|
|
|
i Aquí no se rinde nadie, c…!
(Fragmentos del relato del Comandante de la Revolución Juan Almeida
Bosque sobre los primeros acontecimientos de la sorpresa de Alegría
de Pío, el 5 de diciembre de 1956, donde ofreció esta respuesta al
reclamo de rendición)
Al amanecer del día 5 hago un recorrido. Cuando exploro,
encuentro que el terreno tiene arriba lajas de piedras; abajo,
diente de perro y tierra colorada. En el lugar donde hemos acampado,
que nos indicó el guajiro, tenemos la protección del montecito, que
ahora parece más amplio, más grande, y el cañaveral delante. El
terreno asciende poco a poco hacia otro monte tupido, hasta elevarse
más abruptamente. Estamos acampados dentro del montecito y el
cañaveral. En un montecito más discreto está el Estado Mayor. En
otro más pequeño acampé con mi gente.
En
el antiguo Palacio Presidencial durante una de las concentraciones
populares en 1959.
Voy donde está el Estado Mayor, mientras dejo relacionando las
armas y secando las balas. Hablo con los allí presentes. Che y
Faustino [Pérez] atienden a todo el que va a verlos, la mayoría con
ampollas sangrantes en los pies. Veo a [José] Smith, y converso con
él. Me informa que no se va a caminar, permaneceremos allí hasta el
amanecer. A las cuatro se repartirá una ración de galletas con
chorizo, y mientras tanto, ¡a comer caña! Aparece con más frecuencia
la aviación, amaga y se va. Vuelvo a donde estoy acampado.
Pongo postas cerca y no sitúo protección el pelotón, pues esto lo
hace la vanguardia y la retaguardia, que tienen la misión de cuidar
las entradas. Me pongo junto a un tronco talado. Recuesto mi fusil y
la mochila cerca, todo a mano. Me quito las botas y las medias, las
pongo al sol. Consigo un pedazo de caña nueva. Advierto que tengan
cuidado, que no se dejen ver y ojo con los aviones. Me quedo medio
dormido.
A las tres me pongo las medias y las botas. Están agradables,
pues el sol les ha impregnado su calor. Limpio el fusil por fuera,
sin desarmarlo, en el momento que pasa una avioneta.
Ahora viene Ramirito repartiendo las dos galletas con un pedacito
de chorizo. Miro el reloj: son las cuatro y veinte. Regresa la
avioneta, pica casi arriba de nosotros. Me entretengo viendo su
maniobra, suena un disparo de fusil, y ya, se generaliza el fuego
por donde quiera. Envío a [Norberto] Godoy al Estado Mayor a buscar
instrucciones. Como tarda o me lo parece en medio de aquel tiroteo,
decido ir.
—Manténganse firmes aquí, voy hasta el Estado Mayor —les digo.
En
los muelles de La Habana, aquel día de la criminal explosión de La
Coubre, el 4 de marzo de 1960.
No me puedo parar, acostado cojo el fusil, la canana y la
pistola-ametralladora, dejo la mochila. Salgo entre arrastrándome y
agachado. En medio de aquel tiroteo, a veces tengo que tirarme al
suelo y apoyar la cara contra la tierra y las piedras, para no ser
tocado por las balas que pican alrededor y poder llegar, lo que no
resulta fácil bajo aquel fuego graneado. Las balas parten las ramas
de los árboles y arrancan astillas de los troncos, silban los
proyectiles y los que dan en el suelo hacen saltar la tierra y las
piedras. Me arrastro, me agacho, avanzo, me detengo, continúo. Voy
jadeante como el sediento. Espero que disminuya la balacera y avanzo
de nuevo. No sé cuánto tiempo tardo en llegar, pero lo voy logrando
a pesar de las dificultades.
Por el camino me encuentro con [Emilio] Albentosa, lleva un fusil
en la mano y otro colgado en bandolera. Me enseña que está herido en
el cuello y sangra por la nariz. Le quito el fusil que lleva
colgado, lo empujo para que se tire al suelo no vaya a ser herido de
nuevo, y grito:
—iAdelante, compañeros, adelante!
Juntos llegamos al montecito del Estado Mayor. Aquí vemos a
[José] Ponce recostado a un árbol, está embarrado de sangre y me
hace señas para mostrarme el lugar donde está herido. Más adelante
otros, boca abajo en el suelo, avanzan tratando de salir.
Miro a un lado y encuentro a Che herido en el cuello. Está
sentado, recostado a un árbol de tronco fino. Junto a él, su fusil,
una mochila grande con los medicamentos e instrumental médico y una
caja metálica de balas. Me tercio el fusil en bandolera, saco la
pistola-ametralladora, le pongo el culatín y comienzo a disparar
hacia el lugar donde veo cómo se mueven los guardias de la tiranía y
desde el cual nos tiran.
Uno de ellos grita:
—¡Ríndanse! ¡Ríndanse! —a lo que respondo:
—i Aquí no se rinde nadie, c... !
Durante
la lucha contra bandidos en El Escambray.
—Y disparo en la misma dirección de donde sale la voz, un
rafagazo primero, tiro a tiro después. En respuesta concentran el
fuego hacia donde nos encontramos, me tengo que tirar al suelo. Se
escuchan también explosiones de granadas, parece que las tiran de
muy lejos, pues nada más se escucha la explosión. Cuando amaina el
fuego, les digo a los que se encuentran allí:
—i Vamos!
Le indico a Che:
—Recoge tu fusil, deja la mochila, coge la caja de balas y lo que
más puedas, pues no podemos cargar tanto. Ponte algo en el cuello,
que estás sangrando mucho, y vámonos.
Se acerca [Raúl] Suárez y nos muestra un tiro en la mano, sangra.
Le digo a [Enrique] Cámara que le ponga un torniquete y a Faustino
que lo cure. Nos agachamos, mientras a Suárez le hacen una ligadura
en el brazo con un pañuelo, un pedazo de trapo, no sé, no recuerdo.
En aquella confusión, el que se separa un poquito ya no lo vemos
más, es como si lo halaran y lo ocultaran. Mando que le tiren a la
avioneta para hacer volumen de fuego y ver si liquidan al hombre que
dispara desde ella con parte del cuerpo fuera.
Continuamos caminando agachados. Ahora voy solo con Che, a los
otros los he perdido de vista... (Tomado del libro ¡Atención!
¡Recuento!) |
|
|