Despedida de Jaime Mejía Duque

PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu

Quizá sea porque respiró por última vez a los 76 años de edad en Santa Marta, balcón del Caribe, alejado del mundanal ruido de la capital, o porque, como dijo su colega Carlos Orlando Pardo, pertenecía a un país donde "mueren escritores sobresalientes y no pasa nada", la noticia del fallecimiento del notable intelectual colombiano Jaime Mejía Duque, a fines de julio, apenas mereció la atención de los periódicos de la nación sudamericana, luego de que un espacio de Radio Caracol confirmara el luctuoso suceso.

Jaime (a la derecha) junto al escritor cubano Edel Morales.

Tan bajo perfil llamó la atención del sagaz y lúcido crítico Isaías Peña Gutiérrez, quien en su blog llegó a cuestionarse si era cierto que había muerto. En El Espectador, uno de los pesos pesados de la prensa colombiana, la información apenas ocupó una gacetilla, en la que su redactor al menos lo reconoció como "gran crítico literario, hombre de izquierda" y para la generación de los sesenta, "una especie de Ángel Rama colombiano".

En esas palabras pudiera estar la clave del silencio: Mejía Duque, hombre de izquierda. En efecto, uno de los méritos de su copiosa producción crítica —resulta imprescindible repasar Literatura y realidad (1979), Vanguardismos en América Latina (1970), Narrativa y neocoloniaje en América Latina (1977), e Isaac y María: el hombre y su novela (1979)— consistió en la aplicación rigurosa de la dialéctica marxista al análisis de textos y contextos.

Otra explicación plausible acerca del esquinazo sufrido por Mejía Duque lo ofrece Isaías: "Enfrentarse con García Márquez lo sacó del ring cuando dijo que El otoño del patriarca era una desmesura", recuerda y a continuación apostilla: "Y curiosamente, mientras sus ensayos eran densos y abigarrados, Jaime siempre quiso una narrativa llana, como la que él alcanzó a escribir en cuentos y novelas.(¼ ) Pero sus análisis de Carrasquilla, Jorge Isaacs, Arias Trujillo y León de Greiff, fueron muy útiles para la crítica latinoamericana, donde tuvo sus lectores y seguidores".

En Cuba cultivó amigos y defendió nuestra Revolución. Fue un colaborador permanente de la Casa de las Américas, institución que publicó en 1979 una recopilación de sus juicios literarios bajo el título Ensayos. Animó también con sus comentarios el encuentro de crítica que la Casa organizó en 1988 y realizó importantes contribuciones a la revista. Entre los más atentos lectores cubanos no pasaron inadvertidos sus acercamientos críticos a la narrativa de Manuel Cofiño y Lisandro Otero.

Encontré a Mejía Duque, por última vez en la Feria Internacional del Libro de La Habana, en el 2004, en una mesa compartida con el poeta Edel Morales. Allí dijo: "La verdad, en Cuba, es que los trabajadores culturales piensan, crean y publican y exhiben para los niños y sus familias, para los jóvenes y los adultos, para la ciudad y el campo, para el presente y el porvenir, gracias a la diligencia y el compromiso de un Estado cuya doctrina y cuya razón de ser es la formación integral del ciudadano. Por lo demás, no sabemos si la propia humanidad, como contexto de época, responderá a este llamado y a este ejemplo. Porque la codicia y los antagonismos más feroces no cesan de degradarlo todo. La cultura como factor de dignidad y crecimiento prospera en Cuba".

 

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