Nacieron en la mañana del 26 de junio en el Hospital
Ginecobstétrico Ramón González Coro, apenas un minuto de diferencia
registró la hora del alumbrón de cada uno. El primer llanto fue el
de Marcia, la que por sus poses ya parece la artista de la familia;
después vendría Marcel, testarudo como el que más; luego apareció
Maura, tan pequeñita que da temor rozarla; y por último salió Mauro,
quien ni aún con la bulla de sus hermanos pierde un segundo de
sueño.
Para los padres, Dalia Cayanga García y Omar Montero Olivera,
estos pequeños son la felicidad misma. Luego de dos años de asistir
a consultas de fertilidad, se hizo la dicha. Anteriores tratamientos
tan dolorosos como el de la desobstrucción de las trompas quedaron
en malos recuerdos cuando el bendito ultrasonido mostró las cuatro
simientes. Cuenta el feliz papá que la decisión final fue de Dalia;
los muchos riesgos de un embarazo de esa magnitud hicieron dudar en
un principio, pero pudo más el deseo de multiplicar sus vidas.
Luego, los días de gestación también fueron difíciles, aunque
pudieron ser peores. Solo las náuseas, un ingreso que se prolongó
durante todo el periodo de ingravidez y la barriga enorme marcaron
la diferencia. A las 28 semanas fue trasladada hasta el González
Coro, donde gracias al tratamiento recibido en Cienfuegos y al
empeño de los doctores de la capital, llegó a las 34, momento en que
se decidió interrumpir el embarazo, pues Dalia comenzaba a tener
altas cifras tensionales.
Según la doctora Nelia Acosta, subjefe del Servicio de
Neonatología, los bebés pesaron 1 890 gramos, 1 520, 932 y 1 960,
respectivamente. Desde un inicio todos recibieron cuidados
especiales, pero la que más atención requirió fue Maura, quien hace
pocos días ya alcanzó el peso óptimo y comparte la habitación con
sus hermanos. Hoy los cuatro muestran buena salud, se alimentan bien
y la evolución ha sido satisfactoria, agrega la doctora del hospital
donde desde hace 20 años no se realizaba un parto de cuatrillizos.
Y a pesar de que estos son sus primeros hijos impresiona la
destreza con que Dalia y Omar satisfacen los deseos de cada uno.
Mientras Marcia necesita un poco de agua, Mauro urge un cambio de
pañales, y Marcel y Maura esperan por la palmadita para dormir, las
cuatro manos de los padres parecen ser suficientes y no cansarse.
De estos primeros días Dalia recuerda el momento cuando tocó
vacunarlos y casi llora ante los desconsolados sollozos de sus
bebés. En cambio Omar no olvida cuando vio por vez primera a Maura
en aquellos días en que su cuerpecito se perdía entre pañales. Ahora
solo alcanza a decir: "Imagínese, y yo sin poder ayudarla". Pero
enseguida recuerda con orgullo cuando Dalia no soportó más dejar de
ver a la pequeña y se paró de la cama, aún con las secuelas del
peligroso parto, para ir hasta la sala y acariciarla.
Estos felices y desgarradores momentos, el progreso de sus hijos,
la compañía de la familia, el apoyo de los compañeros de trabajo, el
desvelo de los médicos y enfermeras, tanto los de Cienfuegos como
los de la capital, han marcado las vidas de Dalia y Omar.
Sin embargo, la sonrisa de cualquiera de los bebés olvida en
ellos hasta la más elemental preocupación. Con cuatro niños y un
montón de retos, la familia Olivera Cayanga tiene mucho que
agradecer.