No pretendamos comparar, sino rescatar

ALFONSO NACIANCENO
alfonso.gng@granma.cip.cu

El terreno de pelota —si aquel solar yermo podía ser llamado así— estaba justo frente a una cafetería de acristaladas puertas. ¡Gran jonrón ese que sobrevolaba el lugar mientras su autor le daba la vuelta al cuadro pisando las improvisadas almohadillas de cartón!

Fotos: Ricardo López HeviaEl profesor de Educación Física debe sentir el área donde labora como su propia aula.

Pero, cuando la bola "enteipada" hacía añicos algún cristal del negocio, todos echaban a correr, sin tiempo para recoger el único bate y algunos raídos guantes. La pelota quedaba cual acusadora prueba en manos del administrador del bodegón.

Así eran los pitenes del barrio. La noche anterior, bajo la tenue luz del farol de la esquina, los contendientes de la próxima mañana lanzaban sus conjeturas en torno a quiénes integrarían su novena y si se podría jugar más de un partido, porque eran muchos los dispuestos.

Disfrutar mientras se ejercita la mente, una satisfacción única.

Años después, cerca de aquel siempre recordado sitio de la infancia, la Revolución construyó una escuela primaria, con terrenos de béisbol, baloncesto y voleibol, además de un par de canchas. Y llegaron los entrenadores. algunos que habían sido peloteros profesionales abrazaron con mucha seriedad la tarea de enseñar, a pesar de solo poseer los conocimientos adquiridos en la praxis.

Los muchachos comenzaron a afluir al campo deportivo, incluso, venían de otros municipios. Las puertas de la instalación se abrían temprano en la mañana y a veces, casi al aproximarse la noche, todavía los beisbolistas insistían en llegar al noveno inning. Más adelante, cuando aparecieron algunos bombillos, los baloncestistas aprovechaban la jornada nocturna para jugar sus "guerrillas".

El amor por el deporte se inculca con la ayuda del hogar.

Por aquellos tiempos no existían un guante, un bate y una pelota para cada participante. Un solo hombre custodiaba el almacén del centro, de donde extraía el módulo de uso colectivo y lo entregaba al entrenador para dar su clase. Cuidarlo, que no se extraviara una pieza, garantizaba la continuidad de la noble idea.

Así surgieron los Campeonatos Intercolores infantiles. Varios equipos en un torneo de béisbol, en la base, con cientos de peloteritos, y de ahí salían selecciones para enfrentarlas a escuelas de otros municipios. Allí también coincidían las secundarias básicas de la localidad y organizaban sus lides, programas efectuados muchas veces los fines de semana, a los que los profesores de Educación Física y aquellos entrenadores empíricos asistían por igual. No pocos de los que dieron sus primeros pasos así llegaron hasta las selecciones de la Serie Nacional de Béisbol, después de transitar por las Escuelas de Iniciación Deportiva (EIDE) y de Perfeccionamiento Atlético.

VAYAMOS AL RESCATE

El tema no es comparar aquella época con la actual, ni sería lógico intentar retrotraer el tiempo, porque muchos conceptos y maneras de hacer las cosas han cambiado y han de cambiar acorde con el momento en que vivimos. Se trata de rescatar las iniciativas que, aun modificadas, puedan tener validez.

Eso sí, qué impide indagar en la historia del movimiento deportivo cubano para rescatar lo provechoso de aquellas experiencias que aglutinaban a la niñez y a la juventud en torno a un instructor, en cualquier estadio o gimnasio. Nada ha de quedar en manos de la improvisación. Es preciso trabajar con una intención, saber qué se desea hacer a favor del deporte y la recreación como propiciadores de salud para la población.

¿Acaso no habrá voluntad para revivir competencias como la de los Intercolores, con el empleo de pocos recursos? ¿Podrá resurgir una idea similar si las instalaciones permanecen cerradas el fin de semana?

A finales de la pasada década, un veterano entrenador de voleibol, armado con un solo balón, gestó en su barrio una ferviente práctica a la que sumó a cientos de personas de diferentes edades. Quienes allí iban establecían nuevas relaciones mientras jugaban, disfrutaban de esos encuentros lejos de lamentarse por no contar con más bolas en tanto reconocían, hallarse más aptos para el estudio y el trabajo. El tiempo dedicado al ejercicio en un campo deportivo siempre ofrecerá mejores dividendos que la disipada adicción al alcohol u otras drogas que crean dependencia y tuercen el camino.

Ejemplos como el anterior llaman la atención sobre la necesidad de revivir el activismo, hombres y mujeres que sin ser necesariamente graduados de una especialidad, sienten pasión por el deporte y hacen su aporte voluntario, desinteresado. Esos surgen en las propias comunidades, donde también han comenzado a aflorar señales de una modesta industria local para la fabricación de implementos, con posibilidades de verter sus producciones en su propio entorno para satisfacción de la población.

UN DÚO INDIVISIBLE

Existe una dupla clave a la cual es preciso fundir para tirar del carro en la misma dirección: la escuela y el hogar.

La clase de Educación Física no cumplirá su objetivo en tanto el profesor no sienta el área donde labora como su propia aula, e incentive en sus alumnos el ánimo de trabajar. Pero ese profesor ha de verse apoyado por la familia de sus discípulos, los padres puedan aportar una inusitada ayuda por inculcarles a sus hijos el amor hacia el deporte con el mismo interés que lo hacen con cualquier otra asignatura.

Muchos recordarán los años en que la piscina de la Ciudad Deportiva se convertía en el escenario idóneo de tarde-noche para competencias de natación, con el graderío repleto de padres y amistades que vitoreaban a los "tritones y ondinas", como los llamaba entonces la prensa. Allí se creaba un ambiente de familiaridad muy sano, agradable, de mutua colaboración, que se extendía más allá de los límites de la alberca y también cobraba protagonismo en las escuelas de los nadadores.

Estelares a la manera de María Isabel Ramón D’ Mares —hoy entrenadora para discapacitados— y Tania Coffigny (preparadora en Cojímar) surgieron de esos festivales en el agua. Todavía recuerdan sus tiempos pasados y ponen todo su entusiasmo cuando participan en eventos de veteranos como el realizado recientemente en el centro donde labora Coffigny.

A partir de la amplia participación del pueblo en los éxitos de su deporte, en cualquiera sitio de la Isla existen ideas factibles de llevarse a la práctica, memorias que desempolvar, ánimos que despertar.

Las nuevas generaciones de cubanos que asumirán los venideros retos ya nacieron y es un deber dotarlos de buena salud. Quienes hoy tienen cinco años de edad serán nuestros representantes en la arena internacional en el 2028, y si aceptamos el criterio de que los mejores resultados pueden obtenerse entre los 24 y 26 años de vida de un atleta, es menester saber cómo encaminaremos a esos pequeñines que ahora corretean de un lugar a otro de la casa.

 

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