Australia

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu

Hace poco, Nicole Kidman declaró que tras presentar en Australia la superproducción de igual título que dirigió Baz Luhrmann, se apresuró en tomar el avión y huir porque sabía que las críticas a su desempeño serían de arranca pescuezo.

Y no le faltaba razón. De hace un tiempo para acá sus actuaciones son un vuelo de puro "piloto automático", sin más hondura ni emoción. Lo que está haciendo pasa porque técnica le sobra, pero como desde jovencita demostró poseer el extra de las grandes, los que la conocieron y ahora la ven presienten que la rubia les está dando gato por liebre, y ese es uno de los problemas de Australia, la superproducción que por estos días se puede ver en los cines del país.

El artificio de ella es uno de los problemas, pero no el decisivo ni mucho menos. Ese habría que buscarlo en las pretensiones de Baz Luhrman de emular, sin lograrlo, con aquellos espectáculos que hicieron época y todavía trascienden en el presente, filmes al estilo de Lo que el viento se llevó o Lawrence de Arabia: grandes escenarios, aventura a raudales, tragedia y toques de humor alternándose, personajes en racimo, diversas subtramas, el infaltable conflicto amoroso entre personalidades contrastantes y el melodrama punteando de principio a fin, en una escala del uno al siete, por aquello de que de ninguna manera se debe abrumar.

De todo ello hay en Australia, pero con un sabor a producto demasiado manoseado, que deja boquiabierto a los espectadores que esperaban algo más imaginativo por parte de un innovador como Baz Luhrman, el feliz realizador del musical Moulin Rouge, también con la Kidman a la cabeza.

Australia es de esas superproducciones con mucho ruido propagandístico y 130 millones de dólares a la espalda, a las que no pocos amantes del cine gustan de ver para que "no les hagan cuento". Y hasta puede ser disfrutada por aquellos dispuestos a no ser demasiado rigurosos a la hora de juzgar esta inflada historia de amor con tragedia y giros forzados entre una aristócrata inglesa, la Kidman, y un rudo cowboy australiano, Hugh Jackman, en una atmósfera dominada por los preámbulos bélicos en el Pacífico, durante la Segunda Guerra Mundial (y si los primeros momentos del encuentro, y otros más, traen a la memoria al dúo conformado por Meryl Streep y Robert Redford en África mía, pues no es pura casualidad).

A disfrutar Australia, incluso, por espectadores que estarían dispuestos a perdonar el hecho de que transcurrida la primera mitad de la cinta parecería que el drama se queda sin sustancia y lo que resta es un disfraz dramático estirado —eso sí— con las habilidades visuales y coloristas del australiano.

No hay mucho más que decir: monumental, bastante clásica, falsamente aplastante por la utilización de sus componentes artísticos, y hasta aplaudida Australia por aquel que haya visto poco cine y no esté acostumbrado a detectar obras con falta de alma, que ese sí es su principal problema.

 

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