¿Qué llevó a las autoridades coloniales a consumar el horrendo
crimen del 27 de noviembre de 1871? ¿Vesania o calculada felonía?
¿El odio irracional hacia la emergencia de un sentimiento nacional
que cuajaba en la manigua o el premeditado intento de escarmentar a
los espíritus levantiscos que simpatizaban con la gesta
emancipadora?
El caso fue que aquel día, ocho estudiantes cubanos de Medicina
recibieron en sus cuerpos una mortal descarga de fusilería para
castigar la supuesta profanación de la tumba de un libelista español
que pedía el exterminio de los nacidos en la isla. Muy pronto se
sabría que la profanación nunca tuvo lugar, que todo fue mero
pretexto para urdir el crimen.
Los primeros en ser sindicados fueron cinco jóvenes que se
hallaban en la necrópolis de Espada el 23 de noviembre, fecha en que
debieron incurrir en la falta jamás cometida. Los tres restantes
resultaron elegidos al azar. Otros 30 recibieron penas de hasta seis
años de prisión en el amañado proceso.
Ángel Laborde, Anacleto Bermúdez, José de Marcos Medina, Juan
Pascual Rodríguez, Alonso Álvarez de la Campa, Eladio González,
Carlos Augusto de la Torre y Carlos Verdugo se nombraban las
víctimas. Sus edades oscilaban entre 16 y 21 años.
No se registran, sin embargo, los nombres de otros cinco cubanos
que cayeron ese mismo día, en un intento por rescatar a los
estudiantes en su camino hacia el paredón de fusilamiento. Eran
cinco hombres de piel negra, uno de ellos "hermano de leche" de
Álvarez de la Campa. Es decir, amamantados por la misma nana negra.
Existe un testimonio de la frustrada acción escrito nada menos
que por Ramón López de Ayala, capitán de voluntarios encargado del
fusilamiento de los jóvenes, quien relató en carta a un hermano suyo
que laboraba en el madrileño Ministerio de Ultramar lo siguiente:
"Unos negros dispararon sus armas de fuego contra un grupo de
voluntarios de artillería, a cuyo teniente mataron. Los atacados
arremetieron inmediatamente contra los negros y en aquel punto
fueron despedazados los 5 autores de la agresión".
Los negros pertenecían al juego abakuá Bakokó Efó, una de las
asociaciones que bajo esa denominación organizaron los esclavos
africanos y sus descendientes en tierra cubana para protegerse
físicamente y preservar su cultura de la opresión colonial. Entre
los abakuás el gesto del 27 de noviembre de 1871 ha sido conservado
y transmitido oralmente como parte del más valioso patrimonio de
rebeldía de quienes, arrancados por la fuerza para ser explotados en
las plantaciones de la isla, aportaron valores éticos
imprescindibles a la forja de la nación.
Para aquellos anónimos luchadores valen las palabras con que
nuestro Martí honró a los estudiantes asesinados, al ponderar la
capacidad del alma cubana "(¼ ) para alzarse, sublime, a la hora del
sacrificio, y morir sin temblar en holocausto de la Patria".