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Poco espacio y muchos frutos
Leticia Martínez y Lázaro
de Jesús
Los frutales en nuestro país prácticamente han desaparecido.
Altamente codiciadas y motivo de orgullo local, las frutas forman
parte indisoluble de nuestra identidad criolla y constituyen uno de
nuestros principales atractivos naturales. Sin embargo, en los
últimos años han escaseado en los mercados y puntos de venta de la
red minorista nacional, encareciéndose cada vez más.
Los
logros obtenidos aquí son fruto de la integración de los estudios
con la tradición campesina, sostiene Lázaro Hernández.
Múltiples han sido las causas, pero, a decir verdad, las
producciones nacionales han mermado considerablemente en el último
quinquenio, no solo en cuanto a volúmenes, también en el orden
cualitativo.
Según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas, la cosecha de
cítricos disminuyó desde el 2004 un 51%, la de plátano fruta un 38%
y la de otras frutas un 29%. En el mismo periodo los rendimientos de
estos cultivos decrecieron entre 1,4 y 5 toneladas por hectárea. Las
cifras de los primeros cinco meses del presente año continúan
marcando un descenso.
Semejante contexto ha repercutido, como es de suponer, en el
incremento de las importaciones destinadas a la distribución de
compotas, jugos y mermeladas, entre otros, a los sectores
priorizados de la sociedad.
LA HORA DE LOS MAMEYES
Ante la actual crisis global, el declive productivo en algunos
renglones de la agricultura, y particularmente en el frutícola,
resulta insostenible. Tras la alerta lanzada por la máxima dirección
del país, el Ministerio de la Agricultura y el sector cooperativo
campesino asumieron importantes retos.
El
vivero tiene una capacidad productiva superior a las 100 000
posturas.
Uno de ellos es establecer un sistema eficiente para generalizar
ágilmente las mejores experiencias en la producción de alimentos. La
sabiduría campesina y los buenos rendimientos no pueden pertenecer
exclusivamente a un productor, una empresa o una región.
Con la creación de la Cooperativa de Créditos y Servicios (CCS)
de Frutales Antonio Maceo, en el municipio habanero de Bejucal, la
Asociación Nacional de Agricultores Pequeños comienza a dar pasos y
evalúa los resultados para extender la idea a todo el territorio
nacional.
Este
tipo de cultivo no debe ser extensivo, sino intensivo.
Creada oficialmente el pasado primero de junio, la CCS, única de
su tipo en el país, agrupa a 22 nuevos propietarios de tierras en
usufructo alrededor de un concepto de producción: el policultivo,
cuyas ventajas ya ha demostrado el presidente de la nueva
asociación, Lázaro Hernández, ingeniero agrónomo con una vasta
experiencia en la fruticultura.
A contrapelo de los criterios de varios detractores, los
campesinos han apostado por los cultivos intercalados para hacer
producir las 10 caballerías que les entregaron, muchas de las cuales
llevan más de una década ociosas. Algunos ya habían trabajado con
Lázaro y conocen de primera mano los beneficios de este sistema.
Ahora bajo su asesoría empinan también sus fincas hacia la
eficiencia.
A CADA CUAL SEGÚN SU TRABAJO
En la finca La Siguaraya el ajetreo es constante. Sin embargo, la
primera impresión para el recién llegado es el silencio, todos están
imbuidos en su trabajo, y ni el arribo de periodistas y fotógrafos
los perturba.
En
la juguera que tiene la CCS Antonio Maceo en Bejucal también venden
flores.
En estas 40 hectáreas, el cuidado al pisar se torna preocupación
pues todos los espacios están sembrados. La vista comienza a
acumular frutas, surcos repletos, animales, terrenos arados,
posturas, flores... y no hay para cuando acabar. Pareciera obra
divina, pero la tierra huele a sudor y delata la paciente y ardua
faena del campesino. El incrédulo calcula en cientos los hombres que
cultivan tanto verdor, sin embargo la cuenta es sencilla: no pasan
de 20.
Para el presidente de la cooperativa la clave está en la
motivación al trabajo. "Puede aplicarse el policultivo y tener
muchos recursos, pero, si el obrero no está contento con su labor y
no le pagas por sus resultados, nada logras. Cuando el salario es
fijo se limita a cumplir con la jornada, no le interesa sacar el
máximo provecho a la tierra. Pero si de ella le pertenece un por
ciento, todo cambia".
"Desde el primer año, les pagamos a los trabajadores 780 pesos
mensuales y los vinculamos con la producción: el 15% de los cultivos
fundamentales y el 30% de los complementarios."
Mantener tres o cuatro tipos de cultivo en la misma área e ir
sembrando escalonadamente, garantizan, además, la estabilidad de la
fuerza de trabajo; pues, al tener siempre producción, constantemente
hay tareas que cumplir. De lo contrario, la cosecha es pocas veces
al año, e igual el ingreso.
Todavía hay muchos por ahí renuentes al pago por resultados,
agrega. Existen lugares donde no quieren aplicarlo porque los jefes
están obligados a trabajar más, buscar todos los recursos, sacar
bien las cuentas, encontrar donde sea las semillas, los
fertilizantes y la yunta de bueyes para no detener las labores.
"El trabajo más difícil es el agrícola, el campesino está
expuesto al sol, al aguacero... Si queremos hacer regresar al campo
a quienes algún día partieron, debemos incentivarlos. Mientras
sigamos importando entre el 70 y el 80% de lo que comemos, no
lograremos la verdadera seguridad alimentaria."
Muchos son los técnicos e ingenieros graduados en especialidades
vinculadas con la agricultura, pero pocos ejercen hoy. Los
resultados de la CCS, coinciden en destacarlo sus trabajadores, se
deben en buena medida a los conocimientos científicos de Lázaro,
quien los ha aterrizado y comprobado allí durante una década.
MULTIPLICANDO SE RESTA
En agosto de 1999, tras una visita de Lugo Fonte al territorio, a
Lázaro le entregaron 6 hectáreas de tierra, donde creó La Siguaraya.
Pocos confiaron en su método, cuando comenzó a insertar dentro de
las plantaciones de aguacate otros cultivos para ingresar con
prontitud el dinero invertido.
Sin embargo, mientras los monocultivos frutales demoran unos
cuatro o cinco años en generar utilidades, sus producciones de
guayaba y frutabomba intercaladas le permitieron recuperar la
inversión en 15 meses e incorporar nuevos renglones productivos.
"Sembramos dentro de las mismas áreas, maní, boniato, maíz,
flores, 300 matas de coco en los bordes de las áreas, que como
crecen verticalmente no entorpecen el desarrollo de los demás
cultivos y generan ganancias. Después sembramos plátano en el centro
de ‘las calles’, con muy buenos resultados", comenta Lázaro.
Allí desarrolló un banco de semillas, que hoy posee 32 variedades
de aguacate y yemas de otras especies: coco, guayaba, anón,
chirimoya, guanábana, marañón, canistel, mamey, mango y maracuyá,
girasol, rosas, millo, entre otras.
Antes, en 1997, había comenzado precisamente desde la génesis de
la cadena, al crear en tan solo 0,8 hectáreas un vivero para
fomentar semillas de primera calidad, que hoy exhibe una capacidad
productiva superior a las 100 000, con variedades, incluso, de su
propia creación.
Con este sistema de producción se aprovecha mejor el espacio y se
multiplican tres o cuatro veces las producciones por área, asegura
Lázaro. En los años 80 una hectárea de mango rendía ocho o diez
toneladas en un año al cabo de un lustro, apunta; hoy, con los
policultivos, esa misma área produce en 12 meses hasta 40 toneladas
de frutas, con grandes utilidades.
"Significa un poco más de trabajo, pero los hombres ganan más con
menos esfuerzo, porque al desyerbar un cultivo, limpian a su vez los
otros. Ahorramos desde varios puntos de vista: más productividad de
los hombres, menor empleo de insumos, bajo consumo de portadores
energéticos, porque se optimiza el aprovechamiento de los sistemas
de riego y se reduce el gasto de combustible, el uso de la
maquinaria es mínimo."
Por eso este tipo de cultivo no debe ser extensivo, sino
intensivo —subraya—, las grandes extensiones tienen que dividirse en
pequeñas fincas y responsabilizar a un hombre con dos hectáreas para
hacer producir la tierra. Esto nos ha ayudado a fomentar el sentido
de pertenencia, sin caer en regionalismos, porque en los picos de
campaña todos cosechamos, e incluso, hay que contratar fuerza de
trabajo extra, advierte.
DE TALES FRUTOS TALES HOMBRES
En la cooperativa todos conocen a Diocnis Cabrera. Quizás, con
sus 27 años sea de los más jóvenes, pero más allá de su edad le
admiran por su consagración. Desde la adolescencia desanda los
terrenos sembrados de frutas y de quién sabe cuántas cosas más,
oyendo a Lázaro hablar de las ventajas del policultivo.
Es descendiente de campesinos y en la campiña ha encontrado su
realización. Recuerda cuando se graduó de técnico agrónomo y realizó
sus prácticas en el vivero. Luego del Servicio Militar volvió. Ahora
es uno de los nuevos propietarios integrantes de la cooperativa.
A casi un año de haber recibido el terreno no olvida los primeros
días. "Estos suelos llevaban más de 20 años sin labrarse, estaban
llenos de maleza y marabú. Pero no me desanimé, al contrario. Luego
de limpiarlos y con ayuda de mi papá, sembré aguacate, guayaba,
maíz, habichuela, pepino, maní..."
En otro tramo de hermosa tierra labora Alfredo Febles. Su orgullo
y el de sus compañeros de faena son sus plantíos. Todo sembrado con
la técnica del policultivo en poco más de una caballería. Solo
algunas piedras recuerdan cuando eran miles las que llenaban el
lugar, desde una punta a la otra, y necesitaron de mazos y una
carreta para sacarlas de allí.
Juan Moliere tiene apellido de letrado, pero en sus manos trae
una guataca y aunque el sol pica no abandona el surco. Desde las
seis de la mañana permanece allí y se irá cuando no haya luz. Solo
ante nuestras preguntas levanta la vista y afirma: "Tenemos sembrada
una arboleda de aguacates, dentro de ella intercalamos plátano,
café, piña, guayaba, pepino y frijoles. De esta forma si viene un
mal tiempo siempre nos quedarán plantaciones en pie".
DIVERSIFICACIÓN: RUTA A LA INTEGRALIDAD
Son las doce del mediodía, el sol está fuerte, pero la sed no
resulta un problema para los bejucaleños. Una juguera alivia las
temperaturas, complace al más exigente de los gustos y al menos
favorecido de los bolsillos con exquisitos y fríos jugos de las más
diversas frutas.
Para Mariselys Morejón, compradora habitual, son los mejores de
La Habana, no solo por el sabor y el precio (80 centavos el vaso),
sino por la constancia del servicio y el buen trato. La Casa de los
Frutales, como se le conoce, pertenece a la CCS Antonio Maceo.
Durante siete años la hemos abastecido ininterrumpidamente,
comenta Lázaro Hernández. Ello ha sido posible porque llevamos las
frutas sin intermediarios, por tanto, llegan en buen estado y no
encarecemos el proceso productivo. Los trabajadores están vinculados
con un porciento de los resultados. Y, como todo es aprovechable,
las semillas regresan a la cooperativa para ser plantadas.
Entre los proyectos de la CCS Antonio Maceo está la creación de
un organopónico, algunas casas de cultivo tapado y una minindustria
para procesar en sus terrenos las frutas. No quieren reeditar la
mala experiencia del año pasado cuando perdieron 500 quintales de
frutabomba.
Además, esperan crear cuatro nuevos puntos de venta en los
poblados cercanos y en la propia cooperativa, con lo cual aspiran a
vender a precios menores y con mejor calidad. "Queremos tener una
cooperativa verdaderamente integral, diversificada y sostenible",
concluye Lázaro. |