Permanencia de Ángel

PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu

Infrecuente en la escena, al margen de la fama, descolocado en las listas de éxitos radiofónicos, a los verdaderos trovadictos les asiste la suerte de saber que Ángel Quintero permanece y el consuelo de que después de tantos avatares un disco suyo grabado hacia la medianía de los ochenta esté ahora —¡al fin!— a nuestro alcance.

No hay mejor lema para el cantautor que el enunciado del título del fonograma: Alma y voluntad. Porque de una y otra sustancias se ha alimentado una carrera en apariencias intermitente pero indudablemente sólida, que ha aportado más de una vivencia estética y sentimental a las bandas sonoras personales de no pocos de quienes han compartido estos tiempos de fundación y resistencia.

Varios de los temas del disco se escucharon en su momento en la radio y luego continuaron circulando por esos canales alternativos que se abren a partir de coincidencias y afinidades. Pero, como tal, nunca circuló comercialmente. Eran los últimos momentos del disco negro en la industria fonográfica cubana y el audiocasete se divisaba demasiado evanescente en el horizonte. Ni soñar entonces con el disco compacto.

Ángel ya era Ángel. Necesitaba él y nosotros necesitábamos un registro de sus canciones en su voz, como testimonio de que estas trascendían la borrasca de una noche de bohemia juvenil y los ardores de una todavía cercana adolescencia.

No hace mucho recordaba cómo Ángel llegó a la canción cubana ungido por los aires renovadores de la Nueva Trova, pero también por nuestras músicas populares urbanas no siempre visibles en tiempos donde el pop anglo y más aún el latino, y el de las "melodías amigas" —Chris Doerk, Bisser Kirov, Karel Gott, Edita Pieja— llenaban el éter, las pocas tiendas de discos y los teatros de la capital.

Y cómo entre esas músicas urbanas habitaban boleros y sones, rumbas y guarachas, que en el caso de Angelito —como en el de sus cofrades Virulo y el malogrado Carol— impidieron que cediera, tanto ante la opción de codearse con el "tojosismo" oportunista que algunos cultivaron, como a la de vestir un poncho y simular una epidérmica pertenencia a la cultura andina.

Alma y voluntad se inicia justamente por un tema que identifica al trovador: Solamente una ventana. Han pasado los años y la sustantiva dialéctica entre canto y poesía se renueva. Con esa pieza sucede lo mismo que con Tumbao, tumbao, La historia del Panga —para Joaquín Borges Triana, crítico de proverbial agudeza, "resulta una de las de más alto vuelo en su repertorio, en tanto es una composición estremecedora por lo que nos cuenta y por la forma de rendir tributo a un simple ciudadano"—, o Identidad, que andan con vida propia por el cancionero popular.

Pero en el disco también se dejan escuchar otros cortes que merecen ser revisitados, como Sobre tu fino cristal y Hoy no es mi día, los cuales pudieran suscribirse a plenitud sobre los rescoldos del amor o la incertidumbre.

Esto no lo digo en nombre de la nostalgia, ni por el hecho de que en Alma y voluntad se hayan reunido músicos que entonces y después hicieron época —allí están la batería de Giraldo Piloto, las milagrosas tumbadoras de Miguel Díaz (Angá), los bajos de Rafael Sánchez y Feliciano Arango, la guitarra de Ahmed Barroso, el teclado de Miguelito Núñez—, sino por lo que representa una obra auténtica y vital.

 

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