|
No pretendamos comparar, sino rescatar
ALFONSO NACIANCENO
alfonso.gng@granma.cip.cu
El terreno de pelota —si aquel solar yermo podía ser llamado así—
estaba justo frente a una cafetería de acristaladas puertas. ¡Gran
jonrón ese que sobrevolaba el lugar mientras su autor le daba la
vuelta al cuadro pisando las improvisadas almohadillas de cartón!
El
profesor de Educación Física debe sentir el área donde labora como
su propia aula.
Pero, cuando la bola "enteipada" hacía añicos algún cristal del
negocio, todos echaban a correr, sin tiempo para recoger el único
bate y algunos raídos guantes. La pelota quedaba cual acusadora
prueba en manos del administrador del bodegón.
Así eran los pitenes del barrio. La noche anterior, bajo la tenue
luz del farol de la esquina, los contendientes de la próxima mañana
lanzaban sus conjeturas en torno a quiénes integrarían su novena y
si se podría jugar más de un partido, porque eran muchos los
dispuestos.
Disfrutar
mientras se ejercita la mente, una satisfacción única.
Años después, cerca de aquel siempre recordado sitio de la
infancia, la Revolución construyó una escuela primaria, con terrenos
de béisbol, baloncesto y voleibol, además de un par de canchas. Y
llegaron los entrenadores. algunos que habían sido peloteros
profesionales abrazaron con mucha seriedad la tarea de enseñar, a
pesar de solo poseer los conocimientos adquiridos en la praxis.
Los muchachos comenzaron a afluir al campo deportivo, incluso,
venían de otros municipios. Las puertas de la instalación se abrían
temprano en la mañana y a veces, casi al aproximarse la noche,
todavía los beisbolistas insistían en llegar al noveno inning. Más
adelante, cuando aparecieron algunos bombillos, los baloncestistas
aprovechaban la jornada nocturna para jugar sus "guerrillas".
El
amor por el deporte se inculca con la ayuda del hogar.
Por aquellos tiempos no existían un guante, un bate y una pelota
para cada participante. Un solo hombre custodiaba el almacén del
centro, de donde extraía el módulo de uso colectivo y lo entregaba
al entrenador para dar su clase. Cuidarlo, que no se extraviara una
pieza, garantizaba la continuidad de la noble idea.
Así surgieron los Campeonatos Intercolores infantiles. Varios
equipos en un torneo de béisbol, en la base, con cientos de
peloteritos, y de ahí salían selecciones para enfrentarlas a
escuelas de otros municipios. Allí también coincidían las
secundarias básicas de la localidad y organizaban sus lides,
programas efectuados muchas veces los fines de semana, a los que los
profesores de Educación Física y aquellos entrenadores empíricos
asistían por igual. No pocos de los que dieron sus primeros pasos
así llegaron hasta las selecciones de la Serie Nacional de Béisbol,
después de transitar por las Escuelas de Iniciación Deportiva (EIDE)
y de Perfeccionamiento Atlético.
VAYAMOS AL RESCATE
El tema no es comparar aquella época con la actual, ni sería
lógico intentar retrotraer el tiempo, porque muchos conceptos y
maneras de hacer las cosas han cambiado y han de cambiar acorde con
el momento en que vivimos. Se trata de rescatar las iniciativas que,
aun modificadas, puedan tener validez.
Eso sí, qué impide indagar en la historia del movimiento
deportivo cubano para rescatar lo provechoso de aquellas
experiencias que aglutinaban a la niñez y a la juventud en torno a
un instructor, en cualquier estadio o gimnasio. Nada ha de quedar en
manos de la improvisación. Es preciso trabajar con una intención,
saber qué se desea hacer a favor del deporte y la recreación como
propiciadores de salud para la población.
¿Acaso no habrá voluntad para revivir competencias como la de los
Intercolores, con el empleo de pocos recursos? ¿Podrá resurgir una
idea similar si las instalaciones permanecen cerradas el fin de
semana?
A finales de la pasada década, un veterano entrenador de
voleibol, armado con un solo balón, gestó en su barrio una ferviente
práctica a la que sumó a cientos de personas de diferentes edades.
Quienes allí iban establecían nuevas relaciones mientras jugaban,
disfrutaban de esos encuentros lejos de lamentarse por no contar con
más bolas en tanto reconocían, hallarse más aptos para el estudio y
el trabajo. El tiempo dedicado al ejercicio en un campo deportivo
siempre ofrecerá mejores dividendos que la disipada adicción al
alcohol u otras drogas que crean dependencia y tuercen el camino.
Ejemplos como el anterior llaman la atención sobre la necesidad
de revivir el activismo, hombres y mujeres que sin ser
necesariamente graduados de una especialidad, sienten pasión por el
deporte y hacen su aporte voluntario, desinteresado. Esos surgen en
las propias comunidades, donde también han comenzado a aflorar
señales de una modesta industria local para la fabricación de
implementos, con posibilidades de verter sus producciones en su
propio entorno para satisfacción de la población.
UN DÚO INDIVISIBLE
Existe una dupla clave a la cual es preciso fundir para tirar del
carro en la misma dirección: la escuela y el hogar.
La clase de Educación Física no cumplirá su objetivo en tanto el
profesor no sienta el área donde labora como su propia aula, e
incentive en sus alumnos el ánimo de trabajar. Pero ese profesor ha
de verse apoyado por la familia de sus discípulos, los padres puedan
aportar una inusitada ayuda por inculcarles a sus hijos el amor
hacia el deporte con el mismo interés que lo hacen con cualquier
otra asignatura.
Muchos recordarán los años en que la piscina de la Ciudad
Deportiva se convertía en el escenario idóneo de tarde-noche para
competencias de natación, con el graderío repleto de padres y
amistades que vitoreaban a los "tritones y ondinas", como los
llamaba entonces la prensa. Allí se creaba un ambiente de
familiaridad muy sano, agradable, de mutua colaboración, que se
extendía más allá de los límites de la alberca y también cobraba
protagonismo en las escuelas de los nadadores.
Estelares a la manera de María Isabel Ramón D’ Mares —hoy
entrenadora para discapacitados— y Tania Coffigny (preparadora en
Cojímar) surgieron de esos festivales en el agua. Todavía recuerdan
sus tiempos pasados y ponen todo su entusiasmo cuando participan en
eventos de veteranos como el realizado recientemente en el centro
donde labora Coffigny.
A partir de la amplia participación del pueblo en los éxitos de
su deporte, en cualquiera sitio de la Isla existen ideas factibles
de llevarse a la práctica, memorias que desempolvar, ánimos que
despertar.
Las nuevas generaciones de cubanos que asumirán los venideros
retos ya nacieron y es un deber dotarlos de buena salud. Quienes hoy
tienen cinco años de edad serán nuestros representantes en la arena
internacional en el 2028, y si aceptamos el criterio de que los
mejores resultados pueden obtenerse entre los 24 y 26 años de vida
de un atleta, es menester saber cómo encaminaremos a esos pequeñines
que ahora corretean de un lugar a otro de la casa. |