De
acuerdo con el apotegma martiano, podría decirse que la muerte de Ho
Chi Minh no es verdad porque cumplió la obra de su vida. Su
prolífera existencia, en pensamiento y acción, trascendió. Sus
frutos continúan cosechándose en el pueblo vietnamita y sirven de
ejemplo a los revolucionarios y hombres de buena voluntad en
cualquier parte del mundo.
Ho Chi Minh, el venerado presidente de Vietnam, guerrero
imbatible, falleció el 3 de septiembre de 1969. Pero su estrategia,
asumida y continuada por sus compañeros de guerra, y contingentes
revolucionarios de varias generaciones, dieron lugar a la victoria
contundente de un pueblo pequeño y pobre frente a la potencia más
agresiva y poderosa del mundo actual.
La fundación del Partido Comunista de Indochina, del Partido
Comunista de Vietnam, y en su juventud la integración como fundador
del Partido Comunista Francés (1930), fueron avales teóricos y
prácticos, que se inscriben en la historia política y el bregar
ideológico. Valiente en la defensa de sus ideas patrióticas, se
convirtió en abanderado de la lucha anticolonial en sus días
parisinos, donde el joven Nguyen Ai Quoc (nombre adoptado por él)
residía como emigrado; pintaba para vivir, escribía poesía y editaba
un periódico.
Artífice y guerrillero en la lucha contra el colonialismo
francés, lo derrota poniendo en práctica sus concepciones, con el
concurso de patriotas de su Estado Mayor, como Nguyen Giap, Pham Van
Dong, y Le Duan. Tuvo la visión de transitar de la guerrilla a la
construcción de un ejército popular y de sumar a la lucha a las
masas campesinas y a todos los sectores posibles. Con la victoria
sellada en la batalla de Diem Bien Phu, borró más de un siglo de
dominio colonial francés.
Con anterioridad, Ho Chi Minh supo escoger el momento adecuado
para proclamar la República Socialista de Vietnam, el 2 de
septiembre de 1945, aún en medio de las duras hambrunas sufridas
luego de la invasión japonesa.
Tras la partición del país por los Acuerdos de París de 1954, en
el Sur se sucedieron sátrapas alentados por los gobiernos de Estados
Unidos, que terminó creando un pretexto para la intervención militar
y el comienzo de una escalada agresiva sin precedentes contra el
Norte socialista. Cierto que Ho murió antes de ver a los prepotentes
invasores norteamericanos huyendo. No vio las imágenes de los
soldados y oficiales trepando sus propios helicópteros para salir de
lo que para ellos era un infierno en Saigón —hoy Ciudad Ho Chi Minh—
el 30 de abril de 1975.
Pero ya, desde antes, estaban escritas en su testamento político
las líneas básicas para alcanzar la victoria: "La unidad es una
tradición sumamente preciosa de nuestro Partido y de nuestro pueblo.
Todos los camaradas, desde el Comité Central hasta la célula, deben
preservar la unidad monolítica como la niña de sus ojos. (¼ )
Entrenar y educar a las generaciones revolucionarias venideras es
una tarea sumamente importante y necesaria".
Advirtió que la guerra sería larga: "Nuestros compatriotas
posiblemente tengan que soportar nuevos sacrificios en términos de
propiedad y de vidas humanas. En todo caso, debemos estar resueltos
a luchar contra los agresores norteamericanos hasta la victoria
total". Y anticipó el desenlace: "Los imperialistas norteamericanos
tendrán que retirarse de Vietnam. Nuestro país será reunificado.
Nuestros compatriotas del Norte y del Sur se unirán de nuevo bajo el
mismo techo".
El poeta que siempre fue, escribió en el propio testamento:
"Nuestros ríos, nuestras montañas, nuestros hombres siempre
quedarán. Derrotados los yanquis, construiremos una Patria diez
veces más hermosa".
Y así ha ocurrido.