Entre
ovaciones, escoltada de los bailarines del Royal Ballet y del BNC
que habían participado en el Homenaje a Alicia Alonso, la Maestra,
feliz, recibía un hermoso ramo de flores de manos de Mónica Mason,
directora de la agrupación británica en la escena de la sala García
Lorca del GTH como símbolo de su vida enteramente dedicada a la
danza.
Durante esa jornada signada por la amistad, que puso nuevamente
en evidencia que la danza es un lenguaje universal, —estuvo
presidida por Abel Prieto, miembro del Buró Político y ministro de
Cultura—, el auditorio presenció un alto momento de la visita del
Royal Ballet de Londres a La Habana, cuando integrantes de las dos
compañías, la británica y la cubana se fundían en la escena en un
conjunto de pas de deux en los que Alicia dejó, en algunos de
ellos, huellas imborrables, y donde mostraron la clase internacional
de dichas agrupaciones danzarias.
Tamara Rojo fue un nombre que se repitió en dos oportunidades esa
noche y que dejó, con su clase, una estela de aplausos a su paso por
la escena, acompañada por dos grandes de la danza cubana. Primero,
la bailarina española compartió el pas de deux del tercer
acto de Don Quijote, con Joel Carreño —en excelente jornada—
para subir al máximo la ya caliente temperatura del GTH. Ellos
interpretaron con mucha intensidad y a la perfección las difíciles
variaciones para acaparar una de las más fuertes ovaciones del
encuentro. Después y como colofón del Homenaje a Alicia, la Rojo
repitió, por segundo día consecutivo, el pas de deux de El
corsario con Carlos Acosta. Largos balances, saltos
descomunales, giros, pasión... hubo a granel en el dúo. Bastaron
pocos minutos sobre las tablas para dejar en claro las excelentes
condiciones físicas, naturales, el admirable control de su cuerpo y
sobre todo, la proyección escénica de altos quilates de Acosta,
quien junto a la diestra bailarina regaló un instante cimero.
La variación y el pas de deux de Tema y variaciones,
una obra creada especialmente en 1947 por George Balanchine para
Alicia e Igor Youskevitch, había abierto el homenaje. El rigor
compositivo del coreógrafo, su habilidad para dotar de nuevo aliento
al virtuosismo de origen académico creativamente elaborado, tuvieron
en las primeras figuras Anette Delgado, Yolanda Correa y Federico
Bonelli a intérpretes capaces de llevar a buen término la dura tarea
de un ballet que exige mucho de los artistas.
Viengsay Valdés, espléndida, segura, entregó junto a Thiago
Soares un pas de deux de El cisne negro, que brilló
por la elegancia, destreza y madurez de la interpretación. Ella
ofreció una clase de estilo, en la que primó la medida, el
refinamiento en sus gestos sabiendo administrar esa técnica precisa
que la acompaña siempre. Él fue un excelente partenaire que
se acopló perfectamente a la bailarina, sobresaliendo en una
actuación de altos quilates. Les lutins, coreografía de Johan
Kobborg constituyó una breve y simpática entrega con un desarrollo
pleno de recursos danzarios, musicales, interpretativos con
destellos humorísticos en desenfadada combinación, en la que se
unieron los bailarines Alina Cojocaru, Steven McRae y Sergei Polunin,
con el violinista Charlie Siem —en la escena— así como Henry Roche
al piano. Giselle (pas de deux del segundo acto) no
podía faltar en este significativo homenaje a quien tan alto ha
puesto el nombre del ballet en el tiempo. Leanne Benjamín y Johan
Kobborg protagonizaron un lírico dúo de esta historia de amor. Vale
destacar que la Orquesta Sinfónica del GTH estuvo dirigida por el
maestro Daniel Capps.
Chroma, de Wayne McGregor y Un mes en el campo, de
Frederick Ashton pasaron con éxito en otra parte del programa en el
que el público cubano ha podido acercarse al quehacer de una gran
compañía con un estilo muy propio, donde reúne desde lo puramente
clásico hasta lo más actual en cuestiones danzarias. Hoy y mañana,
el Royal Ballet cambiará su sede al Karl Marx, para entregar la
versión de Manon, obra emblemática de Kenneth MacMillan.