Trabajo, ¿luego existo?

FÉLIX LÓPEZ

Fue Picasso el autor de una frase que muchos otros virtuosos siguen repitiendo a lo largo de la historia: "La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando". Era una manera muy elevada de decir que las cosas no caen del cielo, que un hombre con pereza (o con vagancia) es como un reloj sin cuerda y que la ociosidad, como el moho, desgasta mucho más que una dura jornada laboral. El artista, que pasó su vida entre caballetes y pinturas, descubrió que sus obras más trabajosas eran las que más amaba.

Recuerdo esta feliz ocurrencia de Picasso, ahora que el tema del trabajo —la legal posibilidad del pluriempleo— se nos ha convertido de pronto en centro de la polémica cotidiana y ojalá sea el inicio de un debate social mucho más amplio, que trascienda lo individual (el bolsillo) y se adentre por los caminos de la economía, la moral y la ideología... Sí, porque sin temor a exagerar, estoy seguro de que los cubanos vamos a tener que sacudirnos de unos cuantos vicios y de unos cuantos desentendidos antes de desatar todos los nudos de nuestras fuerzas productivas.

El debate necesario deberá partir de una realidad: la fuerza laboral de la Isla está envejeciendo; las posibilidades de empleo superan en número a nuestros brazos; el Estado nos está diciendo que el trabajo tiene que ser la fuente principal de satisfacción de necesidades materiales y espirituales; y la economía —que es el combustible de la Nación— no crecerá mientras no se entienda que el camino hacia la riqueza depende fundamentalmente de dos palabras: trabajo y ahorro. Catorce letras en las que nos va la vida.

Usted, como muchos de sus conocidos, seguro se está preguntando: "Me ofrecen la posibilidad de tener dos, tres empleos y de elevar mis ingresos, pero ¿qué va a suceder con los que no trabajan?"... Un simple ejercicio de sociología de barrio nos permitiría descubrir, a nuestro alrededor, que en la misma calle que habitamos viven varios conciudadanos que se "ganan" la vida en actividades informales, o ilegales, o innombrables; y que incluso hay otros que ni la vida se ganan, pero tienen, inexplicablemente, los mismos derechos del que sale a sudar su salario todos los días.

Y cuando digo "los mismos derechos" estoy hablando de esas cosas cotidianas, que de tanto disfrutarlas nos suenan innecesarias o retóricas: hay un vago que se atiende (gratuitamente) con nuestro Médico de la Familia; hay otro vago que duerme plácidamente, mientras sus hijos asisten (gratuitamente) a la escuela; y existen muchos otros vagos que no se han enterado siquiera de los desvelos del Gobierno, en medio de una difícil situación económica, por garantizar 3 100 calorías diarias a cada cubano, pero cuando el Ministro de Economía lo anuncia públicamente, también los está incluyendo a ellos.

Es cierto que el tránsito por el periodo especial distorsionó, por razones inevitables, el premio por el fruto del trabajo. La subsistencia puso de moda el concepto "¡aquí, luchando!", que sirvió de sombrilla a las alternativas necesarias, pero también a la ilegalidad y la holgazanería. Ahora que nos volvemos a apretar los cinturones, está mucho más claro que un país que quiere crecer y ser más próspero no puede tolerar la existencia de una clase parasitaria que, lejos de estar avergonzada de vivir sin aportar, se vanagloria (en la mayoría de los casos) de vivir mejor que quienes trabajan.

En los duros años del periodo especial, más de una vez escuchamos a nuestros mayores decirnos que tuviéramos paciencia, que llegaría el día en que la pirámide volvería a invertirse y los profesionales y los laboriosos recibirían el premio a la virtud y al sacrificio. Entonces es inaceptable que un "merolico" ganara más que un médico.

Sobre todo porque lo único que no se ha afectado en esta Isla, a pesar de las crisis o las vacas flacas, ha sido la igualdad de posibilidades. Entonces, ¿por qué conformarnos con que cientos de profesionales formados para un fin permanezcan en oficios menores, pero mejor remunerados?

En un comentario anterior, referido a la necesidad de aprender de la actual crisis económica, escribí que esta era la hora de hacer valer el principio socialista de distribución, de acuerdo al trabajo, es decir por cantidad y calidad de trabajo realizado. El decreto Ley No. 268 "Modificativo del Régimen Laboral" es una prueba de que ese principio es inmediatamente posible y practicable. Mucho queda por transitar todavía, para que los empleadores cumplan lo que está establecido y no les tiemble la mano a la hora de premiar con el salario justo a quienes más lo merecen. Cuando eso sea una realidad habremos encontrado una locomotora de la productividad y del honor, porque la justicia también moraliza.

Al debate social, de familia o de esquina, sobre este tema tan vital para el presente y el futuro, el Estado tendrá que añadirle, sin dudas, una buena dosis de medidas con mano dura. Los trabajadores al trabajo, pero las autoridades tendrán que poner el ojo y las leyes en aquellos que no trabajan y viven como los nuevos ricos, ostentando autos y un nivel de vida que no sudaron. La honradez tiene que convertirse para todos en razón de orgullo y el salario debe recuperar su capacidad de valor. Ese es el reto y no lo alcanzaremos hasta que la mayoría vuelva a pensar así: "¡Trabajo, luego existo!".

 

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