El gobierno de facto, encabezado por Roberto Micheletti, pide ser
respetado. Parece un sinsentido para quien lo escucha y ha visto lo
sucedido en Honduras. Cómo vienen a demandar respeto aquellos que
pisotean continuamente y sin pudor las disímiles acepciones de esta
palabra desde que usurparon el poder el pasado domingo 28 de junio.
Si nos atenemos a los hechos, en la extensa lista de las
vejaciones que se han producido contra el pueblo hondureño,
Micheletti y los suyos, llevan el mayor protagonismo. Si intentamos
establecer la suma de acciones irrespetuosas, sin dudarlo el
gobierno golpista se lleva el premio.
La primera muestra fue imposibilitar que se produjera la encuesta
al pueblo para evaluar la posibilidad de establecer una asamblea
Constituyente y se continuara profundizando las transformaciones
iniciadas por el presidente Zelaya a favor de los oprimidos.
Más adelante consumaron el golpe de estado, irrumpieron en la
casa presidencial y arrancaron del país al legítimo presidente. Lo
dejaron sobre la pista del aeropuerto de una nación vecina, Costa
Rica, en el supuesto de que ahí acabaría todo.
Para ganar tiempo, instaurar la inseguridad y la confusión
"apagaron" al país. Los hondureños se quedaron sin saber o sabiendo
a medias lo que sucedía en su propia tierra. Los medios de
comunicación alternativos fueron sacados del aire, silenciados,
declarados enemigos; mientras que los pertenecientes a la oligarquía
han estado ofreciendo una programación de risa, incompatible con la
situación en las calles y por demás desinformadora, pues declaran, a
quien quiera enajenarse, que en el país todo transcurre normalmente.
Si esto no es una falta de respeto mayúscula, violatoria del
derecho de los seres humanos a la libre expresión y a la de acceder
a las fuentes de información, no sabemos que lo será.
Dentro de los despropósitos cometidos por el gobierno golpista
también estuvo nombrar a sus "representantes", como quien reparte
caramelos. Dentro de los nombrados está Enrique Ortiz Colindes, el
canciller gorila, quien en cuanto ocupó su puesto ofendió a cuanta
persona y país se le puso en la mirilla, ni siquiera Obama se salvó
de sus denuestos.
Después los hondureños desbordaron las avenidas, se organizaron,
se convocaron de ciudad en ciudad, de oído en oído, para rescatar de
las garras de los golpistas la Patria mancillada. Se encontraron con
los atropellos de los policías y el ejército, con sus porras, sus
gases lacrimógenos, sus detenciones arbitrarias, sus "balas
perdidas". Tampoco se respetaba su derecho a manifestarse, a
protestar ante la injusticia que contra ellos se había cometido.
Los países que conforman el ALBA fueron los primeros en
pronunciarse en contra de la infamia que cobraba cuerpo en tierra
hondureña, luego le siguieron los que integran el SICA, el Grupo de
Río, la OEA y la ONU. La Unión Europea también retiró sus
embajadores como parte del aislamiento global a que está sometido el
gobierno de facto.
Durante estos once días los países de todo el mundo han pedido el
regreso del presidente Manuel Zelaya a su puesto de manera inmediata
e incondicional; Micheletti y su gobierno títere han desoído estas
declaraciones. No han respetado a las principales organizaciones, ni
a los mandatarios que obviando sus diferencias se han unido bajo un
mismo reclamo: la restitución de la constitucionalidad, la paz y la
democracia en Honduras de la mano del legítimo mandatario.
Este domingo último el presidente Zelaya no pudo llegar a su
tierra como había prometido. Los militares de forma artera
obstaculizaron la pista del Toncontín para que no pudiera aterrizar
y reinstaurar la libertad junto al pueblo que lo eligió.
Pero antes tuvieron que morir varios hondureños, niños casi,
otros fueron heridos; todo para que el terror paralizara a las masas
humildes, para que las hiciera recogerse en sus casas, para
acallarlas, para que no osaran exigir sus derechos.
¿Las vidas de los tres muertos de esa aciaga jornada, de los ocho
heridos, de los detenidos, tienen algún valor para Micheletti?
¿Siente algún respeto por las familias que los lloran, que los
cuidan en los hospitales, que demandan la vuelta a sus hogares?
A inicios de la semana Estados Unidos finalmente se pronunció
sobre el golpe de estado en Honduras -que aún no reconoce como tal-,
repudió a Micheletti y su camarilla, aunque sin palabras duras, con
mucha diplomacia.
Como resultado del encuentro con el presidente Zelaya, EE.UU.
propuso iniciar las conversaciones entre las partes interesadas con
la mediación de Oscar Arias, presidente de Costa Rica, quien ostenta
una imparcialidad sospechosa.
Mientras el encuentro se prepara, aún permanecen en tierras
estadounidenses la comitiva de "hondureños preocupados" que han ido
a platicar con las fuerzas de la ultraderecha, para hacer su labor
proselitista y presionar al gobierno desde el lado contrario del
Congreso. Aunque el tío Sam declaró que no serían recibidos se
encontraron, entre otros, con los brazos abiertos del ex candidato
presidencial McCain, quien hasta les gestionó una rueda de prensa
para que tuvieran la tribuna ideal para lanzar al ruedo los
sinsentidos que se les ocurrieran.
En tanto y desde Honduras, ya los golpistas se anunciaron. Con
toda la desfachatez que los caracteriza, han dicho que están de
acuerdo con que se inicien las conversaciones siempre que sea sobre
la base del no retorno de Zelaya y su entrega a los tribunales de
justicia. Quiere decir sobre la base que los dejen legitimar el
golpe de estado.
Falta ver lo que logra el gobierno golpista en sus
"conversaciones no oficiales" en Estados Unidos, cuántos adeptos más
suman. Si la voz del amo le es adversa o no. Mientras, seguramente
están ideando nuevas maneras de encubrirse, de tratar de desgastar
la resistencia del pueblo del que tristemente forman parte.
Y todavía piden respeto.