El hecho de que Slumdog millionaire sea exhibida en el
Chaplin —este miércoles, a las 8:00 p.m, y el sábado a las 5:00
p.m.— dentro de la Semana de Cine Indio reafirma que la
cinematografía de ese país le ha concedido el estado de gracia a la
multipremiada película, elaborada desde unas perspectivas de
coproducción anglonorteamericana, lo que hizo especular en cuanto a
las intenciones de su director, el inglés Danny Boyle, el mismo que
en 1996 se diera a conocer en grande con la espectacular
Trainspotting.
Por lo general el cine de Boyle se caracteriza por tratar temas
serios e imprimir un estilo visual contundente, muy imaginativo y
dinámico, a ratos a puro lenguaje de clip, una envoltura perfecta
para historias dramáticas sobre personas atrapadas en una situación
límite. ¿Qué lo hacía entonces vincularse en su argumento a un tipo
de realización que en lo formal lo acercaba bastante al cine de
Bollywood?
Tras alzarse con ocho Oscar y otros premios internacionales no
faltaron los que quisieron ver en Slumdog millionaire una
suerte de parodia al masivo cine de Bollywood, y para sustentar tal
opinión se apoyaron fundamentalmente en la escena final del filme,
donde aparece el clásico cuadro de bailes y canciones. Sin embargo,
allí donde los "sesudos" hablaron de sarcasmo, lo que se aprecia es
el homenaje del director Danny Boyle al cine de Bollywood, y también
una manera fantasiosa de recurrir a un final lleno de esperanza,
ante una historia que había mantenido la atención apretándonos por
el cuello.
Una bella reflexión acerca de que la verdadera riqueza, más que
en el dinero, habría que buscarla en el amor y en la integridad.
Es cierto que Boyle incorpora elementos del cine de Bollywood al
trasponer la novela de Vikas Swarup, que habla de las mafias que
dominan Bombay y que someten a inocentes niños. Pero su visión se
reviste de una complejidad artística que desde los postulados del
más absoluto cine clásico, y con bien elaborados clichés dramáticos,
busca ser diferente a sus antecedentes, y sin duda lo logra.
En esa lucha, matizada por el suspenso, del joven de la calle que
acude al programa de preguntas y respuestas de la televisión para
proseguir con lo que él estima "su destino", el dramatismo aumenta
no solo por las peripecias del guion, sino también gracias al
estudiado uso de las angulaciones, la potencia del sonido y la
música, y el montaje, a veces muy agresivo, y que de alguna manera
recuerda al Fernando Meirelles de Ciudad de Dios.
Boyle filma con respeto a las tradiciones y al modo de vida del
país, pero no se contiene a la hora de desplegar duros cuadros
sociales y alguna que otra ironía, como el fanatismo desmedido hacia
las estrellas del cine y la televisión, lo que aprovecha para
insertar unas muy necesarias notas de humor.
La violencia está presente en Slumdog millionaire, pero no
hay regodeo en ella ni tampoco en la degradación moral, porque lo
que interesa más bien es la capacidad casi infinita del protagonista
para superar los obstáculos y concretar el amor, aunque para ello
haya que recurrir a una historia romántica que recuerda, a ratos, a
los cuentos de hadas.