(Sala del Pleno de la Audiencia de Oriente, septiembre de 1953)
—¡Otro! —pidió el presidente.
La
sesión transcurría muy activa, esa mañana iban a declarar casi todos
los participantes.
—Juan Almeida Bosque —llamaron, y Almeida, sereno y hasta
sonriente, se dispuso a responder el interrogatorio.
—Alguien tuvo que convencerlo a usted a que viniera a asaltar el
cuartel— fue la pregunta afirmativa del fiscal.
—No, señor, nadie tuvo que convencerme, vine solito, inspirado en
mis propias ideas —contestó, y agregó para afirmar sus anteriores
palabras:
—¡Yo declaro bajo juramento que sí participé en el asalto al
cuartel Moncada y que nadie me indujo!... a no ser mis propias ideas
que coinciden con las del compañero Fidel Castro y en el caso mío
provienen de las lecturas de obras de Martí y de las historias de
nuestros mambises, y creo que en el caso de Fidel también, aunque él
tuvo la oportunidad de ir a la Universidad y tiene mayores
conocimientos de todas estas cosas.
—¿No se ha arrepentido usted al comprobar que era un sueño eso de
tomar el cuartel con tan pocas armas que traían, como declaró el
doctor Fidel Castro? —preguntó otra vez el fiscal.
—No, señor, si tuviera que volver a hacerlo lo haría, ¡que no le
quepa la menor duda a este tribunal! —fue la firme respuesta de
Almeida.
—¿Usted daba órdenes o las recibía? —inquirió el fiscal.
—Las recibía, no tuve el honor de darlas —contestó el acusado.
—Pero seguramente hubiera querido que triunfara esa Revolución
para dar órdenes —continuó el doctor Mendieta Hechavarría.
—Esa no era ni es mi aspiración, yo quería, o quiero que triunfe
la Revolución para que sea el pueblo el que dé las órdenes, porque,
hasta ahora, otras personas han dado las órdenes y las cosas no han
marchado bien, así que tiene que llegar el momento en que sea el
pueblo el que dé las órdenes, el que mande —afirmó Almeida.
Almeida
estaba extremadamente delgado y rasurado el rostro, vestía un
pantalón beige y una camisa de mangas largas del mismo color,
llevaba la camisa por fuera, haciéndolo parecer más delgado aún;
pero la serenidad con que hablaba y el tono irónico y cáustico de
sus respuestas hicieron que la generalidad de las personas en la
Sala lo observara con atención; a veces parecía que se burlaba del
tribunal, pero se dirigía a ellos con tanto respeto que no podían
sentirse ofendidos.
—¿Traían ustedes o algunos de sus compañeros armas blancas o
instrumentos pérforo cortantes? —interesó el magistrado Mejías.
—¿Usted quiere decir, cuchillos y punzones...? —preguntó Almeida,
y luego respondió:
—No trajimos ninguno de esos instrumentos, ni tampoco guantes, ni
granadas.
Quien habría de ser uno de los más firmes puntales de la
Revolución y fue un héroe en la guerra de guerrillas en la Sierra
Maestra: Juan Almeida Bosque, desde los inicios de la gesta dio
ejemplo de firmeza y convicción en los ideales por los cuales
luchaba al lado de Fidel y Raúl.
Almeida había conocido al doctor Fidel Castro en el balneario de
la Universidad de La Habana, cuando Fidel estudiaba. Por aquellos
días Almeida trabajaba en el balneario como taquillero, mozo de
limpieza y albañil; hacía cualquier trabajo por duro que fuera, el
caso era tener para ayudar a su numerosa familia —once hermanos, la
madre trabajaba en quehaceres de su casa atendiendo a los hijos y el
padre como periodista honrado devengaba un sueldo modesto que no
alcanzaba para el sostén del hogar—, antes de trabajar en el
balneario había sido peón de Obras Públicas en construcción y
reparación de calles.
Como conocimientos poseía los de la escuela, hasta octavo grado,
y algunos cursos de academias, que por su precaria economía no pudo
concluir; sin embargo, siempre le gustó leer y se interesaba
vivamente por el acontecer político del país. Fue cuando comenzó a
trabajar en el Balneario Universitario que, por el trato diario con
estudiantes, pudo tener un mayor contacto con las actividades
culturales. Desde los primeros momentos de conocer a Fidel entabló
una franca amistad con él y pronto este le comunicó sus inquietudes
revolucionarias, las cuales coincidieron con una íntima convicción
que poseía Almeida, quien fue estimulado por las frecuentes charlas
con el doctor Fidel Castro.
En la célula clandestina que integraba Almeida había otros
jóvenes obreros de la construcción: los hermanos Wilfredo y Horacio
Matheu, quienes eran masilleros, al igual que Remberto Abad Alemán
Rodríguez.
Después de Almeida fue examinado el acusado Armando Mestre
Martínez, quien llamaba la atención en el juicio por su perenne
gesto de meditacion: el pulgar y el índice sosteniendo la barbilla;
era negro como el ébano, de facciones afiladas y cara redonda con
mentón fino; complexión musculosa, de mediana estatura, de
movimientos reposados, pero mirada alerta.
Armando Mestre era estudiante de bachillerato y obrero de la
construcción, fue uno de los constructores del hotel Habana Hilton,
hoy Habana Libre. Compañero de oficio de Juan Almeida y vecino de él
en el reparto Poey, en La Habana. Mestre fue el primer enlace de
Almeida con el Movimiento.