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Parodia en Afganistán
ELSON CONCEPCIÓN PÉREZ
elson.cp@granma.cip.cu
Su nombre es Travis Bishop y su grado militar es sargento del
ejército de Estados Unidos. Vive en Texas. Después de haber estado
durante 13 meses en la guerra de Iraq, ahora es uno de los que se
niega a ser enviado a Afganistán donde formaría parte de los más de
100 000 soldados foráneos que han llevado la destrucción y la muerte
a aquella empobrecida nación asiática.
Horror
y muerte han sido la principal cosecha de las tropas ocupantes.
Su argumento para desistir: La moral de las tropas es baja,
muchos soldados van a la guerra por dinero o por obligación.
Por su parte, el abogado James Branum, quien asesora a
uniformados objetores de conciencia, manifestó que la invasión y
ocupación de Afganistán es inmoral e ilegal.
El propio Pentágono ha reconocido que entre los años 2003 y 2007
la deserción en las fuerzas armadas aumentó en un 80%.
En este mismo contexto, hasta el propio jefe de las fuerzas
norteamericanas en Afganistán, general Stanley McChystal, ha exigido
el envío desde Estados Unidos de, al menos, otra docena de aviones
teledirigidos, para evitar que aumente el número de bajas entre sus
fuerzas, aunque cada día sean más los civiles víctimas de
bombardeos.
El pasado mes de julio los ocupantes perdieron 75 militares, y en
los primeros dos días de agosto murieron nueve soldados
norteamericanos.
No pocos reconocen que la llamada guerra contra el terrorismo va
dirigida más que todo contra el pueblo afgano. Ejemplos hay muchos:
1 013 civiles muertos en lo que va del presente año, un 24% más que
en igual periodo del 2008.
El 4 de mayo último un avión sin piloto bombardeó durante varias
horas al pueblo de Bala Baluk, en la provincia occidental de Farah y
mató a 144 civiles, muchos de ellos mujeres y niños.
El 23 de junio, un ataque contra una procesión fúnebre en el sur
de Waziristán, asesinó a 80 personas, y en dos días del mes de julio
otras acciones de aviones Predador masacraron a otros 80 ciudadanos.
LA ESTRATEGIA DE OBAMA
Esta contienda bélica la heredó el presidente norteamericano
Barack Obama de su antecesor, George W. Bush. Sin embargo, el actual
jefe del imperio pretende superar a la anterior administración pues
ha diseñado una nueva estrategia que, según él, trata de garantizar
la existencia de un gobierno afgano "capaz" de emprender la
reconstrucción del país y liderar la batalla contra la corrupción.
Pero, cómo Estados Unidos justifica esos objetivos si el hoy
presidente afgano, Hamid Karzai está entre los más corruptos del
mundo.
Y las próximas elecciones son parte de ese entramado con etiqueta
Made in USA.
Para analistas, lo que habrá el jueves 20 de agosto será una
parodia de elecciones, en un país donde predomina la violencia e,
incluso, hay buena parte de él, sin control gubernamental.
El candidato que, entre los 36 postulados, parece seguro para
repetirse como presidente es el propio Hamid Karzai, ya elegido por
Washington, y con un alto grado de desprecio en muchas de las zonas
rurales del país.
Entre las acusaciones que vinculan a Karzai con la corrupción
está la relacionada con su hermano Ahmed Wali, que ha sido asociado
con el narcotráfico; y la de su principal activista electoral en el
sur Sher Mohamad, a quien sorprendieran con nueve toneladas de
amapola en su cuartel general cuando era gobernador de Hermand.
Otros dos aspirantes que se dice representan la oposición a
Karzai son su antiguo ministro de finanzas, Ashraf Ghani y el ex
titular de exteriores, Abdulla Abdulla, ambos con bajos por cientos
de aceptación según encuestas recientes.
El clima de violencia y la desconfianza hacia las autoridades
actuales, así como el repudio a las fuerzas de ocupación deja muy
poca posibilidad a que los 17 millones de electores acudan a las
urnas
LAS OTRAS HUELLAS
La guerra ya ha dejado otras huellas en sus ocho años.
Recordemos que —según W. Bush, presidente norteamericano de
entonces— la razón era acabar con Osama bin Laden y Al Qaeda,
inculpados por Washington de ser los autores de los ataques
terroristas contra las Torres Gemelas en septiembre del 2001.
En ese camino el Pentágono ha utilizado los más modernos y
destructivos medios de guerra. Afganistán se ha convertido en un
polígono de ensayo para el Complejo Militar norteamericano. Solo en
las zonas montañosas e inhóspitas de la frontera afgano-paquistaní,
se han lanzado cohetes y bombas de profundidad, algunas de ellas
utilizadas por primera vez.
Miles de millones de dólares han gastado en armas en estos años y
los resultados no pueden ser más frustrantes para la Casa Blanca: no
apareció bin Laden; tampoco el muláh Omar. El movimiento talibán y
la resistencia afgana crecen por día. La corrupción pulula. Las
drogas se han convertido en el factor básico de manutención para el
país pues representa, junto con el tráfico de armas un alto
porcentaje de su economía y cuyos mercados fundamentales son Estados
Unidos y Europa; y de la reconstrucción de lo destruido por la
guerra ni siquiera se habla.
Se calcula que la venta de los estupefacientes afganos en los
mercados occidentales supere los 120 000 millones de dólares
anuales, de los cuales solo 2 700 millones se quedan en el país,
según la Agencia especializada de Naciones Unidas.
Ese es el escenario donde el próximo 20 de agosto habrá unos
comicios nada más parecidos a una caricatura, en un país ocupado por
101 000 soldados extranjeros. |