Slumdog millionaire en el Chaplin

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu

El hecho de que Slumdog millionaire sea exhibida en el Chaplin —este miércoles, a las 8:00 p.m, y el sábado a las 5:00 p.m.— dentro de la Semana de Cine Indio reafirma que la cinematografía de ese país le ha concedido el estado de gracia a la multipremiada película, elaborada desde unas perspectivas de coproducción anglonorteamericana, lo que hizo especular en cuanto a las intenciones de su director, el inglés Danny Boyle, el mismo que en 1996 se diera a conocer en grande con la espectacular Trainspotting.

Por lo general el cine de Boyle se caracteriza por tratar temas serios e imprimir un estilo visual contundente, muy imaginativo y dinámico, a ratos a puro lenguaje de clip, una envoltura perfecta para historias dramáticas sobre personas atrapadas en una situación límite. ¿Qué lo hacía entonces vincularse en su argumento a un tipo de realización que en lo formal lo acercaba bastante al cine de Bollywood?

Tras alzarse con ocho Oscar y otros premios internacionales no faltaron los que quisieron ver en Slumdog millionaire una suerte de parodia al masivo cine de Bollywood, y para sustentar tal opinión se apoyaron fundamentalmente en la escena final del filme, donde aparece el clásico cuadro de bailes y canciones. Sin embargo, allí donde los "sesudos" hablaron de sarcasmo, lo que se aprecia es el homenaje del director Danny Boyle al cine de Bollywood, y también una manera fantasiosa de recurrir a un final lleno de esperanza, ante una historia que había mantenido la atención apretándonos por el cuello.

Una bella reflexión acerca de que la verdadera riqueza, más que en el dinero, habría que buscarla en el amor y en la integridad.

Es cierto que Boyle incorpora elementos del cine de Bollywood al trasponer la novela de Vikas Swarup, que habla de las mafias que dominan Bombay y que someten a inocentes niños. Pero su visión se reviste de una complejidad artística que desde los postulados del más absoluto cine clásico, y con bien elaborados clichés dramáticos, busca ser diferente a sus antecedentes, y sin duda lo logra.

En esa lucha, matizada por el suspenso, del joven de la calle que acude al programa de preguntas y respuestas de la televisión para proseguir con lo que él estima "su destino", el dramatismo aumenta no solo por las peripecias del guion, sino también gracias al estudiado uso de las angulaciones, la potencia del sonido y la música, y el montaje, a veces muy agresivo, y que de alguna manera recuerda al Fernando Meirelles de Ciudad de Dios.

Boyle filma con respeto a las tradiciones y al modo de vida del país, pero no se contiene a la hora de desplegar duros cuadros sociales y alguna que otra ironía, como el fanatismo desmedido hacia las estrellas del cine y la televisión, lo que aprovecha para insertar unas muy necesarias notas de humor.

La violencia está presente en Slumdog millionaire, pero no hay regodeo en ella ni tampoco en la degradación moral, porque lo que interesa más bien es la capacidad casi infinita del protagonista para superar los obstáculos y concretar el amor, aunque para ello haya que recurrir a una historia romántica que recuerda, a ratos, a los cuentos de hadas.

 

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