Tesis de graduación

Días de orgullo familiar

Pastor Batista Valdés

Se repite por estos días algo que cala bien hondo en la sensibilidad de la familia cubana: los actos para la defensa de las tesis en universidades de todo el país.

Foto del autor La constancia de todo un lustro (y más) aflora en cada estrado universitario por estos días.

La cantidad de jóvenes que comparecen a ese estrado justifica espacio impreso o en el "éter informativo". No suman dos dígitos, ni tres, ni siquiera cuatro. Tampoco se trata solo de la capital cubana, de la siempre heroica Santiago de Cuba o de la esplendorosa urbe matancera...

Aun así, "olvidemos" por un instante las cifras para pensar en ese momento añorado, merecido y cotidiano que no distingue rostros, sexo, origen, lugar ni creencias, colofón de un lustro arduo, superpuesto en la cima de sueños que parecían "tan lejanos" atados al nudo de aquella pañoleta escolar, en el caballete del campamento donde transcurrió la escuela al campo e incluso en esa "intersección preuniversitaria" donde el semáforo ofrece todo el tiempo luz verde hacia la educación superior.

Tal vez por eso, camino a ese día tan especial, papá y mamá alcanzarán el grado de planificación que "jamás lograron en casa", para estar a tiempo allí (donde "el niño" o "la niña" se batirá en ráfagas por el Cinco), pero también para emplear con envidiable eficiencia los fondos y garantizar, desde semanas atrás, el mejor vestido, el saco, la corbata, el brindis, la foto...

Sé de muchos que, como Elena Concepción, vencieron casi 800 kilómetros de tierra, plantaciones, llanos, elevaciones y ciudades, a bordo de un ómnibus, para llegar hasta la Universidad de Ciencias Informáticas, donde su hijo José Ramón le reservaría la más alta calificación (a dúo con su entrañable hermano de aula), así como el placer de dedicarle a Fidel el zumo de ese momento, y a ella un "te quiero tanto, Mamá" que anudó gargantas y desató emociones pupilas afuera.

Pienso en aquel hombre de tez oscura y responsable apariencia, a quien la grave rotura del electroventilador y la fuga de agua hirviente por el extremo inferior derecho de su auto nada parecían importarle, frente a las revoluciones por minuto que remontaba algo dentro de su pecho, a medida que el hijo movía con seguridad las últimas piezas de una partida llamada a convertirlo en ingeniero: algo que nunca fue posible para los abuelos.

Pero sobre todo pienso en la gratitud de los verdaderamente agradecidos... esos que no se "marean" calculando el beneficio económico que significa contar ahora con un profesional (más) en casa, y saben valorar también lo que, en correspondencia, pueden y deben aportarle esos jóvenes a un Estado como este, cuyo millonario aporte a la educación beneficia por igual a miles y miles de cubanos, hayan venido al mundo en el Vedado capitalino o allá, entre los ciruelos y naranjos de la finca que tienen los campesinos Félix y Claribel, en pleno oriente cubano.

 

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