Fue Picasso el autor de una frase que muchos otros virtuosos
siguen repitiendo a lo largo de la historia: "La inspiración existe,
pero tiene que encontrarte trabajando". Era una manera muy elevada
de decir que las cosas no caen del cielo, que un hombre con pereza
(o con vagancia) es como un reloj sin cuerda y que la ociosidad,
como el moho, desgasta mucho más que una dura jornada laboral. El
artista, que pasó su vida entre caballetes y pinturas, descubrió que
sus obras más trabajosas eran las que más amaba.
Recuerdo esta feliz ocurrencia de Picasso, ahora que el tema del
trabajo —la legal posibilidad del pluriempleo— se nos ha convertido
de pronto en centro de la polémica cotidiana y ojalá sea el inicio
de un debate social mucho más amplio, que trascienda lo individual
(el bolsillo) y se adentre por los caminos de la economía, la moral
y la ideología... Sí, porque sin temor a exagerar, estoy seguro de
que los cubanos vamos a tener que sacudirnos de unos cuantos vicios
y de unos cuantos desentendidos antes de desatar todos los nudos de
nuestras fuerzas productivas.
El debate necesario deberá partir de una realidad: la fuerza
laboral de la Isla está envejeciendo; las posibilidades de empleo
superan en número a nuestros brazos; el Estado nos está diciendo que
el trabajo tiene que ser la fuente principal de satisfacción de
necesidades materiales y espirituales; y la economía —que es el
combustible de la Nación— no crecerá mientras no se entienda que el
camino hacia la riqueza depende fundamentalmente de dos palabras:
trabajo y ahorro. Catorce letras en las que nos va la vida.
Usted, como muchos de sus conocidos, seguro se está preguntando:
"Me ofrecen la posibilidad de tener dos, tres empleos y de elevar
mis ingresos, pero ¿qué va a suceder con los que no trabajan?"... Un
simple ejercicio de sociología de barrio nos permitiría descubrir, a
nuestro alrededor, que en la misma calle que habitamos viven varios
conciudadanos que se "ganan" la vida en actividades informales, o
ilegales, o innombrables; y que incluso hay otros que ni la vida se
ganan, pero tienen, inexplicablemente, los mismos derechos del que
sale a sudar su salario todos los días.
Y cuando digo "los mismos derechos" estoy hablando de esas cosas
cotidianas, que de tanto disfrutarlas nos suenan innecesarias o
retóricas: hay un vago que se atiende (gratuitamente) con nuestro
Médico de la Familia; hay otro vago que duerme plácidamente,
mientras sus hijos asisten (gratuitamente) a la escuela; y existen
muchos otros vagos que no se han enterado siquiera de los desvelos
del Gobierno, en medio de una difícil situación económica, por
garantizar 3 100 calorías diarias a cada cubano, pero cuando el
Ministro de Economía lo anuncia públicamente, también los está
incluyendo a ellos.
Es cierto que el tránsito por el periodo especial distorsionó,
por razones inevitables, el premio por el fruto del trabajo. La
subsistencia puso de moda el concepto "¡aquí, luchando!", que sirvió
de sombrilla a las alternativas necesarias, pero también a la
ilegalidad y la holgazanería. Ahora que nos volvemos a apretar los
cinturones, está mucho más claro que un país que quiere crecer y ser
más próspero no puede tolerar la existencia de una clase parasitaria
que, lejos de estar avergonzada de vivir sin aportar, se vanagloria
(en la mayoría de los casos) de vivir mejor que quienes trabajan.
En los duros años del periodo especial, más de una vez escuchamos
a nuestros mayores decirnos que tuviéramos paciencia, que llegaría
el día en que la pirámide volvería a invertirse y los profesionales
y los laboriosos recibirían el premio a la virtud y al sacrificio.
Entonces es inaceptable que un "merolico" ganara más que un médico.
Sobre todo porque lo único que no se ha afectado en esta Isla, a
pesar de las crisis o las vacas flacas, ha sido la igualdad de
posibilidades. Entonces, ¿por qué conformarnos con que cientos de
profesionales formados para un fin permanezcan en oficios menores,
pero mejor remunerados?
En un comentario anterior, referido a la necesidad de aprender de
la actual crisis económica, escribí que esta era la hora de hacer
valer el principio socialista de distribución, de acuerdo al
trabajo, es decir por cantidad y calidad de trabajo realizado. El
decreto Ley No. 268 "Modificativo del Régimen Laboral" es una prueba
de que ese principio es inmediatamente posible y practicable. Mucho
queda por transitar todavía, para que los empleadores cumplan lo que
está establecido y no les tiemble la mano a la hora de premiar con
el salario justo a quienes más lo merecen. Cuando eso sea una
realidad habremos encontrado una locomotora de la productividad y
del honor, porque la justicia también moraliza.
Al debate social, de familia o de esquina, sobre este tema tan
vital para el presente y el futuro, el Estado tendrá que añadirle,
sin dudas, una buena dosis de medidas con mano dura. Los
trabajadores al trabajo, pero las autoridades tendrán que poner el
ojo y las leyes en aquellos que no trabajan y viven como los nuevos
ricos, ostentando autos y un nivel de vida que no sudaron. La
honradez tiene que convertirse para todos en razón de orgullo y el
salario debe recuperar su capacidad de valor. Ese es el reto y no lo
alcanzaremos hasta que la mayoría vuelva a pensar así: "¡Trabajo,
luego existo!".