Infrecuente
en la escena, al margen de la fama, descolocado en las listas de
éxitos radiofónicos, a los verdaderos trovadictos les asiste la
suerte de saber que Ángel Quintero permanece y el consuelo de que
después de tantos avatares un disco suyo grabado hacia la medianía
de los ochenta esté ahora —¡al fin!— a nuestro alcance.
No hay mejor lema para el cantautor que el enunciado del título
del fonograma: Alma y voluntad. Porque de una y otra
sustancias se ha alimentado una carrera en apariencias intermitente
pero indudablemente sólida, que ha aportado más de una vivencia
estética y sentimental a las bandas sonoras personales de no pocos
de quienes han compartido estos tiempos de fundación y resistencia.
Varios de los temas del disco se escucharon en su momento en la
radio y luego continuaron circulando por esos canales alternativos
que se abren a partir de coincidencias y afinidades. Pero, como tal,
nunca circuló comercialmente. Eran los últimos momentos del disco
negro en la industria fonográfica cubana y el audiocasete se
divisaba demasiado evanescente en el horizonte. Ni soñar entonces
con el disco compacto.
Ángel ya era Ángel. Necesitaba él y nosotros necesitábamos un
registro de sus canciones en su voz, como testimonio de que estas
trascendían la borrasca de una noche de bohemia juvenil y los
ardores de una todavía cercana adolescencia.
No hace mucho recordaba cómo Ángel llegó a la canción cubana
ungido por los aires renovadores de la Nueva Trova, pero también por
nuestras músicas populares urbanas no siempre visibles en tiempos
donde el pop anglo y más aún el latino, y el de las "melodías
amigas" —Chris Doerk, Bisser Kirov, Karel Gott, Edita Pieja—
llenaban el éter, las pocas tiendas de discos y los teatros de la
capital.
Y cómo entre esas músicas urbanas habitaban boleros y sones,
rumbas y guarachas, que en el caso de Angelito —como en el de sus
cofrades Virulo y el malogrado Carol— impidieron que cediera, tanto
ante la opción de codearse con el "tojosismo" oportunista que
algunos cultivaron, como a la de vestir un poncho y simular una
epidérmica pertenencia a la cultura andina.
Alma y voluntad se inicia justamente por un tema que
identifica al trovador: Solamente una ventana. Han pasado los
años y la sustantiva dialéctica entre canto y poesía se renueva. Con
esa pieza sucede lo mismo que con Tumbao, tumbao, La
historia del Panga —para Joaquín Borges Triana, crítico de
proverbial agudeza, "resulta una de las de más alto vuelo en su
repertorio, en tanto es una composición estremecedora por lo que nos
cuenta y por la forma de rendir tributo a un simple ciudadano"—, o
Identidad, que andan con vida propia por el cancionero
popular.
Pero en el disco también se dejan escuchar otros cortes que
merecen ser revisitados, como Sobre tu fino cristal y Hoy
no es mi día, los cuales pudieran suscribirse a plenitud sobre
los rescoldos del amor o la incertidumbre.
Esto no lo digo en nombre de la nostalgia, ni por el hecho de que
en Alma y voluntad se hayan reunido músicos que entonces y
después hicieron época —allí están la batería de Giraldo Piloto, las
milagrosas tumbadoras de Miguel Díaz (Angá), los bajos de Rafael
Sánchez y Feliciano Arango, la guitarra de Ahmed Barroso, el teclado
de Miguelito Núñez—, sino por lo que representa una obra auténtica y
vital.