El problema con esta afirmación es que, de nuevo, lejos de que
haya terminado la crisis, esta solo empieza a desarrollarse.
Zakaria comienza por reconfortarse con el hecho de que todas las
crisis financieras de los últimos 20 años han sido superadas,
llevando a más crecimiento económico.
Como señala Zakaria, el presidente de la Reserva Federal Alan
Greenspan siempre presentó la misma solución: reducción de los tipos
de interés y suministro de dinero fácil, creando una serie de
activos de burbujas. Cuando la crisis de las hipotecas de alto
riesgo se desarrolló en el 2007, el presidente de la Reserva
Federal, Ben Bernanke, siguió el mismo procedimiento. Sin embargo,
en esta ocasión, las reducciones de las tasas de interés no
aliviaron la crisis. La Reserva Federal inició sus inyecciones de
liquidez en agosto del 2007, pero la situación sólo empeoró. El
banco de inversiones Bear Stearns quebró en marzo del 2008, seguido
por el colapso de Lehman Brothers en septiembre y, para fines del
2008, a pesar de masivas inyecciones de liquidez, los cinco bancos
de inversión de Wall Street habían colapsado o se habían visto
obligados a reestructurar. El sistema financiero global estaba al
borde de la catástrofe.
Esto demuestra por sí solo que, lejos del feliz escenario pintado
por Zakaria —esta crisis es como las otras desde 1987— el colapso
que comenzó en el 2007 marcó un giro cualitativo en un proceso
continuo.
Zakaria se ve obligado a reconocer que el sistema financiero
global ha estado "sufriendo crashes con más frecuencia
durante los últimos 30 años que en ningún periodo comparable de la
historia." Pero insiste en que el problema no tiene que ver con el
sistema de beneficios en sí. "Lo que estamos experimentando no es
una crisis del capitalismo. Es una crisis de las finanzas, de la
democracia, de la globalización y en última instancia de la ética."
En primer lugar, la separación del capitalismo de cada uno de
estos fenómenos es absurda —como si el modo capitalista de
producción pudiera ser de alguna manera extraído de la situación
histórica en la cual está situado; como si no conformara el entorno
socio-político en el que opera, incluida la ética imperante.
La separación de las finanzas (el lado malo) del resto de la
economía capitalista (el lado bueno) tiene una larga historia. Fue
señalada por Marx en su desdeñosa crítica a Proudhon, el pequeño
burgués anarquista francés, hace más de 150 años. Como Marx
explicara entonces, el lado "malo" no puede ser separado del
"bueno", especialmente ya que resulta que en la mayoría de las
veces, el lado "malo" es la fuerza impulsora del desarrollo
histórico. Y es el caso en la situación actual. El desarrollo del
capitalismo estadounidense —y de la economía global— se ha basado en
los vastos cambios asociados con los procesos de financiación que
comenzaron en los años ochenta.
El alza renovada de la financiación no fue sólo una decisión
política, sino una reacción a una crisis en el proceso de
acumulación capitalista que se había desarrollado a fines de los
años sesenta y en la década de los setenta. Ante una caída en la
tasa de beneficio, el capitalismo estadounidense emprendió a partir
de los años setenta un importante programa de reestructuración.
Involucró la destrucción de amplios sectores de la industria
manufacturera, un ataque concertado contra la posición social de la
clase trabajadora, el desarrollo de la subcontratación en el
extranjero y el uso de contratistas para aprovechar fuentes más
baratas de mano de obra, y un giro hacia la manipulación financiera,
como adquisiciones hostiles y fusiones, como fuente de beneficios.
La transformación de la economía estadounidense en los años
ochenta presenció la emergencia de un nuevo modo de acumulación, en
el que los beneficios se hicieron mediante la apropiación, a través
de métodos financieros, de riqueza ya creada. Históricamente, la
riqueza había sido acumulada en la economía de EE.UU. mediante la
inversión, el comercio y la manufactura. Ahora la fuerza impulsora
de la acumulación fue el aumento de los precios de los activos. Esto
ha determinado la forma de la economía de EE.UU., y la acumulación
de beneficios por todos los sectores del capital —incluso aquellos
que no estaban directamente conectados con las finanzas.
No importa cuán sana o bien dirigida sea una firma capitalista,
la acumulación de beneficio es un proceso social. Cada firma depende
para su expansión del crecimiento de la economía en su conjunto. Y
en EE.UU., el capital financiero ha sido la fuerza conductora. Todo
intento de separar el lado "malo" del "bueno" colapsa incluso bajo
un estudio superficial.
El gobierno de EE.UU. ya ha comprometido 12,7 billones de dólares
en apoyo del sistema financiero, casi el equivalente al producto
interno bruto de ese país. Desde que la crisis financiera se
intensificó en septiembre del 2008, los gobiernos en todo el mundo
han comprometido 18 billones de dólares en fondos públicos, el
equivalente de un 30% del PIB del mundo, para recapitalizar a los
bancos. Esto ha llevado a un reventón en su posición fiscal.
En Gran Bretaña, se espera que la deuda del gobierno llegue
pronto a un 100% del PIB, mientras que la deuda del gobierno de
Japón se orienta hacia un 200% para el 2011 y se espera que la deuda
gubernamental en EE.UU. llegue al 100% del PIB al mismo tiempo.
Según economistas del FMI, para el 2014 las ratios de la deuda
pública al PIB de las economías del G-20, que incluyen cerca de un
85% de la economía global, habrán aumentado en 36 puntos
porcentuales del PIB en comparación con los niveles a fines del
2007.
El financiamiento gubernamental, sin embargo, no puede continuar
indefinidamente. Las deudas contraídas por el Estado para financiar
los bancos serán pagadas mediante el recorte de los gastos
gubernamentales y los servicios sociales y forzosamente empobrecerán
a la clase trabajadora. La escala de este ataque contra las
condiciones sociales y los niveles de vida será directamente
proporcional al tamaño de las sumas de dinero involucradas.
Zakaria se esfuerza en extremo en su intento de afirmar que el
capitalismo no es la causa de la crisis. El verdadero problema,
insiste, no es su fracaso, sino demasiado éxito. El mundo se ha
estado moviendo hacia "un extraordinario grado de estabilidad
política"; no hay una importante competencia militar entre las
grandes potencias; la violencia política disminuye. Considerando las
guerras que son libradas por EE.UU. en Iraq, Pakistán y Afganistán,
una afirmación semejante sólo puede ser descrita como absurda.
Lenin señaló una vez que el poder del marxismo es que es verdad.
A veces, incluso conscientes oponentes al marxismo se ven obligados,
por la lógica misma de los hechos objetivos, a referirse a procesos
que forman el centro del análisis marxista. Estamos ante un caso
semejante.
Al final, Zakaria concluye que una "crisis moral" podría
"hallarse en el centro de nuestros problemas." La mayor parte de lo
que sucedió durante la última década fue legal, pero "muy poca gente
actuó con responsabilidad." Sin embargo, continúa, algo semejante no
sucedió porque "repentinamente los empresarios se hayan hecho más
inmorales. Forma parte de la apertura y de la creciente
competitividad del mundo de los negocios."
Zakaria prefiere no entrar en detalles al respecto, porque al
hacerlo dejaría demasiado claro que esa "crisis moral" es en sí una
expresión de la crisis de la economía capitalista.
Las fuerzas productivas de la economía global creadas por el
trabajo intelectual y físico combinado de la clase trabajadora del
mundo, se han desarrollado en una escala inmensa. Pero ya no pueden
ser dejadas en manos de una elite gobernante que ha perdido el
derecho histórico, político y moral de permanecer al volante.