Cuba
entera rinde tributo a un hombre que como pocos ha hecho realidad la
sentencia martiana de que la muerte no es verdad cuando se ha
cumplido bien la obra de la vida. Por eso jamás podríamos decirle
adiós al Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, pues no se
le dice adiós a un ejemplo, sino que se le sigue, siempre a su lado
con esa fe imperecedera y renovada en el triunfo, que lo distingue
como combatiente revolucionario.
Cuando los cubanos pasamos hoy frente a él, era imposible que el
dolor no nos apretara el pecho, pero su invicta humanidad nos
convocaba a no rendirnos.
Almeida, como lo llama cualquier cubano, nunca se rindió. Ni en
el Moncada, ni en la prisión, tampoco en los difíciles días del
Granma, ni en El Uvero, cuando herido, y fiel a sus convicciones, no
abandonó la posición principal de aquel combate, que marcó la
mayoría de edad del Ejército Rebelde; no cejó hasta cumplir con el
cerco de Santiago de Cuba en los últimos días de diciembre para
encender el alba victoriosa de enero de 1959; no claudicó ni un
segundo en las complejas e importantes misiones que dirigió y en las
cuales también ha triunfado en estos 50 años de Revolución.
Todos lo conocemos, porque como todos los Jefes de una Revolución
como la nuestra, de los humildes, con los humildes y para los
humildes, jamás se ha separado de su pueblo, de los suyos. Por eso
le vimos en el Aniversario 50 del III Frente con el pecho hinchado
rendir homenaje a sus compañeros de lucha. Su voz tomada ese día de
marzo del 2008 mostraba cuánta humanidad y fidelidad hay en el
invicto Comandante de la Revolución.
Solo hoy, que no nos reclamará por la evocación podemos escribir
y decir de Almeida. Su gigantesca modestia lo hubiera impedido.
Pidámosle entonces permiso, Comandante, para mostrar la cualidad de
un verdadero revolucionario, al recordar su enérgico, cariñoso y
aleccionador reclamo a nuestro periódico, cuando al querer
resaltarlo, sacamos su imagen de una foto en la que se encontraba
junto a varios guerrilleros. Fue enfático al reprocharnos cómo lo
íbamos a separar de aquellos que eran sus hermanos.
Dijo Almeida que "Fidel nos hizo dignos a todos" y él es
expresión mayúscula de esa dignidad y sencillez. Guardo el grato
recuerdo de haber compartido mis estudios de secundaria, en la
Escuela Batalla de Jigüe, en San Antonio de los Baños, con su hija
Belinda, que no se nos presentó con tan orgullosa credencial¼
allí estaba presente esa grandeza de la Revolución. Ella, hija del
Comandante, y yo, hijo de obreros, compartiendo la misma aula, el
mismo almuerzo, trabajando juntos en el campo. Y al pasar los años,
ella escribiendo una de las páginas más bellas de la Revolución,
como médico internacionalista en Honduras, y yo, en este otro
bastión revolucionario que es el periódico Granma. Por eso
luchó su papá, por eso no se ha rendido nunca.
Comandante, su corazón no se ha detenido, continúa latiendo
porque los cubanos laten y latirán con su ejemplo. Jamás le
hablaremos en pasado, porque el motor siempre creador de su
Revolución y su pueblo, no lo dejarán morir.
Esa es la razón por la que cada cubano, tras cumplir las
inagotables filas para rendirle tributo en toda Cuba, nos detuvimos
ante usted con contenida emoción y creo que todos pensamos que por
empinadas que sean las lomas, por difíciles que sean las
circunstancias, por poderoso que sea el enemigo, sabremos exclamar
junto a usted ¡Aquí no se rinde nadie, c¼
!