individualismo, enfiladas a crear un
desmedido afán por el dinero como única forma de alcanzar
celebridad.
¿Acaso publica algo el Herald de los escamoteados —no solo a
Cuba— que fracasan y quedan olvidados tras saltar a Estados Unidos
mareados por el olor de una fama efímera? De ellos no se habla, y
son los más.
No han podido acallar el prestigio y la consideración ganados por
el solidario movimiento deportivo cubano, que aporta su experiencia
y colaboradores a gran cantidad de naciones, especialmente de
Nuestra América. Cada día crecen los países que como Venezuela
asumen papeles destacados en certámenes de la región, donde años
atrás apenas eran meros acompañantes, sin hombres y mujeres capaces
de empinarse sobre un podio de premiaciones.
Esos triunfos causan escozor a los renegados, que continuarán
cerrando el cerco sobre los nuestros, lo harán con otros disfraces,
otras artimañas, desembozadamente, sin respeto a la dignidad del
hombre, porque para ellos esa condición no cuenta.
Acá, deben saber, no estamos cruzados de brazos.