Parecen tres ejemplos hipotéticos, pero no lo son. Ahora mismo
están a la vista o puede ser usted la víctima de aquel que intenta
convertir un medio estatal en "propiedad privada", del que se
corrompe para autoincrementarse el salario y de los ineficientes que
en lugar de prestar un servicio (por el que cobran), actúan como si
nos estuvieran haciendo un favor. Como escribí en un comentario
anterior, todos estos males se fueron colando, poco a poco, bajo esa
gran sombrilla de "la lucha", en la que nos cobijamos desde los días
más duros del periodo especial.
No faltarán aludidos que asuman este comentario como "la catarsis
de un periodista regañón". Defender los derechos y la felicidad de
millones de cubanos honestos está por encima de cualquier otra
consideración. Lo esencial es que acompañemos el apretón del
cinturón económico con el reconocimiento —llámese crítica o
autocrítica— de muchas cosas que andan mal a nuestro alrededor por
obra y gracia de la impunidad, la permisividad y la tolerancia. Es
cierto que la estrechez económica complica el escenario social, pero
eso no justifica que se ensanche la ilegalidad y mucho menos
convivir con ella.
Como muchos otros compatriotas, también me niego a pensar que la
recuperación de valores, el amor por el trabajo, el respeto sagrado
a los recursos del Estado (que en nuestro caso son los recursos del
Pueblo mismo) y la calidad en la prestación de los servicios se nos
convierta en un difícil ascenso de montaña. A nuestro favor está que
somos nosotros mismos parte importante de las soluciones: un país
organizado, un pueblo instruido y unas instituciones que han sido
llamadas a jugar el papel que les corresponde. Porque cuando nos
referimos a la impunidad en determinado hecho o actitud individual
no se está hablando de un concepto abstracto, sino de una
responsabilidad personal o colectiva.
La impunidad no es huérfana. Como tampoco lo son los tres
ejemplos iniciales. ¿No tiene un supervisor, un jefe o un inspector
ese taxista que lleva a su bolsillo el importe de una, dos, tres¼
carreras? ¿No tiene un administrador ese funcionario corrupto que no
hace bien su trabajo o que no presta adecuadamente un servicio? ¿Y
en todos esos sitios donde ahora mismo las cosas no andan bien,
además de un jefe, no existen unas instancias laborales o políticas?
Lo que está mal y daña al país nos afecta a todos y por lo tanto
nadie debe dejarlo pasar por debajo de la mesa. Hacerlo implica una
complicidad y eso tiene un costo legal, ético y político.
Vivimos en un país pobre, cuyo recurso más preciado es el
construido por la Revolución misma: un capital humano reconocido y
admirado desde muchas partes del mundo. Tenemos la posibilidad de
ofrecer uno de los mejores servicios turísticos del planeta; nos
sobran profesionales para incrementar la calidad y las soluciones de
los servicios internos; y aprendimos, hace ya medio siglo, que la
utilidad y la bajeza no pueden existir en una misma persona o cosa.
¿Por qué permitir entonces que crezcan los depredadores de la
economía del país (el daño macro), con su consiguiente afectación al
bienestar del cubano (el daño individual)?
Es cierto que las interrogantes contenidas en este texto, pasan
también por respuestas estructurales y medidas que doten al trabajo
y al salario de un justo valor social. La gente tiene la necesidad
de saber y entender que realiza una labor de utilidad y que, en
cambio, se le remunera por la calidad y la cantidad de lo que hace.
Esa es una primera condición (humana) para que cualquier trabajador
cuide su puesto y su espacio. Y existe otro factor no menos
importante: saber que se vive, se trabaja y se crece en un escenario
sin impunidad y sin esa suerte de "vivos" y pillos caribeños que
eligen los caminos más fáciles, aunque sean los más deshonestos.
Este tema no es invención del periodista. Es solo una
reproducción del debate social, de las opiniones del vecino, de la
indignación de cualquier cubano decente y de quien no pasa
indiferente ante el ladrón, el indolente o el burócrata y lo
sentencia con una de nuestras mejores ocurrencias: "¡Padrino,
quítame esta sal de encima!"