Hace
poco, Nicole Kidman declaró que tras presentar en Australia la
superproducción de igual título que dirigió Baz Luhrmann, se
apresuró en tomar el avión y huir porque sabía que las críticas a su
desempeño serían de arranca pescuezo.
Y no le faltaba razón. De hace un tiempo para acá sus actuaciones
son un vuelo de puro "piloto automático", sin más hondura ni
emoción. Lo que está haciendo pasa porque técnica le sobra,
pero como desde jovencita demostró poseer el extra de las grandes,
los que la conocieron y ahora la ven presienten que la rubia les
está dando gato por liebre, y ese es uno de los problemas de
Australia, la superproducción que por estos días se puede ver en
los cines del país.
El artificio de ella es uno de los problemas, pero no el decisivo
ni mucho menos. Ese habría que buscarlo en las pretensiones de Baz
Luhrman de emular, sin lograrlo, con aquellos espectáculos que
hicieron época y todavía trascienden en el presente, filmes al
estilo de Lo que el viento se llevó o Lawrence de Arabia:
grandes escenarios, aventura a raudales, tragedia y toques de humor
alternándose, personajes en racimo, diversas subtramas, el
infaltable conflicto amoroso entre personalidades contrastantes y el
melodrama punteando de principio a fin, en una escala del uno al
siete, por aquello de que de ninguna manera se debe abrumar.
De todo ello hay en Australia, pero con un sabor a
producto demasiado manoseado, que deja boquiabierto a los
espectadores que esperaban algo más imaginativo por parte de un
innovador como Baz Luhrman, el feliz realizador del musical
Moulin Rouge, también con la Kidman a la cabeza.
Australia es de esas superproducciones con mucho ruido
propagandístico y 130 millones de dólares a la espalda, a las que no
pocos amantes del cine gustan de ver para que "no les hagan cuento".
Y hasta puede ser disfrutada por aquellos dispuestos a no ser
demasiado rigurosos a la hora de juzgar esta inflada historia de
amor con tragedia y giros forzados entre una aristócrata inglesa, la
Kidman, y un rudo cowboy australiano, Hugh Jackman, en una atmósfera
dominada por los preámbulos bélicos en el Pacífico, durante la
Segunda Guerra Mundial (y si los primeros momentos del encuentro, y
otros más, traen a la memoria al dúo conformado por Meryl Streep y
Robert Redford en África mía, pues no es pura casualidad).
A disfrutar Australia, incluso, por espectadores que
estarían dispuestos a perdonar el hecho de que transcurrida la
primera mitad de la cinta parecería que el drama se queda sin
sustancia y lo que resta es un disfraz dramático estirado —eso sí—
con las habilidades visuales y coloristas del australiano.
No hay mucho más que decir: monumental, bastante clásica,
falsamente aplastante por la utilización de sus componentes
artísticos, y hasta aplaudida Australia por aquel que haya
visto poco cine y no esté acostumbrado a detectar obras con falta de
alma, que ese sí es su principal problema.