La lección de Bagua

MIRIELA FERNÁNDEZ LOZANO

Ni siquiera los incas, esos que levantaron su imperio en torno al Templo del Sol, pudieron someter a los aguarunas y huambisas. Tampoco estos pueblos fueron "derrotados por el asombro" que produjo la llegada a América de los conquistadores.

Los acontecimientos de los últimos días en la región amazónica de Bagua nos volvieron a acercar a esta historia cuando, siguiendo una tradición de más de 500 años, los indígenas de las zonas agrestes de Perú se unieron en una lucha por sus territorios y cosmovisiones.

En entrevista con IPS, Salomón Aguanash, uno de los líderes de las protestas, explicó que para los pueblos que viven seducidos por la densidad de la selva, la defensa de sus comunidades y recursos significa salvar su vida. "No rechazamos el desarrollo, pero este no puede ser pensado solo desde los hombres de corbata del gabinete de ministros, sino considerando la Declaración de las Naciones Unidas sobre los pueblos originarios, el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo y la Constitución".

Sin embargo, a pesar de la existencia de estas leyes que reconocen los derechos de los nativos, una vez más América Latina es testigo de cómo se ignora la representatividad de estos grupos.

En octubre del 2007, el presidente Alan García equiparó boom económico con transnacionales. Su discurso por un lado, fustigaba la entrega de tierras a "familias pobres que no tienen un centavo para invertir"; por otro, ponderaba la inversión extranjera en la Amazonía. De esa forma, en el marco del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, daba luz verde a decretos como el 1090 o Ley Forestal y de Fauna Silvestre y el 1064 sobre uso de la tierra en la selva. Hay otros que también lesionan los intereses populares y la soberanía de Perú.

Estas medidas causaron las manifestaciones que fueron descendiendo desde las serranías y los bosques. En Bagua, la represión policial originó el eco más fuerte de estas protestas. El 5 de junio, efectivos de la Dirección Nacional de Operaciones Especiales (DINOES), con vehículos blindados y helicópteros, abrieron fuego contra los indígenas.

El resultado de esta "guerra contra la Amazonía", como alertó el periódico La Primera, fue la muerte de 24 agentes y un número indeterminado de nativos.

Las fotografías de indígenas torturados y las denuncias de desaparecidos, que recuerdan otros episodios de la historia peruana, han motivado la apertura de una investigación sobre esos sucesos a petición del relator especial de la ONU sobre derechos humanos y pueblos indígenas, James Anaya, y de familiares de las víctimas.

Para algunos expertos, lo ocurrido en Bagua deja varias lecciones. No solo muestra, la reproducción en América Latina de viejos modelos de criminalización, sino también, la actual crisis de participación de estos pueblos.

Además, revela que en la configuración de lo nacional persisten esas abruptas delimitaciones impuestas "desde arriba", denunciadas años atrás por el prominente intelectual y político revolucionario peruano José Carlos Mariátegui (1894-1930). Grupos sociales como los indígenas continúan viviendo en el árido terreno de la exclusión.

Sin embargo, la lucha amazónica que finalmente posibilitó el freno de los decretos en el Congreso de ese país, e incluso, hizo "rectificar" la posición del gobierno, forzado ahora a un diálogo, también renueva las esperanzas. Creo que esa ha sido la más importante lección de Bagua.

Otros sectores populares hicieron suyas las voces de los pueblos originarios. Las cartas de los intelectuales y del movimiento social internacional viajaron desde dentro y fuera del país. Una jornada nacional, en la que las ciudades mostraron el lenguaje de las selvas, y los anuncios de nuevas protestas a favor de los indígenas, arrojan luces sobre el despertar de ese mito que surca los ensayos de Mariátegui, y que algunos en Perú creían agónico, el de la resistencia.

 

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