Gerardo Hernández Nordelo, Ramón Labañino Salazar, Antonio
Guerrero Rodríguez, Fernando González Llort y René González
Sehwerert cumplirán pronto once años de injusta prisión.
Tras un tortuoso y arbitrario proceso el pasado 15 de junio la
Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos decidió ignorar el
clamor universal sin precedentes para que revisara el caso. Los
jueces prefirieron hacer lo que les solicitó la Administración Obama
y sin prestarles atención alguna, desconocieron los sólidos
argumentos presentados por la defensa y por una docena de documentos
de apoyo suscritos por diez laureados con el Premio Nobel, órganos
legislativos, centenares de parlamentarios, organizaciones de
juristas de numerosos países, incluyendo Estados Unidos, y
personalidades defensoras de los derechos humanos, académicos,
religiosos y otros que representan a millones de personas en todos
los Continentes.
De ese modo la Corte convalidó una interminable serie de
violaciones al derecho y a los procedimientos legales y se hizo
cómplice de la política de promoción y amparo al terrorismo que ha
sido y es la sustancia de la enorme injusticia de la que son
víctimas nuestros Cinco compatriotas. Es larga la lista de esas
violaciones, cualquiera de ellas suficiente para decretar la
inmediata libertad de los acusados.
Inmediatamente después de apresarlos, en la madrugada del sábado
12 de septiembre de 1998 el FBI informó a representantes de la mafia
terrorista y a los medios de comunicación de Miami, que desataron
desde entonces una intensa campaña de odio y calumnias que no cesa,
calificándolos falsamente como "espías" y conjurándose con el
Gobierno para incluir el incidente del 24 de febrero de 1996 como
parte de la acusación después que llevaban más de seis meses de
encierro.
Desde el momento del arresto y durante 17 meses fueron sometidos
a confinamiento solitario, en celdas de castigo, aislados del mundo
exterior, en violación de las propias reglas carcelarias
norteamericanas que limitan semejante trato a un máximo de sesenta
días y sólo a reos peligrosos por delitos graves cometidos dentro de
la prisión. Este cruel procedimiento se ha practicado contra ellos,
después, en varias ocasiones, sin justificación alguna, para
impedirles su defensa. Así volvieron a encerrarlos en el ominoso
"hueco" en junio de 2001, por varias semanas, mientras ellos
debían prepararse para ejercer su única oportunidad de dirigirse al
Tribunal al concluir el juicio; al infame doble encierro regresaron,
en condiciones aun más duras, durante todo el mes de marzo de 2003,
precisamente cuando se cerraba el plazo para someter sus recursos de
apelación ante la Corte de Atlanta.
A lo largo de más de diez años, han encarado los mayores
obstáculos, ellos y sus abogados defensores, para ejercer sus
derechos. Se les impidió el acceso a gran parte de las evidencias
que sustentaron las fraudulentas acusaciones formuladas en su contra
rechazándose más de diez mociones presentadas por la defensa antes
del inicio del juicio. Permanecen en cinco prisiones separadas,
dispersas en lugares aislados de la geografía norteamericana, lo
cual hace muy difícil la comunicación con sus abogados. Hay que
agregar que varias veces, siempre en momentos decisivos del proceso,
no recibieron o les fue demorada la correspondencia legal que
requerían para elaborar su apelación. Gerardo Hernández Nordelo
nunca recibió los documentos relacionados con su petición al
Tribunal Supremo que le fueron enviados por correo certificado a
comienzos de este año. Esta clara e inexcusable violación a los
derechos del prisionero y a los de su defensor se suma a las
constantes trabas a la comunicación de Gerardo con el exterior que
persisten pese a las numerosas protestas de Cuba ante las
autoridades norteamericanas.
El desarrollo del falaz juicio fue, todo él, una farsa macabra.
El Gobierno insistió en que se efectuase en Miami, donde,
precisamente, al mismo tiempo, ocurría el escandaloso secuestro de
Elián González, un niño de seis años, para cuyo rescate Washington
tuvo que enviar fuerzas especiales desde la capital pues todas las
autoridades y agencias locales eran cómplices de los secuestradores.
La fiscalía se negó incluso a trasladar el juicio a la vecina ciudad
de Fort Lauderdale a media hora de distancia.
El Gobierno mintió de modo flagrante cuando alegó que Miami era
un sitio adecuado, entonces, en el medio hostil y amenazante creado
por los secuestradores de Elián y sin embargo, algunos años después,
en 2002, al comparecer sus funcionarios en un litigio civil,
solicitó el cambio de sede aduciendo que nada, incluso algo de mucha
menor significación y sólo relacionado indirectamente con Cuba,
podía ser juzgado con ecuanimidad en Miami (Ramírez vs. Ashcroft,
01-4835 Civ-Huck, 25 de junio de 2002). La cuestión de la
negativa al cambio de sede y el ambiente prevaleciente allí condujo
el 9 de agosto de 2005 al Panel de jueces de Atlanta, unánimemente,
a declarar nulo todo el juicio y ordenar que se hiciera otro y en
lugar diferente (Corte de Apelaciones del Onceno Circuito, No.
01-17176, 03-11087). En una acción insólita y contraria a la
norma y la práctica estadounidense, el Gobierno recurrió esta
histórica decisión y forzó a la Corte de Apelaciones, en votación
dividida, a revocarla.
En ese propio año, el 27 de mayo de 2005, el Grupo de Trabajo
sobre Detención Arbitraria de Naciones Unidas concluyó por primera
vez en un caso relativo a Estados Unidos, que la privación de
libertad de los 5 es arbitraria y contraria a los convenios
internacionales como resultado de las violaciones cometidas durante
el proceso legal e instó al Gobierno estadounidense a tomar medidas
de inmediato para solucionar tal arbitrariedad.
Después de obligar a la celebración del juicio en Miami el
Gobierno dio otros pasos para asegurar las condenas más severas e
injustas. En la selección del Jurado manifestó un racismo evidente
al lograr excluir a la mayoría de los potenciales jurados
afroamericanos. La Fiscalía permitió toda suerte de presiones y
amenazas a los miembros del jurado quienes llegaron a ser
perseguidos al interior del edificio, fueron acosados por las turbas
y hostigados por periodistas pagados por el Gobierno y al servicio
de los terroristas, al punto que, varias veces, expresaron temor y
preocupación por su seguridad, lo que llevó a la jueza a quejarse e
implorar al Gobierno que hiciese algo para remediar la situación.
(Transcripción oficial del juicio, páginas 111, 112, 14644-14646).
Las llamadas pruebas contra ellos, caprichosamente clasificadas
como secretas, fueron dolosamente manipuladas para fabricar los
cargos principales cuya falsedad sería reconocida más tarde por el
propio Gobierno y por la Corte de Apelaciones. Altos oficiales
militares que comparecieron como testigos o expertos y revisaron las
supuestas evidencias afirmaron, todos, sin excepción, bajo
juramento, que no habían encontrado nada que implicase la búsqueda
de información secreta o que afectase la seguridad nacional de
Estados Unidos (Contralmirante retirado Eugene Carroll «Transcripción
oficial del juicio, páginas 8196-8301», General de División del
Ejército, retirado, Edward Breed Atkeson «Ídem, páginas
11049-11199», General ex Comandante del Comando Sur Charles Elliot
Wilhelm «Ídem páginas 11491-11547», Teniente General retirado de la
Fuerza Aérea, James R. Clapper «Ídem páginas 13089-1335»). La
Corte de Apelaciones en pleno, por unanimidad, en septiembre de 2008
determinó que no había prueba alguna de que los acusados hubieran
"acopiado o transmitido informaciones secretas" ni que hubiesen
dañado la seguridad nacional de Estados Unidos y por ello declaró
que las sentencias por el Cargo 2 (conspiración para cometer
espionaje) eran erróneas, las anuló y dispuso un proceso de
resentencia para Ramón y Antonio (Corte de Apelaciones del Onceno
Circuito, No. 01-17176, D.C Docket No. 98-00721-CR-JAL, páginas
70-81). Sin embargo, en asombrosa discriminación, aunque
reconoció que igual correspondía proceder con Gerardo, rehusó
hacerlo aduciendo que ya sobre él pesa otra condena a perpetuidad.
En cuanto a Fernando González, por otros motivos, la Corte
también declaró equivocada la pena impuesta, la declaró nula y
ordenó que fuera sentenciado nuevamente (Ibidem, páginas 67-69).
Hay que subrayar que estos "errores" no pueden atribuirse
sólo al Tribunal que impuso exactamente las sentencias solicitadas
por la Fiscalía.
No hay mayor prueba de prevaricación que la otra condena perpetua
con la que se castiga a Gerardo Hernández Nordelo por el llamado
Cargo 3 (conspiración para cometer asesinato).
El propio Gobierno en mayo de 2001 reconoció que "a la luz de
las evidencias presentadas en el juicio" no podía probar el
Cargo 3 pues suponía "un obstáculo insuperable para la fiscalía",
pidió modificarlo a última hora y recurrió para ello a la Corte de
Apelaciones, en un paso que la Fiscalía reconoció carecía de
precedentes (Petición de emergencia-Emergency petition for writ
of prohibition-páginas 1 a 8 y 27 a 31). Habiendo sido denegada
la petición se produjo lo más inverosímil. Sin hacer una sola
pregunta, en pocos minutos, el jurado declaró culpable a Gerardo,
por un supuesto delito que él no cometió y que el propio Gobierno
reconoció que no lo podía probar.
Esto es prueba indiscutible de que en Miami aquel llamado juicio
no podía ser sino un grosero embuste. Amedrentados, presionados y
amenazados, los jurados habían estado siete meses en una sala
colmada por los mismos malhechores a quienes habían visto en los
medios locales ejecutar el secuestro de un niño, desafiar al
Gobierno y a las leyes y amagar con incendiar la ciudad y los
escucharon exigir al Tribunal el peor castigo para Gerardo.
Pese a tales antecedentes la Fiscalía demandó y obtuvo la
sentencia a prisión perpetua.
Los desmesurados términos de prisión impuestos a los Cinco
contrastan elocuentemente con los aplicados en los últimos años a
otras personas acusadas de practicar verdaderamente el espionaje, a
veces a escala inusitada, e incluso a algunas vinculadas a acciones
armadas violentas contra Estados Unidos. Ninguno fue condenado a
perpetuidad, todos recibieron sentencias menores a las de nuestros
compañeros, algunos ya las cumplieron y son libres, a otros,
convictos de espionaje, la administración Obama les retiró la
acusación y los puso en libertad.
Pero hay un aspecto aun más revelador del verdadero carácter de
todo el proceso que demuestra que el propósito del Gobierno era
proteger y amparar a los terroristas, evitar que sus siniestros
planes pudieran ser descubiertos, convirtiéndose en encubridor y
cómplice de sus futuras tropelías. Para lograrlo, además de la
exagerada reclusión carcelaria, y reconociendo la heroica misión de
lucha contra el terrorismo que cumplían, a nuestros compañeros, se
les impuso una restricción adicional, para después de terminada la
sanción, que los "incapacitase" para volver a intentar algo
en perjuicio de los terroristas. Lo expresó la sentencia contra René
González con estas palabras: "se le prohíbe al acusado asociarse
con o visitar lugares específicos donde se sabe que están o
frecuentan individuos o grupos tales como terroristas, miembros de
organizaciones que propugnan la violencia o figuras del crimen
organizado" (Transcripción de las Actas de Sentencia,
diciembre 14 de 2001, páginas 45-46).
Tan importante era para las autoridades norteamericanas la
"incapacitación" que igual prohibición impusieron a Antonio
Guerrero sobre quien ya pesaba una cadena perpetua más diez años. En
cuanto a los otros tres compañeros, nacidos en Cuba, al extinguir
sus condenas serían expulsados inmediatamente del territorio
norteamericano. Nada deben temer allá los terroristas. No tienen que
ocultarse para anunciar sin tapujo, como ya lo hacen, nuevas
acciones criminales.
Quienes tienen encerrados injustamente a Gerardo, Ramón, Antonio,
Fernando y René muestran una mezquindad imperdonable hacia sus
familiares con engorrosos y frustrantes trámites de las visas
necesarias para visitarlos, desconociendo así los derechos de los
prisioneros y sus familiares. Particularmente indignante es la
situación que afrontan Adriana Pérez y Olga Salanueva a quienes se
les niega sistemáticamente la posibilidad de visitar a sus esposos.
Las autoridades norteamericanas rehúsan hasta ahora permitirles las
visitas haciendo oídos sordos a las reiteradas peticiones de
organizaciones religiosas, defensoras de los derechos humanos,
sindicalistas e intelectuales de todo el mundo.
El trato dado a Adriana es de una infamia difícil de concebir.
Gerardo, debe cumplir dos cadenas perpetuas más quince años, hace
once años que no ve a su esposa y la Corte Suprema se negó a
considerar su caso. El 15 de julio, exactamente a un mes de esa
repudiable decisión y el día de su aniversario de bodas fue el
escogido por el Departamento de Estado para comunicarle, por décima
vez, su negativa de visa, alegando que Adriana "es una amenaza
para la estabilidad y la seguridad nacional de los Estados Unidos".
A la irracional condena impuesta a Gerardo se suma este
abominable tormento, verdaderamente sádico, a dos jóvenes inocentes
que debe ser condenado vigorosamente por toda la Humanidad.
Al negarse a revisar el caso la Corte Suprema cierra
prácticamente las avenidas legales para su solución. Sólo quedan las
próximas resentencias a Ramón, Antonio y Fernando ante la misma
jueza de Miami. Hay que exigirle que los libere ya.
Entramos en una nueva fase en la que es mayor la responsabilidad
de la Administración y específicamente la del Presidente Obama.
El Presidente tiene la facultad constitucional y la obligación
moral de hacer justicia. Él puede y debe hacerlo. Para ello debe
disponer que sean retirados los cargos esgrimidos contra nuestros
compatriotas que ya fueron severamente cuestionados por la Corte de
Apelaciones, y por su predecesor en la Casa Blanca. Tiene que
hacerlo si intenta proyectar una imagen de cambio hacia América
Latina y el mundo.
Los terroristas celebran jubilosos la conducta de la actual
administración que sigue garantizando la impunidad de
Luis Posada Carriles y Orlando Bosch culpables de la
destrucción en pleno vuelo de un avión civil y la muerte de 73
personas, mientras castiga cruelmente a quienes, sin hacer daño a
nadie, entregaron la juventud para impedir las fechorías de esos y
otros criminales.
La Asamblea Nacional del Poder Popular reclama la urgente
solidaridad de todos los órganos legislativos, de los parlamentarios
y parlamentarias y de las organizaciones políticas y sociales y las
personas de buena voluntad en todo el mundo y las llama a
movilizarse para exigir la liberación inmediata de
Gerardo,
Ramón,
Antonio,
Fernando y
René. Las cubanas y los cubanos, por quienes ellos
sacrificaron sus vidas, sabremos luchar sin descanso hasta hacerlos
regresar, libres, a la Patria agradecida.
Ciudad de La Habana, 1º de agosto de 2009
Asamblea Nacional del Poder Popular de la República de Cuba