De Villena suele decirse que fue el poeta que renunció a sus
versos para servir a la Patria. Si poesía es, además de coqueteos
con ritmos, rimas y compases, la entereza de comprender el tiempo
que nos toca vivir y asumir la necesidad de renovarlo; si cambiar
esa realidad contempla el canto de todo un pueblo; si más allá de
las penas personales "se dicen los poemas de quienes piden ley para
aquello que sienten excesivo", entonces la actitud de Rubén no
significa que la haya abandonado, porque al entregarse totalmente a
su Patria como él lo hizo, halló este patriótico bardo su auténtica
manera de hacer poesía.
A
110 años de su natalicio, el 20 de diciembre del 1899.
Demasiado al pie de la letra lo creyeron algunos cuando aclaró
que no era un poeta aunque escribiera versos. Quizás una pueril
vergüenza ante un mundo ávido de escuchar mucho más que aflicciones
íntimas lo hizo, en polémicas circunstancias, afirmarlo.
La "luz plena de mediodía" que le auguró el General Máximo Gómez
al conocer a Rubén en uno de sus frecuentes viajes a La Habana y
descubrir en la clarísima mirada del niño la recóndita verdad de su
futuro, sería el más acertado vaticinio: una vida que más allá de
ella misma, contaría con una permanente luz.
Trabajó como maestro en una escuela donde su padre era el
director y alfabetizó a 21 niños. Fue esa labor, que consideraba una
forma de hacer patria, también una oportunidad para beberse la
historia de las luchas por nuestra independencia y degustar la
epopeya mambisa cuyos héroes posarían después por su poesía en
sonetos enardecidos como El rescate de Sanguily o San
Pedro. Matricularía entonces en la escuela de Derecho de la
Universidad de La Habana, en 1916, por petición de su madre y se
graduaría después con notas de sobresaliente.
Por este tiempo se le ha revelado el enigma de la poesía.
Sorprendido por esa posesión de las formas, el adolescente escribe
en las pizarras de las aulas cada día versos, epigramas, y gana
entre sus amigos el sobrenombre de "El Poeta".
La Protesta de los Trece sería la escalada inicial cuando en
plena Academia de Ciencias de La Habana acontecería el singular
hecho en el que un grupo de jóvenes, con Rubén al frente,
desenmascararían el sucio negocio que con el convento de Santa Clara
había ejecutado un funcionario del Gobierno de Alfredo Zayas.
Por tal osadía, Rubén guardaría prisión pocos días después,
acusado de injurias, cuando en verdad había denunciado grandísimas y
tristes verdades.
Será esta circunstancia ideal para estrenarse el joven abogado en
el ejercicio de su profesión y asumir propiamente su defensa; será
este sitio fecundo para inspirar aquel Mensaje en que reclamó, no
sin lirismo, la necesaria "carga para matar bribones" con que poder
finalmente "acabar la obra de las revoluciones".
A partir de esa irrupción política, lloverán ininterrumpidamente
los hechos que engrosan su misión.
Conocer a Mella es trascendental en su vida, no solo por la
entrañable amistad que los unirá sino por la ideología que comparten
y por la cual están dispuestos, como en efecto hacen, a ofrecer sus
vidas. Con él funda la Universidad Popular José Martí y la Liga
Antimperialista de Cuba. Heroicos y generosos actos de lealtad que
recoge la historia unirán a estos jóvenes. El epíteto que ganara
Gerardo Machado de boca de Rubén se había generado al calor de una
discusión que sostuvo con el "asno con garras" mientras defendía a
Julio Antonio de las ofensas que le profería el dictador. Los
desvelos con que procedió demandando al gobierno su inmediata
excarcelación mientras sufría Mella su heroica huelga de hambre
fueron muchos y muy sentidos.
Entonces su verbo fluye como nunca antes en la Sociedad de
Torcedores de La Habana, o en el Sindicato de motoristas y
conductores de La Habana, o en la Federación Obrera de Bahía de La
Habana. Esto condiciona un contacto aún más estrecho con los
obreros.
Sufre en mayo de 1927 una congestión pulmonar aguda. Lo remite
Gustavo Aldereguía, amigo y médico suyo, para la Quinta de
Dependientes. Desde allí, adonde había ido supuestamente a
recuperarse, solicita su ingreso al Partido Comunista de Cuba y al
respecto de este trance en su vida ha referido: "No haré un verso
más como esos que he hecho hasta ahora. Ya no siento mi tragedia
personal. Yo ahora no me pertenezco. Yo ahora soy de ellos y de mi
partido". Escribiría, en cambio, con el lenguaje de la acción. Y
desde su lecho de enfermo siguió redactando artículos, manifiestos,
propaganda, haciendo que su palabra bella y certera llegara a todos.
Después de superada la crisis continúa dando riendas a sus útiles
anhelos. Dirige la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC) y
allí asiste a los trabajadores usando como vía fundamental el
diálogo hombre a hombre. Más que un asesor es un orientador
político. Es brillante su actuación como aglutinador de los gremios
y sindicatos obreros.
Y desde esos horizontes echa el dirigente un singular vistazo a
la juventud y comprende que tiene un importante papel que
desempeñar, sobre todo la juventud obrera. Es necesario preparar el
relevo de ese proletariado naciente. Entonces se propone unificarla.
Se fundan las Juventudes Culturales y Deportivas Obreras. ¿Acaso no
fueron estos los cimientos de la actual Unión de Jóvenes Comunistas?
Rubén dirigió el periódico Juventud Obrera que divulgaba las
actividades de la futura liga Juvenil Comunista.
Organiza y dirige la huelga del 20 de marzo de 1930 que hubo de
durar 24 horas, a pesar de que el tirano había alardeado de que en
su gobierno ninguna manifestación de este tipo sobrepasaría el
cuarto de hora. La huelga fue un éxito político como lo sería la de
agosto tres años después que derrocaría a Machado y que con sus
escasas y casi últimas fuerzas también encabezaría.
Pero su vida se aniquilaba. Fue enviado a la URSS a un sanatorio
del Cáucaso. Arribó primero a Moscú, donde llegó a creer que moriría
por no poder siquiera soportar el viaje hasta el hospital. Desde
allí le escribe a su esposa Asela Jiménez. "Diles a mis compañeros,
Chela mía, que mi último dolor no es dejar la vida sino dejarla de
modo tan inútil para la Revolución y el partido".
Goza de una increíble mejoría que aprovecha para trabajar en la
Sección Latinoamericana del Comintern, en Moscú. Recibe en 1932 el
diagnóstico mortal de su enfermedad —tuberculosis— y decide regresar
a su patria.
En 1933, en Nueva York, se reúne con los emigrados cubanos y el
Partido Comunista de EE.UU. Desde allí retorna a su prosa que ve la
luz en distintas publicaciones revolucionarias. Está consciente de
su brevísimo tiempo y solo con el fin de derrocar a Machado vuelve
nuevamente a Cuba.
Todavía habla, ya con un pulmón de menos y el otro prácticamente
destrozado, apenas sin poder proyectar la voz al público, cuando se
reciben las cenizas de Mella procedentes de México, donde fue
asesinado por órdenes del asno.
Su cuerpo está próximo a expirar, su pensamiento se debate en el
curso del evento que se estaba efectuando a la par de sus últimas
horas —el 4º Congreso Obrero de Unidad Sindical. Al saber por
Aldereguía, también delegado del Congreso, la culminación victoriosa
de la jornada, hizo saltar de sus ojos un chispazo de júbilo y
respiró mejor. Minutos después se apagaba una vida en consonancia
perfecta con el útil anhelo ya cumplido.
Y fue el entierro. Su cadáver envuelto en la roja bandera del
Partido Comunista, la Internacional estremecedora entonada por la
conmovida muchedumbre, su párpado cerrado ya, contrastando con su
pupila eternamente insomne, conformaban las estrofas cruciales de
aquella cantata que fue la vida de un hombre que "en la pugna
forzada y hermosa" por construir un mundo limpio de fealdades
consiguió rimar poesía y patria y supo llevarla honrosamente sobre
sí peñas arriba.