"Detesto los viajes y los exploradores", reza la primera línea de
Tristes trópicos (1955), paradójicamente uno de los libros de
viajes más fascinantes que se hayan escrito en el siglo XX por un
hombre de ciencia. Si no se hubiese adentrado en las profundidades
de Brasil para observar la vida de las comunidades de los guaicuru,
los tupi, los bororo, y los nambikwara, quizás sería recordado solo
por sus aportes teóricos y no por su impronta poética. Porque de eso
se trata: dotar la práctica científica de imaginación e instalar el
registro documental en el territorio de la narración especulativa
marcaron la diferencia de una obra que cambió la manera de reflejar
y transmitir conocimientos.
Su
autor, Claude Lévi-Strauss, dejó de existir este último domingo en
París poco antes de cumplir 101 años de edad. Había nacido en
Bruselas en 1908 pero por el ámbito vital y la consagración
profesional inscribió su nombre en la cultura francesa. Estudió
Derecho y Filosofía en la Sorbona. Una estancia en Brasil de 1935 a
1939 le hizo reorientar su carrera. A partir de entonces, y con la
publicación de Vida familiar y social de los indios nambikwara
(1948), Las estructuras elementales (1949) y Raza e
historia (1952), se dedicó a la antropología, especialidad en la
que dejó una huella imprescindible.
Un encuentro con el lingüista Roman Jakobson en Estados Unidos lo
decantó definitivamente por el costado del estructuralismo. La
edición en 1958 de Antropología estructural lo convirtió en
punto de obligatoria referencia en las ciencias sociales
contemporáneas, que se afianzaría con el polémico ensayo El
pensamiento salvaje (1962) y la serie de volúmenes que publicó
bajo el nombre genérico de Mitológicas entre 1964 y 1971.
Influido por la herencia de Freud, los hallazgos lingüísticos de
la Escuela de Praga y la dialéctica marxista, pero sobre la base de
un pensamiento original, su enfoque estructuralista trató de
articular la relación entre el mito y al historia, la familia y la
sociedad, la cultura y la naturaleza, los símbolos y las prácticas
sociales.
Aun cuando fue sometida a recias críticas tanto por los que le
achacaron rasgos de determinismo en la formulación de sus resultados
como por quienes observaron cierta rigidez en las dicotomías que
adoptó como puntos de partida y llegada para sus análisis, la obra
de Lévi-Strauss constituye un colosal e ineludible proyecto de
sistematización de conocimientos sobre las coincidencias y las
diferencias de la vida humana, y una fuente de inspiración para
otros pensadores tan diversos como el semiótico italiano Umberto
Eco, el filósofo francés Jacques Derridá, famoso por la teoría de la
deconstrucción, y el marxista norteamericano Fredric Jameson.
En días próximos a cumplir su centenario, Lévi-Strauss reclamó a
los científicos sociales superar la visión estrecha del humanismo,
al enunciar cómo debía abordarse al hombre más como ser viviente que
como mero ser pensante.
Decía por entonces que se atribulaba ante la desmedida
importancia que la sociedad le daba a los medios de comunicación,
causantes, en su opinión, de un abaratamiento de la información.
Habló del "hombre aturdido", que ante semejante bombardeo, terminaba
"por creer que conoce el mundo en que vive cuando en realidad no
sabe nada".
Confesó no estar ajeno él mismo al aturdimiento. "Durante el
siglo XX —expresó— la ciencia ha progresado mucho más que en todos
los siglos anteriores, una aceleración enorme en la producción de
conocimientos y, al mismo tiempo, ese progreso vertiginoso nos abre
abismos cada vez más insondables, cada descubrimiento nos plantea
diez enigmas, de manera que el esfuerzo humano pareciera estar
abocado al fracaso. Pero está bien que así sea".