Anótese
esta fecha: 7 de octubre de 1959. Se enmarca en un tiempo de
sucesivas fundaciones para la cultura cubana, notables en medio de
impactantes transformaciones revolucionarias. Si meses antes con la
creación del ICAIC se daba un decisivo paso para el fomento de una
cinematografía de aliento artístico y la apertura de inéditos
horizontes estéticos para la población, y con la Casa de las
Américas el nuestroamericanismo martiano, de signo opuesto al
panamericanismo yanki, cobraba por primera vez un sentido práctico
integrador en la vida espiritual de la región, la ley firmada por el
Gobierno Revolucionario este día de octubre colocaba la primera
piedra de un proyecto igualmente trascendente y, sin embargo, no tan
recordado: la institución de la Orquesta Sinfónica Nacional.
Quizás la falta de memoria alrededor de este hito tenga su
origen, por una parte, en la distancia que medió entre el dicho y el
hecho, y por otra, en los antecedentes mismos del acontecimiento.
Ciertamente, en Cuba hubo, durante la primera mitad del siglo XX,
una actividad sinfónica significativa, que osciló entre la
constancia y la intermitencia, pues dependió de patrocinios y
mecenazgos, y la resolución de individualidades que nunca
olvidaremos, como el adelantado Amadeo Roldán, el iluminado Pedro
Sanjuán, el empeñoso Gonzalo Roig y la buenaventura de que uno de
los más destacados directores de la época, el austriaco Erich
Kleiber haya recalado en la isla cuando su patria padeció la
barbarie fascista.
Y luego de que se firmara la ley de 1959, fue necesario un plazo
para organizar la institución. De modo que el primer concierto tuvo
lugar el 11 de noviembre de 1960, o sea, un año y un mes después. No
obstante resultó un lapso corto y fecundo. El tiempo se fue volando
entre la convocatoria y los preparativos.
Como un símbolo de los nuevos tiempos quedó el carácter del
programa inaugural, dedicado a la música de Alejandro García Caturla,
bajo la dirección del primer titular del organismo, el maestro
Enrique González Mántici. Tanto él como Manuel Duchesne Cuzán
prestaron atención a la promoción del catálogo sinfónico de autores
nacionales, misión que en igual medida acometieron con posterioridad
Leo Brouwer, Iván del Prado, Gonzalo Romeu, Guido López Gavilán,
Jorge López Marín, Zenaida Romeu, María Elena Mendiola, Enrique
Pérez Mesa y Roberto Valera.
Por cierto, este último, uno de los más sobresalientes
compositores cubanos contemporáneos, recordó hace unos días en la
sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba a personalidades
que estuvieron vinculadas con la formación de la entidad sinfónica
—Carlos Rafael Rodríguez, Vicentina Antuña, Alejo Carpentier, Mirta
Aguirre, José Ardévol, María Antonieta Enríquez, Enrique González
Mántici, Edgardo Martín, Argeliers León y Juan Blanco—, y propició
un homenaje a un instrumentista que a los 99 años de edad es puente
entre los fundadores y los actuales miembros de la OSN, el excelente
percusionista Domingo Aragu.
También Valera alertaba sobre la necesidad de proteger la memoria
de la OSN. La institución no cuenta con un centro de información o
una estructura funcional parecida que organice con todo el rigor
documental requerido sus programas de mano, que registre sus éxitos
y sus fracasos, que confeccione la base de datos de su actividad,
las críticas recibidas, la correspondencia histórica, las
estadísticas, la relación curricular de los artistas invitados, los
encargos que pudiera realizar, que actualice sus partituras y
partichelas, que dirija la investigación relacionada con ella, en
fin, su historia viva.
Al sumarnos a ese reclamo lo hacemos convencidos de que los años
por venir de la OSN tendrán que ser mucho más pujantes que los
pasados, a partir del talento y la experiencia acumulados.