Un viajante en el Vedado

AMADO DEL PINO

A sesenta años de su estreno, La muerte de un viajante, el formidable texto de Arthur Miller, ha llegado a la sala Hubert de Blanck. Es una lástima que dificultades con el aire acondicionado hayan provocado la suspensión de algunas funciones y que este crítico no haya podido apreciar el trabajo de Amada Morado, la consagrada actriz que comparte el rol protagónico femenino.

Esperemos que en los próximos días los capitalinos puedan disfrutar de esta puesta en escena de Pancho García.

Como sumando un eslabón robusto a su cadena de logros artísticos de los últimos lustros, Pancho asume aquí la dirección y el rol protagónico. La tragedia, entre filosófica y sensual, de Willy Loman, goza de perfecta actualidad. En los momentos que vive el mundo la educación sentimental de los hijos, los matices del concepto de triunfador y muchas otras ideas que Miller pone en juego devienen semillas para la confrontación y el debate.

García y su equipo sacan partido a las vigorosas situaciones y al espléndido sistema de diálogos del gran dramaturgo norteamericano. El ámbito escénico que firma el maestro Eduardo Arocha resulta a la vez realista y estilizado. Al principio tuve la impresión de que hubiese sido preferible situar la acción más cerca del público, pero algunas escenas bien resueltas delante de la locación principal atenuaron esa sensación de distancia. El vestuario llama poco la atención, lo cual suele ser más bien una virtud cuando se apunta al blanco de la sobriedad. Algo similar puede afirmarse del diseño de luces, firmado por Jesús Darío. Estamos ante una propuesta que privilegia la palabra y coloca a los intérpretes como elemento central.

Pancho vuelve a demostrar el virtuoso actor que es. Su desempeño resulta exacto y emotivo en el decir; preciso en la gestualidad y entrañable al asumir los desgarrones de este personaje ya clásico. Miriam Learra lo acompaña con el encanto y la sensibilidad que ha demostrado en su también larga y sólida carrera.

Asumir a los hijos de esta pareja resulta un reto, sobre todo si lo enfrentan dos intérpretes con escasa trayectoria. El Biff de Alexander Díaz me sorprendió agradablemente por la limpieza de su cadena de acciones físicas y lo convincente de sus argumentaciones. Gilberto Ramos se mueve entre los límites de la corrección, aunque en algunas escenas da pruebas de sensibilidad y energía. En general podría pedirse que hubiesen quedado más claras y mejor definidas las personalidades de los hijos de Willy Loman.

En el resto del elenco sobresalen por su eficacia Carlos Treto y Pedro Díaz Ramos. El segundo aporta sustancialmente a los momentos más poéticos de la puesta.

El agradable ritmo del montaje y la esencial vocación de la dramaturgia, el tener en cuenta que se trabaja para nuestro público sin traicionar el verbo de Miller, son otros méritos que destacan dentro de la cartelera a este espectáculo de la compañía Hubert de Blanck. Pancho García pertenece a la estirpe de los incansables, de los que ni el calor ni ningún otro tropiezo consiguen detener. Otro aplauso para él y sus colaboradores.

 

| Portada  | Nacionales | Internacionales | Cultura | Deportes | Cuba en el mundo |
| Opinión Gráfica | Ciencia y Tecnología | Consulta Médica | Cartas | Especiales |

SubirSubir