Premio Nacional de Literatura, de Periodismo Cultural y miembro
de la Academia Cubana de la Lengua, Reynaldo González dirige la
revista literaria La Siempreviva y es escritor de cerca de 15
libros, entre los que pueden encontrarse los más diversos motivos y
géneros: la obra de Cirilo Villaverde y Lezama Lima, la novela
radial, el folletín, el Habano...; el testimonio, el ensayo, la
narrativa, la poesía y hasta un recetario de comida tradicional
cubana.
La próxima Feria Internacional del Libro le dedicará sus jornadas
del 2010, junto a la historiadora María del Carmen Barcia. Por lo
que en febrero el lector cubano tendrá la oportunidad de estar en
contacto directo con el autor de textos tan memorables como La
fiesta de los tiburones, Siempre la muerte, su paso breve,
Contradanzas y latigazos, Lezama Lima, el ingenuo culpable, Llorar
es un placer, El bello Habano y Al cielo sometidos, entre
otros de sus títulos.
Usted acaba de recibir, por sexta ocasión, el Premio Nacional de
la Crítica Literaria. Pocos escritores cubanos pueden presumir de
tal honor. ¿Todavía se sonroja con noticias como esa?
—Pues sí. Al Premio de la Crítica le doy gran importancia porque
gratifica un libro en particular, no responde a consideraciones de
otro carácter, subjetivas o ambientales. Premia un trabajo, insta a
continuar trabajando y denota la relación con el medio. Recibirlo a
mi edad provecta resulta estimulante.
En la próxima Feria editarán libros suyos nuevos y agotados.
Según declaró, tiene una deuda con el lector cubano: su novela
Siempre la muerte, su paso breve, poco divulgada en su
tiempo. ¿Cómo nos la presentaría hoy, a más de 40 años de haberse
escrito?
—Esa novela es una hija que debo rescatar de la ingratitud.
Circunstancias difíciles me llevaron a atenuar su aventura formal y
sus atrevimientos. Pero frente al silencio oficial tuvo el aprecio
de colegas enamorados de la literatura y su artesanía más
intrincada. La sometí a una nueva redacción para devolverle el
incomprendido vanguardismo de mis 27 años. Sé que no es habitual,
pero era una asignatura pendiente con mis lectores y conmigo mismo.
Escribir El más humano de los autores ¿puede verse como
una continuación del debate sobre la "sentimentalidad" de nuestras
culturas: cubana, latina, hispana, que nos adelantó con el
imprescindible Llorar es un placer?
—A tiempo supe que en estos asuntos la improvisación y la
inadvertencia son malos consejeros. La sentimentalidad popular, que
usualmente se trata con ligereza, es uno de los asuntos más
significativos de la cultura. Un pueblo también se mide por los
estímulos que lo conmueven. A eso apunta El más humano de los
autores, sobre Félix B. Caignet y su época. Me propuse un libro
totalizador, con guiños y trampas, un libro como una revista. Saldrá
una nueva edición porque los lectores resultaron avariciosos.
Sin duda, usted le concede un valor insustituible a la
investigación para asumir cualquier labor de escritura.
—A veces pienso que investigar me gusta más que escribir, pero si
no escribo, ¿para qué investigo? Sobre todo, ¿para quién? Mis libros
Contradanzas y latigazos, La fiesta de los tiburones, El bello
Habano, Cine cubano, ese ojo que nos ve, que por primera vez se
publicará en Cuba, constituyeron esfuerzos de comprensión de nuestra
cultura, su gente, su perfil histórico, sus avances y
contradicciones. Han sido mis universidades.
Me gustaría saber a cuál género le cuesta más tomarle el pulso,
teniendo en cuenta que los ha transitado todos y, además, ejerce un
periodismo digno de que las nuevas generaciones no pierdan de vista.
—Mi reto mayor es la ficción porque la abordo, también, como una
indagación del lenguaje. Me ha servido para captar la aventura
lingüística de los siglos cubanos XIX y XX. En Al cielo sometidos
me lancé a una zambullida en el español del siglo XV. Son retos que
me impongo, además de buscar argumentos y formas narrativas que no
dejen impasible al lector. Nadie abre un libro con el rótulo
"novela" para aburrirse.